Carmelo López-Arias / Fundación Tierra Santa
El 15 de julio de 1099, la Primera Cruzada logró su objetivo y conquistó Jerusalén, sellando el nacimiento del Reino Latino que duró doscientos años, hasta su destrucción por Saladino en 1187, y la caída definitiva en 1291 de su reconstrucción en torno a San Juan de Acre.
Algunos historiadores presentan esos dos siglos como un periodo puramente militar y comercial, del que habría estado ausente toda obra cultural relevante.
Jonathan Rubin, profesor en el Departamento de estudios y arqueología de la Tierra de Israel en la Universidad Bar-Ilan, la segunda más importante del país, opina todo lo contrario. En 2018 publicó un libro al respecto en la editorial de la Universidad de Cambridge: Learning in a Crusader City: Intellectual Activity and Intercultural Exchanges in Acre, 1191-1291 [La enseñanza en una ciudad cruzada. Actividad intelectual e intercambios culturales en Acre, 1191-1291].
En él explica que el reino de los cruzados estuvo abierto a la actividad cultural de los cristianos orientales y de los musulmanes, al mismo tiempo que llegaban hasta ellos las corrientes de pensamiento de los siglos XII y XIII en Europa. En Acre, ciudad que es su objeto de estudio principal, había un significativo número de personas dedicadas a la enseñanza y varios centros de estudio, donde se trabajaba en la traducción de obras, en el estudio del islam, en la jurisprudencia y en el diálogo teológico con los cristianos orientales.
Dos pruebas evidentes
Asimismo, en un reciente artículo en Aeon cita dos ejemplos concretos para mostrar hasta qué punto es errónea la idea de que la población procedente de Europa que se instaló en Tierra Santa no estaba interesada en el cultivo y la transmisión del saber.
En 1281, Juan de Antioquía entregó un hermoso códice a un caballero hospitalario llamado Guillermo de San Esteban, con las dos traducciones que le había pedido de sendos textos de la antigua Roma: De inventione, de Cicerón, y la Rethorica ad Herennium, de autor anónimo. “Es un paso significativo en la historia de la lengua francesa”, explica Rubin, porque “en aquella época las traducciones del latín al francés eran raras e innovadoras, y nunca antes se había traducido al francés un texto latino completo de retórica”, al que además Juan de Antioquía añadió “uno de los más tempranos tratados de lógica en lengua vernácula”.
El segundo ejemplo es la Notitia de Machometo [Información sobre Mahoma], un tratado compuesto en Acre en 1271 por el dominico Guillermo de Trípoli, dedicado a Teobaldo Visconti, un importante eclesiástico que había llegado a Acre como peregrino y que se enteró allí de que había sido elegido Papa: Gregorio X, quien ocuparía el pontificado hasta su muerte en 1276.
Fray Guillermo afirma que ha escrito la obra al conocer el interés de su destinatario por el islam. El texto es “un impresionante estudio sobre la historia, las costumbres y la teología islámicas, e incluye numerosos pasajes del Corán en una traducción latina en su mayor parte exacta, así como una considerable información que en aquella época era muy difícil que llegase a la Cristiandad latina, como por ejemplo una explicación precisa de las oraciones musulmanas”. Ruin destaca que fray Guillermo no habría podido redactar su trabajo sin haber consultado muchos textos que ya no existen. Al caer el Reino de Jerusalén, los musulmanes arrasaron los archivos, bibliotecas y templos cristianos donde se conservaban casi todos ellos.
«No fue un desierto intelectual»
Ambos ejemplos muestran, señala Rubin, que en la época cruzada de Jerusalén se estudiaban a fondo el islam y la lengua árabe, y que había un contacto habitual entre quienes vivían allí gran parte o toda su vida, y quienes pasaban en Tierra Santa solamente unos meses o años, regresando luego a la Cristiandad occidental, donde la Notitia de fray Guillermo de Trípoli fue copiada varias veces. Por eso es necesario, dice, estudiar exhaustivamente las fuentes de estos y otros trabajos, porque permiten comprender el rico entorno cultural en el que fueron producidas: “Es evidente que el Reino de Jerusalén tenía mecanismos de preservación y transmisión de conocimiento de la cultura oriental adquirida por las generaciones anteriores”.
Además, Juan de Antioquía y Guillermo de Trípoli habían nacido en el Oriente Latino, como sus propios nombres sugieren, y allí habían recibido su educación: “Ambos escribieron durante el Reino de Jerusalén y produjeron obras innovadoras y originales incluso en comparación con la cultura europea de su tiempo. No podrían haberlo conseguido sin un entorno apropiado”.
Así que, concluye Rubien, puede afirmarse que “el Reino de Jerusalén no fue un desierto intelectual. Aunque tenía sus limitaciones, y aunque puede parecernos decepcionante, con razón, que no aprovechase su teórico potencial para crear un puente cultural entre Oriente y Occidente, merece atención como parte de la historia de las Cruzadas y, más ampliamente, de las relaciones entre Oriente y Occidente en la Edad Media”.
Cuando leo todo acerca de Tierra Santa, siento mucha emoción y respeto por lo que representa, y mas desde que tuve la suerte de visitar muchos lugares sagrados este verano, con un calor intenso pero gratificante.