«Tenéis una cruz que llevar, incomprensión que soportar y un hábito franciscano que vestir»

La iglesia de San Salvador estaba a rebosar este 29 de junio por la fiesta de los santos Pedro y Pablo y la ordenación de diez franciscanos: seis sacerdotes (dos mexicanos, un argentino, un croata, un italiano y un canadiense) y cuatro diáconos (dos mexicanos, un croata y un ghanés). Algunos de ellos son de la provincia de la Custodia de Tierra Santa, otros han sido invitados por sus seminarios y regresarán a ellos. No todos conocen todavía la misión que se les confiará ni en este ni en próximos años.

Sensibilizar a los demás franciscanos sobre los Santos Lugares
Entre ellos estaba fray Mario ofm, procedente de México. Tras cuatro años en Jerusalén, se está preparando para regresar a su país. «Estudiar aquí, con estudiantes internacionales, es muy enriquecedor. Nos permite descubrir la realidad de otras provincias y nos hace experimentar la universalidad de la Orden de los Hermanos Menores. Estar en Tierra Santa nos permite también conocer mejor las Escrituras». La acogida de estudiantes extranjeros permite a la Custodia sensibilizar a los frailes de otras provincias sobre la importancia de su misión, la custodia de los santos lugares. «Quiero pedir un certificado para poder acompañar a los grupos en las peregrinaciones. Además, habiendo vivido aquí, conozco bastante bien a la Custodia y sus actividades y podré darla a conocer en México», añade después.

Fray Andrew es, entre los nuevos diáconos, el más conocido por los peregrinos. Sacristán desde hace 15 años en el Santo Sepulcro, pidió consagrarse como diácono permanente, en este año dedicado a la vida consagrada: «Me permite servir a Dios, a la Iglesia y a las personas». Habiendo estudiado paralelamente la Teología con los salesianos, fray Andrew podrá dedicarse también a ejercitar su ministerio en el Santo Sepulcro; así podrá servir a los peregrinos de todo el mundo que allí celebran numerosas misas.

Incienso, adoración, emoción…
La fiesta comenzó el día anterior con las primeras vísperas; después se organizó una hora de adoración, para rezar por las vocaciones e invocar al Espíritu Santo para las ordenaciones.

La misa estuvo presidida por Su Beatitud monseñor Fuad Twal, patriarca de Jerusalén. Estaban presentes también el delegado apostólico, Giuseppe Lazzarotto, y los representantes de distintas Iglesias cristianas de Jerusalén, acompañados de muchos sacerdotes. El perfume del incienso invadía la atmósfera y el calor de junio se aliviaba con ventiladores colocados en distintos puntos de la iglesia.

En el rezo de la letanía de los santos, los diez frailes se postraron en tierra ante una asamblea arrodillada, conmovida. Los diáconos recibieron el Evangelio que anunciarán y los hábitos litúrgicos con una sonrisa gozosa y serena. Los sacerdotes, por su parte, la unción en la palma de las manos y el cáliz. Los concelebrantes, después de hacerlo el patriarca, les impusieron las manos y manifestaron su alegría con un abrazo fraterno.

Las "consecuencias" de la ordenación
En su homilía, el patriarca latino de Jerusalén subrayó las grandes tareas, responsabilidades y sacrificios ligados a la elección de esta misión, a contracorriente de la actual sociedad. «La Iglesia pone a vuestra disposición distintos medios para que cumpláis con vuestra misión: tenéis una cruz que llevar, incomprensión que soportar y un hábito franciscano que vestir, con todas las consecuencias que ello comporta».

En este contexto difícil, los recién ordenados están llamados a una mayor prueba de amor, de perdón y de justicia: «Vuestra ordenación de hoy es el resultado de numerosos años de estudio, experiencias y conocimientos humanos y de una gran preparación. Pero es también un punto de partida responsable y consciente, un comienzo de dimensión internacional, como Jerusalén, que abraza y acoge a todos los creyentes». Concluía así su homilía: «Vuestras ordenaciones son un don de Dios a la Custodia y un don de la Custodia a la Iglesia local y universal».

El custodio, fray Pierbattista Pizzaballa ofm, puso punto final a la celebración agradeciendo especialmente a las familias haber entregado a sus hijos a la Orden y a la Iglesia. La asamblea –familia y amigos, cristianos de Jerusalén y de todo el mundo, franciscanos y religiosos de otras congregaciones- felicitó posteriormente en la iglesia a los diez recién ordenados besando sus manos y recibiendo sus bendiciones, compartiendo juntos la alegría. Después, todos han sido invitados a disfrutar del aperitivo en la plazoleta de la Curia.


Las manos del sacerdote bendicen, absuelven de los pecados y consagran el Cuerpo y la Sangre de Cristo: por eso se las reverencia.

La tarde del 29 de junio, las segundas vísperas solemnes de la fiesta de los santos Pedro y Pablo estuvieron presididas por estos diez nuevos sacerdotes y diáconos. En esta ocasión, pudieron vestir los paramentos litúrgicos regalados a la Custodia por el rey de Francia, Luis XIII (siglo XVII).

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