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La reflexión de Navidad del padre Patton: en Belén se dieron cita «los actores de la escena más bonita de todos los tiempos»

Son dos los evangelistas que nos hacen de guía en Belén. En sus relatos se custodia el significado inagotable de la Noche Santa, de la que San Francisco de Asís fue el cantor sublime. Acudimos allá de la mano del padre Francesco Patton, Custodio de Tierra Santa, quien nos presenta a los personajes en un artículo publicado en Il Timone:

Los actores de la escena más bonita de todos los tiempos

Al querer relatar el sentido del pesebre, la primera cosa interesante que hay que resaltar es precisamente el significado de esta palabra de origen latino: pesebre.

De hecho, en el evangelio de Lucas (2,7) leemos que María fue a Belén junto a José para empadronarse y «mientras estaban allí, le llegó a ella el tiempo del parto y dio a luz a su hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo recostó en un pesebre», en latín in praesepio. Según la tradición, este pesebre se encontraba en una de las grutas transformadas en establos en la ciudad de Belén. Es el lugar donde hoy surge la basílica de la Natividad, recientemente restaurada, en la que custodiamos, junto a los monjes ortodoxos, la Gruta, en la que también pueden celebrar los armenios. Y los custodios de lo que queda del pesebre de piedra somos precisamente nosotros, los franciscanos.

Las partes de madera, veneradas desde los primeros siglos, fueron trasladadas a Jerusalén por el patriarca San Sofronio en el siglo VII, que luego las envió al Papa Teodoro (642-649), a Roma, para que fueran custodiadas en la basílica de Santa María la Mayor ad praesepem. Un valioso fragmento de esas tablas volvió a Jerusalén y, más tarde, en noviembre de 2019, a Belén bajo forma de reliquia, don del Santo Padre confiado a la Custodia de Tierra Santa y que ahora está colocado en la iglesia de Santa Catalina, contigua a la basílica de la Natividad.

Quiero aclarar enseguida que en los evangelios canónicos no se habla de la gruta; es una tradición procedente del culto y de un evangelio apócrifo de origen judeocristiano, el protoevangelio de Santiago, que nos indica la gruta como el lugar del nacimiento de Jesús.

«El belén de Greccio», de Antonio Vite, en la iglesia de San Francisco en Pistoia (Toscana, Italia), fresco en torno a 1390-1400. Imagen: Wikimedia (Sakio).

Cuando en 1223 San Francisco quiso celebrar la Navidad en Greccio, le pidió a un amigo, el noble Giovanni: «Si quieres que celebremos en Greccio la inminente fiesta del Señor, precédeme y prepara lo que te digo: me gustaría hacer memoria de ese Niño nacido en Belén y, de alguna manera, poder entrever con los ojos del cuerpo las dificultades en las que se encontró por la falta de las cosas necesarias para un recién nacido: como fue depositado en un pesebre (latín in praesepio) y como yacía sobre el heno, entre el buey y el asno».

Los personajes de Lucas

Para estudiar los personajes del belén tenemos que recurrir, principalmente, a los evangelios de Lucas y Mateo, que son los únicos, entre los evangelios canónicos, que nos relatan el nacimiento de Jesús. En ambos relatos el personaje principal es, naturalmente, el niño Jesús: ambos dicen que nació de la Virgen María por obra del Espíritu Santo. Esta, a su vez, estaba casada con un hombre de la estirpe del rey David llamado José. Estos son, por tanto, los personajes que siempre deben ocupar el espacio central de la escena y que, tal vez, deben tener una dimensión mayor respecto al resto.

En el relato de Lucas encontramos, después, a los pastores y los ángeles. Los pastores, que estaban vigilando de noche su rebaño, se encontraban a pocos kilómetros de distancia de donde ahora surge la basílica de la Natividad, en un lugar llamado el «Campo de los Pastores» (en árabe, Beit Sahur), que también está bajo la custodia de los franciscanos de Tierra Santa. Es un lugar que conserva la memoria del anuncio que los pastores reciben de un  ángel: «‘No temáis, os anuncio una buena noticia que será de gran alegría para todo el pueblo: hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador, el Mesías, el Señor. Y aquí tenéis la señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre'» (Lc 2,10-12). Es también el lugar donde un coro de ángeles entona el canto que aún hoy cantamos, no solo en Navidad, sino todos los domingos del año: «Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad» (Lc 2,14). Es natural que cuando introducimos en la escena a los pastores que van a Belén para ver personalmente lo que el ángel les ha anunciado, estos sean representados, no con las manos vacías, sino llevando algún regalo, como un pequeño cordero o el fruto de su trabajo. De repente, el pesebre está rodeado por esta gente sencilla y pobre, y por algunas ovejas.

