Los ritos de Semana Santa concluyeron en Jerusalén con la alegría de la Resurrección, celebrada con los respectivos mensajes de dos franciscanos, el cardenal Pierbattista Pizzaballa, patriarca latino de Jerusalén, y fray Francesco Patton, su sucesor desde hace nueve años como custodio de Tierra Santa.
Engañados por «el Devorador»
En la homilía de la Vigilia Pascual, Pizzaballa recordó que el origen de la historia de la salvación está en el momento en el que el pecado entra en el mundo por la desobediencia de Adán, a la que siguen los pecados de sus descendientes: «El hombre, en lugar de brillar con la gloria que Dios le ha dado, en lugar de permanecer en la obediencia filial a Dios, fuente de la verdadera libertad, ha elegido seguir las ilusiones del Devorador, y ha conocido la muerte, la ausencia de Dios. En lugar de Dios, se ha elegido a sí mismo y se ha cerrado en pequeños horizontes. Con el pecado, con el rechazo del hombre a vivir como hijo, se perdió a sí mismo«.
Fue Dios, con su «decisión de transformar profundamente al hombre, de sanar su corazón, de realizar una cosa nueva que el hombre solo nunca podrá hacer«, quien dio el primer paso para sacarnos de esas tinieblas, explicó el purpurado: «Para restaurar al hombre su semejanza con Él, Dios debe darle un corazón nuevo: no basta la purificación exterior, no basta perdonar el pecado, porque si el corazón no cambia, el hombre volverá a alejarse y perderá una y otra vez su semejanza con el Padre». Para cambiar ese corazón se encarnó el Hijo, porque «Jesús, el Verbo, con quien Dios creó el mundo y al hombre, es el médico de las almas, Aquel que puede reconstruir esa imagen inicial que el hombre ha empañado. El que puede darnos un corazón nuevo«.
La Resurrección, una «responsabilidad»
La Resurrección es la prueba, «es la única certeza que fundamenta nuestra existencia», dijo a la mañana siguiente, en la homilía del Domingo de Pascua, el patriarca latino de Jerusalén. Y es más que eso, es una llamada a cumplir un deber: «El Evangelio nos pide no encerrarnos en nuestros cenáculos y no medir nuestra vocación en función de tantos miedos, personales o colectivos, sino que nos invita a leer la realidad, la de nuestra Iglesia, a la luz del encuentro con el Resucitado, también hoy. Yo diría especialmente hoy». Y esa lectura se traduce en una «responsabilidad«: «Si somos cristianos, creyentes en Cristo, significa que hemos encontrado al Resucitado. Si hemos resucitado con Él, si hemos experimentado la salvación y la vida nueva, entonces para nosotros el anuncio de la resurrección se convierte en un deber. No es opcional. Y es nuestra responsabilidad hacerlo no sólo también cuando la muerte nos rodea, sino especialmente cuando la muerte nos rodea».
Era un mensaje particularmente dirigido al papel de los cristianos ante el conflicto bélico en Gaza y sus repercusiones en Palestina e Israel: «Es aquí y ahora, en este contexto concreto nuestro, cuando estamos llamados a decir quiénes somos y a quién pertenecemos. A decir con fuerza y determinación que no tenemos miedo, que seguiremos siendo ese pequeño resto que marca la diferencia: a construir relaciones, a abrir de par en par puertas cerradas, a derribar muros de división».
El camino hacia «la Pascua eterna»
Por su parte, el padre Patton dirigió también una felicitación de Pascua a todos los cristianos y lo hizo «desde un lugar muy especial: Tabga, que está a orillas del Mar de Galilea, no lejos de Cafarnaún, del Monte de las Bienaventuranzas y de Magdala».
«Si queremos celebrar la Pascua plenamente», dijo el Custodio, debemos aprender, a imitación de las santas mujeres y los apóstoles, «a no permanecer prisioneros en una tumba vacía. Jesús resucitado va delante de nosotros y camina delante de nosotros. Si queremos celebrar la Pascua, no podemos quedarnos prisioneros de nuestros fracasos personales» ni «aplastados bajo la pesada piedra de las circunstancias que nos toca vivir, que hablan de fracaso y de muerte».
Al contrario: «Jesús resucitado ya ha vencido todo esto y sólo nos pregunta: ¿Me amas hasta el punto de confiar plenamente en mí? ¿Estás dispuesto a empezar de nuevo conmigo? ¿Estás dispuesto a ponerme de nuevo en el centro de tu vida?”. Si la respuesta es que sí, concluyó, «seremos capaces de reconocerle y experimentaremos que esperando en Él nunca seremos defraudados, engañados o confundidos, y podremos caminar con confianza, acompañados por Él, por los caminos del tiempo hacia la Pascua eterna«.