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Romanelli: el horror «se ha convertido en hábito», pero el llamado a la paz de León XIV «es un estímulo para resistir»

Una cebolla cuesta 10 euros, un kilo de tomates, 15, quien encuentra un pañal paga por él 3 euros cuando en España serían solo algunos céntimos, y cuando los niños escuchan las bombas impactar a pocos metros, “siguen jugando”, como diría San Luis Gonzaga ante la muerte inminente. Es la situación en Gaza que relata el padre Gabriel Romanelli, párroco de la Sagrada Familia, en una entrevista telefónica a Vatican News. Pasados 20 meses de su refugio en la parroquia con cientos de refugiados, contempla como “se sienten abandonados por todos” pero, al mismo tiempo, “saben que sólo a Dios le importa su destino” y «el Papa León es un estímulo para resistir».

Conforme se acercan los dos años desde el inicio de la guerra, el sacerdote ve cómo cunde la resignación,y más que la falta de alimentos, de agua potable, medicinas o el peligro, le preocupa que se pierda la esperanza. “La de que esta maldita guerra termine, de que regrese la paz, de que podamos permanecer en esta tierra y reconstruir los hogares destruidos, de que nuestra pequeña y resiliente comunidad cristiana pueda seguir siendo testigo del Resucitado”, declaró.

El párroco incide en que la esperanza “se desvanece”, especialmente conforme la gente y sus refugiados se consideran “tratados como objetos y no como sujetos de derechos”.

Objetos, dice, “que se pueden mover a voluntad. La gran mayoría de los habitantes de Gaza son civiles, que no forman parte del conflicto armado. Nuestra comunidad debe resistir porque un signo de la presencia cristiana debe permanecer en Gaza”.

Profundizando en los detalles, Romanelli asegura que, si hasta ahora han podido ayudar a los cientos de refugiados de la parroquia e incluso “a decenas de miles de familias”, es “gracias a la ayuda que llega de la Iglesia y de muchos amigos de todo el mundo”.

Sin embargo, desde hace tres meses, la ayuda ha sido bloqueada desde el exterior de la Franja de Gaza. “Ya sea comida, agua o medicinas, toda ayuda está bloqueada”, lamenta el sacerdote.

Hasta ahora habían subsistido por el almacenamiento y racionamiento de provisiones, pero ahora se limitan a pensar en los propios internos de las instalaciones parroquiales. “Ya no podemos ayudar fuera de nuestra comunidad”, admite el párroco.

Muchos podrían considerarles como afortunados. Y todo por tener “algo de harina para hacer pan”, sin importar que esté “llena de gusanos” y deba ser tamizada cada día o que el agua deba ser purificada para evitar enfermedades.

El encarecimiento es otro obstáculo que empieza a ser insalvable.

Una cebolla cuesta 10 euros, un kilo de tomates más de 15 euros. Debemos administrar con mucha prudencia los suministros que nos quedan para nuestros casi 500 refugiados, incluidos aproximadamente 50 niños acogidos por las religiosas de la Madre Teresa. No podemos encontrar pañales y cuando estaban disponibles costaban no menos de 3 euros cada uno. La situación de los medicamentos también es desesperada, porque también nos hemos quedado sin suministros”, enumera el sacerdote, que ve necesidad “dondequiera que mires”.

Pero lo peor, dice, “es esta incertidumbre la que genera la pérdida de la esperanza. Se sienten abandonados por todos, sienten que sólo a Dios le importa su destino”.

Por paradójico que parezca, el miedo empieza a ser un problema menor. Se han acostumbrado.

Hablando de las explosiones cercanas a la parroquia, el sacerdote asegura que las escuchan cada día, viendo como las astillas y la metralla llegan con normalidad hasta las instalaciones.

«El Papa León es un estímulo para resistir»

“Hay una situación surrealista de hábito. Mientras hablamos, los niños están jugando fuera, en el oratorio; si escuchaban explosiones, incluso cerca, seguían jugando. Porque el peligro está confiado al destino. Cuando pasan los cazas israelíes, la gente busca refugio en sus casas, espera unos minutos a que caiga algo de metralla y luego vuelve a salir y continúa con su vida normal. El horror se ha convertido en hábito”, relata.

En la Iglesia de Romanelli ocurre lo mismo. Mientras rezan, las ventanas se abren y las astillas y el polvo cae, pero los fieles siguen rezando. Hacerlo, asegura, “nos da más seguridad que huir”.

La fe y la oración es de las pocas cosas que les siguen dando esperanza, como también lo es León XIV desde el mismo momento de su elección.

“Habíamos puesto la pantalla en la iglesia y afortunadamente esa noche había electricidad e Internet. Sentimos inmediatamente un estímulo para resistir con sus primeras palabras de invocación por la paz”, cuenta el párroco, que no duda en mandar un mensaje al pontífice.

“Estamos muy agradecidos por sus palabras de paz y toda la comunidad está rezando por él. Y no sólo nosotros. La cercanía del Papa Francisco era la cercanía de toda la Iglesia. Y seguimos escuchándolo con el Papa León. Es el sucesor de Pedro, padre de la Iglesia y padre de todos. De todos”, concluye.

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