La vida George Walter es una mezcla real entre la de un ermitaño y un peregrino itinerante. Este hecho puede parecer contradictorio pero cuando este peculiar católico no está en una pequeña choza en los terrenos de un monasterio bizantino-católico en el oeste de Pensilvania se encuentra peregrinando a pie entre los santuarios de todo el mundo.
Walter es conocido como “el peregrino George” y desde 1970 ha recorrido a pie casi 70.000 kilómetros de cuatro continentes, siempre buscando a Dios y visitando los mayores lugares de peregrinación. En la historia de su vida aparecen los motivos por lo que empezó.
Y precisamente su primera gran peregrinación le costó miles de kilómetros andando hasta Tierra Santa, donde tras cruzar en barco el Atlántico hizo a pie todo el recorrido hasta el lugar en el que nació y murió Cristo. El mismo lugar en el que este hombre, ahora de 80 años, dio sentido a la llamada que Dios tenía para él.
El padre Seán Connolly le define en un reportaje en Catholic World Report como el Benito José Labre de nuestro tiempo, un santo francés que tuvo una vida de vagabundo y que en ciertos aspectos se asemeja a la vida del peregrino de este siglo XXI.
Labre nació en Francia en 1748 y descubrir su vocación fue duro y complicado para él. Entró en un monasterio trapense, luego en una cartuja y más tarde en un cisterciense. Vio que no se adaptaba a la vida comunitaria y por ello decidió peregrinar hasta Roma caminando y pidiendo limosna, y ver si en Italia podría entrar en algún otro monasterio.
Pero al llegar a Roma, San Benito José Labre no intentó ya de nuevo probar por la vida monástica pues en el camino descubrió su verdadera vocación. Hizo del mundo entero su monasterio, embarcándose en una vida de peregrinaciones que lo conduciría a los principales santuarios de Europa. Con 22 años y durante los siguientes tres años caminó de santuario en santuario en Italia, Suiza, Alemania, Francia, España, viajando así hasta Loreto, Asís, Bari, Einsiedeln, Aix o Compostela. Tras volver a Roma, vivió una enorme vida de piedad como un mendigo y murió en 1783 en olor a santidad. Ese mismo año, 136 curaciones milagrosas fueron acreditadas a su intercesión. Fue canonizado en 1883.
El “peregrino” George es para el padre Connolly, aunque salvando las distancias, un caso parecido al de este santo, que no encontró su lugar en la vida religiosa, pero sí recibió la respuesta de Dios en el camino. En medio siglo ha andado casi 70.000 kilómetros visitándolos principales.
George Walter proviene de una familia muy devota que apoyó su decisión de ser sacerdote. “Terminé el seminario en 1967 y fui ordenado diácono pero no pude pedir el sacerdocio. Le dije al obispo que mi fe era débil y él me dijo que me tomara un año sabático para rezar al respecto”, contaba en una entrevista con Daily Standard.
El entonces joven George discernió que no era la voluntad de Dios que él completara su formación y sirviera a la Iglesia como sacerdote. Su vida espiritual estaba seca en ese momento y se sintió atraído por conocer a Jesús de una manera más personal. Se le concedió un permiso para ausentarse y pronto decidió solicitar una dispensa para volver al estado laico para que pudiera ser libre de buscar la voluntad de Dios por su cuenta.
Buscando estas respuestas para encontrar el sentido de su vida y su misión George supo que debía peregrinar hasta Tierra Santa. Entonces quiso desafiarse a sí mismo y «ganarse» el derecho a rezar en los lugares santos, por lo que decidió caminar.
Partió a pie de Pensilvania a Nueva Orleans, y tras cruzar en barco el Atlántico cruzó España, Francia, Suiza, Italia, Grecia y Turquía visitando todos los grandes santuarios de estas naciones antes de llegar finalmente a Tierra Santa. A lo largo de este viaje de más de 6.000 kilómetros y un año de duración descubrió su vocación y el propósito de su vida.
Como es lógico, este peregrino viaja ligero de equipaje, y una de sus pertenencias imprescindibles en sus largas caminatas es el bastón que fabricó de un trozo de madera que encontró en aquel viaje en una cueva del Monte Carmelo.
En el transcurso de los otros 60.000 kilómetros restantes que ha realizado a lo largo de estas décadas, innumerables almas han contemplado la curiosa vista de este hombre caminando por la carretera con una larga barba, una túnica hecha con parches de ropa vaquera, un ícono alrededor del cuello y su inseparable bastón que está coronado por un crucifijo.
“¿Qué pensaría la élite de Silicon Valley cuando lo vieron viajar por la costa del Pacífico visitando las misiones españolas de California? ¿Qué pensaron esos simples trabajadores rusos cuando lo vieron cruzar los campos helados de Siberia? ¿Qué hay de los clérigos de alto rango en Roma cuando al Peregrino George se le concedió una audiencia con el Papa San Juan Pablo II? Incluso los musulmanes han sido indiferentes con él. En Turquía lo arrojaron al suelo, partieron su bastón en dos y lo golpearon mientras gritaban «¡esta tierra pertenece a Mahoma!”, explica el padre Connolly.
A todos ellos, este ya anciano peregrino les ha hecho un recordatorio severo pero necesario con su estilo de vida radical de que en esta tierra “no tenemos una ciudad permanente”.
Esta mezcla de ermitaño y peregrino vive de la caridad y de la providencia. Sus sandalias se las fabrica con los restos de los neumáticos que encontró en una carretera y lleva más de 30.000 kilómetros con ellas.
“Le prometí al Señor que seguiría caminando hasta que él volviera o me llevara, lo que ocurra primero”. Y esto es lo que hace.