Lucas nos dice que los pastores cuentan su experiencia, por lo que muchas otras personas se maravillan. Son esos personajes populares que en nuestros belenes colocamos alrededor del pesebre, inmediatamente detrás de los pastores. Lucas también nos dice que María custodia todo esto en su corazón y lo medita (Lc 2,18). Esto explica la postura con la que suele estar representada: no solo con las manos unidas y de rodillas, en adoración, sino también con la cabeza inclinada, como reflexionando.

Según Mateo

Mateo nos ofrece algún detalle más sobre José: nos dice que recibió la revelación del misterio de la Encarnación en un sueño y, también, instrucciones sobre lo que debía hacer para proteger a María y el niño. Por este motivo se le suele representar como apartado y adormecido.

En el relato de Mateo no están los pastores, sino los Magos, que son unos sabios (probablemente sacerdotes astrónomos del culto zoroastriano) llegados de Oriente. El evangelio no habla de «reyes» magos, ni siquiera dice que son tres. El número deriva, evidentemente, de los dones que llevan: oro, incienso y mirra, indicando el reconocimiento de la realeza del niño, su divinidad y su mortalidad. En la época medieval la escena es interpretada a la luz del salmo 71,10-11: «Los reyes de Tarsis y de las islas le paguen tributo. Los reyes de Saba y de Arabia le ofrezcan sus dones; póstrense ante él todos los reyes, y sírvanle todos los pueblos». Fue así como los magos se convirtieron en reyes. El evangelio tampoco habla de un cometa, sino solo de un astro que indica el nacimiento del rey de los judíos, que desaparece cuando los magos llegan a Jerusalén y que vuelve a aparecer después de haber recibido la indicación profética de que el Mesías nacerá en Belén.

Foto: Federación Española de Belenistas.

Esta estrella se detiene sobre la casa (Mateo ya no habla de gruta) en la que viven José, María y el niño Jesús. Mateo recupera el tema de la estrella del Antiguo Testamento y, concretamente, del oráculo de Balaam que podemos leer en Números 24,17: «Avanza una estrella de Jacob, y surge un cetro de Israel». La tradición sitúa la casa de la Sagrada Familia en la que se conoce como Gruta de José, que está situada al lado de la Gruta de la Natividad y que está confiada a nuestra custodia. Es allí donde llegaron los Magos y, arrodillados, ofrecieron sus dones.

El asno y el buey

Hay algunas presencias que hay que tomar en consideración y que nunca suelen faltar en nuestros belenes. El asno y el buey, que hacen referencia de manera simbólica a un versículo del profeta Isaías (1,3): «El buey conoce a su amo, y el asno el pesebre de su dueño; Israel no me conoce, mi pueblo no comprende». Como explicó muy bien Benedicto XVI en una de sus catequesis: «Los Padres de la Iglesia vieron en estas palabras una profecía que hacía referencia al nuevo pueblo de Dios, a la Iglesia formada por judíos y paganos. Ante Dios, todos los hombres, judíos y paganos, eran como bueyes y asnos, sin inteligencia ni conocimiento. Pero el Niño en el pesebre les abrió los ojos, por lo cual ellos ahora reconocen la voz del propietario, la voz de su Señor».

Jesús con los brazos abiertos

Se comprende que el belén no es «una cosa para niños», sino que es el intento de traducir en imágenes lo que la Escritura y la Tradición nos han revelado. Al hacer el belén -en casa, al aire libre, en las iglesias-, no nos olvidemos de lo fundamental: estamos representando el misterio de la Encarnación, que culminará en la Pasión, la Muerte y la Resurrección del que ahora contemplamos como «el niño amado que nos es dado, que ha nacido por nosotros a lo largo del camino y que ha sido depositado en un pesebre» (San Francisco). Hagamos el belén, contemplemos el pesebre y convirtámonos con nuestra vida en sus intérpretes: acojamos y adoremos al niño Jesús que, con los brazos abiertos, desea acoger y salvarnos uno a uno.

Traducido por Elena Faccia Serrano.

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