Inès Hennette, estudiante de empresariales, está realizando unas originales prácticas de fin de carrera: catalogar los iconos realizados por una monja benedictina en Jerusalén. Una tarea colosal que la ha reconciliado con Dios, según cuenta Marthe Taillée en Famille Chrétienne:
Esta es la historia de un redescubrimiento. El inesperado que ha tenido con Cristo una estudiante de 21 años en su cuarto año en la escuela de negocios IESEG de Lille. ¿Quién iba a imaginar que al cabo de unos meses, Inés Hennette, que «ya no vivía nada» espiritualmente, encontraría el camino de vuelta a la oración gracias a sus prácticas de fin de carrera que comenzaron a finales de enero?
Podría haber hecho sus prácticas en el mundo empresarial como consultora o gestora de proyectos. Pero Inés tomó una decisión completamente diferente, original e inesperada: catalogar todos los iconos realizados por la hermana Marie-Paul, una monja benedictina fallecida en 2019, con el fin de establecer un inventario riguroso.
La joven estudiante está haciendo sus prácticas en colaboración con el monasterio del Monte de los Olivos en Jerusalén. Al descubrir las edificantes obras de la hermana Marie-Paul, Inés ha «redescubierto a Dios a través del arte, que ya me conmovía».
Un trabajo colosal
Para elaborar el catálogo, Inés tiene que identificar a todas las personas que, en los últimos cincuenta años, han comprado uno o varios iconos al monasterio. «Hay más de 800 iconos en todo el mundo», explica la estudiante, que ya ha catalogado muchos de los nombres que aparecen en los libros de encargos de las hermanas. A continuación, debe verificar meticulosamente los criterios (títulos, calidad de las fotos, dimensiones, etc.) que permitirán establecer el catálogo. «No tenemos derecho a equivocarnos», dice. Para este minucioso trabajo, Inés cuenta con la ayuda de Myriam Rotzetter, conservadora de arte del monasterio, iniciadora del proyecto y presidenta de la asociación Sor Marie-Paul Icon Heritage, de la que Inés es secretaria.
En la actualidad, una monja formada por la hermana Marie-Paul sigue escribiendo iconos en el monasterio. Porque un icono no se pinta, sino que se escribe. «Es un lenguaje, la representación de una oración«, explica Inés, que se ve obligada a trabajar a distancia por culpa de la Covid. Esto no le impide beneficiarse del apoyo de las cinco hermanas de Jerusalén gracias a sus mensajes, «sencillos, llenos de alegría y ternura. Ellas comparten y esto hace que quiera conocerlas», dice admirada. Gracias a esta comunidad de oración y al descubrimiento del valor simbólico y espiritual de los iconos, Inés ha iniciado un camino interior.
Un primer paso hacia Dios
Inés creció en una familia católica, pero su corazón estaba lejos. «No quería decirle a mis amigos que iba a misa. Sufría la situación», recuerda la joven que, a los 16 años, abandonó la práctica de la fe. Hoy, «no sabe rezar». Pero cuando contempla un icono, «piensa en el corazón que puso la hermana Marie-Paul al escribirlo» y desea «prolongar su intención».
«Entender los detalles de una obra de arte va mucho más allá de la propia obra, es un primer paso hacia Dios«, confiesa Inés. Por ejemplo, «en la iconografía, el blanco se utiliza en último lugar, para el estallido final de luz sobre la oscuridad. Todo tiene sentido».
Por la noche, ha cogido la costumbre de «dar gracias a Dios por las prácticas, por las personas que he conocido. Frases sencillas. Y luego, un Padre Nuestro». La joven lleva de nuevo la medalla de bautismo y ha vuelto a la iglesia. «Todavía no voy todos los domingos, hay que ir poco a poco».
Sus prácticas terminarán a finales de julio. Como secretaria de la asociación, llegará hasta el final de su apasionante misión. Pero para ella se ha abierto otro camino, brillante y lleno de promesas.
Traducido por Elena Faccia Serrano.