Cuando contemplamos retrospectivamente la Tercera Cruzada (1189-1192) es imposible no sentirse consternado al ver lo cerca que estuvieron el Rey Ricardo Corazón de León y los cristianos de derrotar definitivamente a Saladino y recuperar Jerusalén. Dos veces durante la campaña, en enero y en julio de 1192, los cruzados avanzaron hasta unos veinte kilómetros de la Ciudad Santa, solo para retirarse sin hacer un esfuerzo serio por sitiarla.
En este artículo intentaré explicar la decisión estratégica de abandonar el primer avance sobre Jerusalén en 1191-1192.
De Acre a Beit Nuba
Durante el verano y el otoño de 1191, los cruzados disfrutaron de una serie de éxitos operativos que parecieron preparar el terreno para un impulso decisivo hacia Jerusalén.
En primer lugar, a principios de julio habían tomado la ciudad portuaria de Acre (a pesar de los esfuerzos coordinados por Saladino para romper el cerco cristiano y liberar a la guarnición), asegurando así no solo una ciudad estratégica y políticamente importante, sino también destruyendo el mito de la invencibilidad de Saladino.
Ricardo (izquierda) y Felipe (derecha) reciben las llaves de Acre tras conquistar la ciudad.
Bajo el liderazgo del Rey Ricardo (Felipe de Francia había partido de Tierra Santa tras la caída de Acre), los cruzados habían marchado luego hacia el sur bordeando la costa, superando de nuevo a Saladino en la batalla de Arsuf (7 de septiembre) y tomando Jaffa (10 de septiembre), el puerto que ofrecía la mejor plataforma para avanzar sobre Jerusalén. Desde allí, los cruzados habían comenzado a moverse cautelosamente hacia el interior, tomando Casal des Plaines y Casal Moyen (31 de octubre), la más cercana de las fortificaciones que se habían construido para proteger el camino a Jerusalén. Habían sido destruidas por Saladino como una táctica para ganar tiempo, y los cruzados se vieron forzados a dedicar las dos semanas siguientes a reconstruirlas.
Ricardo Corazón de León camino de Jerusalén, un cuadro de James William Glass (1825-1855).
Una vez reconstruidas estas fortificaciones, Ricardo había avanzado de nuevo, tomando esta vez Ramala (7 de noviembre) y forzando a Saladino a retirarse a Latrun. Luego el tiempo había empeorado, y Ricardo había detenido su avance con la esperanza de que Saladino se viese forzado a disolver sus tropas, como pedían los emires del sultán vista la dificultad de mantener las fuerzas en campaña con el tiempo de invierno. Saladino había logrado mantener unidas sus tropas hasta el 12 de diciembre, pero entonces se vio forzado a dispersar el núcleo de sus huestes y retirarse con una fuerza muy menguada a Jerusalén. Después de Navidad, Ricardo había reiniciado su avance, tomando Beit Nuba, a solo 19 kilómetros de la Ciudad Santa, el 3 de enero de 1192.
El terreno parecía ahora preparado para un impulso decisivo contra Jerusalén. Una fuerza cruzada grande y bien aprovisionada, experimentada en el arte del asedio, había avanzado hasta estar a tiro de piedra de la Ciudad Santa. El ejército de Saladino, que había sido una fuente de gran preocupación para Ricardo durante la marcha hacia el interior, se había dispersado por las cuatro esquinas de su imperio. A pesar del mal tiempo y de las desastrosas condiciones, la moral de los cruzados estaba alta. Todo parecía apuntar en la dirección de un inevitable –e inevitablemente victorioso- ataque a Jerusalén antes de que se reanudase la temporada de campañas en la primavera.
El avance de Ricardo Corazón de León. Fuente: La Historia con Mapas.
Y entonces, el 8 de enero Ricardo ordenó la retirada a Ramla, primera etapa de una retirada general de regreso a la costa. ¿Cómo podemos explicar este giro sorprendente? ¿Cómo podemos explicar esta catastrófica retirada cuando la finalidad principal y el objeto de la cruzada parecían al alcance de la mano de Ricardo?
La teoría convencional sobre la decisión de retirarse
La opinión más extendida es que la decisión del rey Ricardo de abandonar el avance sobre Jerusalén en enero de 1192 fue una respuesta estratégica más o menos racional a las circunstancias militares objetivas. El tiempo era espantoso, con vientos muy fuertes, temperaturas tremendamente frías, lluvia, granizo, aguanieve y nieve, y estaba empeorando. Las armaduras y las espadas se estaban oxidando, la comida se estropeaba y la ropa se pudría. Y las bajas debidas a enfermedad, deserciones y regresos se estaban incrementando.
El 6 de enero tuvo lugar una reunión de los jefes cruzados para debatir los siguientes pasos. En esta reunión se dieron dos argumentos.
Por un lado, los cruzados procedentes de Europa que habían “tomado la cruz” (voto de completar una peregrinación hasta los Lugares Santos) defendían con firmeza el ataque. Estaban deseando cumplir su voto y creían estar a punto de hacerlo. Aducían que, dada la suerte que había corrido la guarnición de Acre (masacrada tras un prolongado asedio), la guarnición de Jerusalén probablemente se rendiría al primer signo de ataque.
En el otro lado, aquellos que tenían unas raíces más profundas en Tierra Santa (especialmente los templarios y los hospitalarios) se oponían a atacar Jerusalén. Su lógica era simple: si los cruzados planteaban el sitio de la Ciudad Santa, se podrían ver atrapados entre la guarnición y el ejército de refuerzo que inevitablemente llegaría una vez se reanudase la temporada de campañas. Además, alegaban, estaba la amenaza que planteaban las fuerzas sarracenas, residuales pero poderosas, que estaban hostigando las líneas de suministro cristianas. Finalmente, argumentaban que, aunque se tomase Jerusalén, no podría ser conservada. La inmensa mayoría de los peregrinos, una vez cumplidos sus votos, se irían de Tierra Santa para siempre, dejando una retaguardia insuficiente para defender la Ciudad Santa.
El relato que es hoy más común nos presenta a Ricardo sopesando cuidadosamente estos argumentos encontrados, intentando decidir el curso futuro de la cruzada en base a consideraciones de operatividad militar. Se dice que en un momento de las deliberaciones pidió alguien que conociese la zona para dibujar un mapa de Jerusalén. Una vez que vio la entidad de las fortificaciones de la ciudad –o eso nos invita a creer dicho relato- comprendió inmediatamente que sus fuerzas no podrían ni rodear la ciudad con el espesor adecuado ni, en caso de que la rodearan con una línea estrecha, impedir que la guarnición lograse salir para romper el sitio. Se dice que esta consideración inclinó la balanza a favor de quienes habían abogado por descartar el avance sobre Jerusalén. El Rey y su consejo decidieron entonces que, en vez de acelerar el ataque, se retirarían a la costa y reconstruirían las fortificaciones de Ascalón.
¿Qué pensar de esta explicación? Bueno, al menos en mi opinión, simplemente es increíble. ¿Estamos dispuestos a aceptar que la mente militar más aguda de la Cristiandad y el más consumado cruzado no había pedido un plano de las defensas de Jerusalén hasta que estaba solo a unos pocos kilómetros? ¿Vamos a creer que, si había sido sincero sobre su propósito de atacar Jerusalén, Ricardo habría conducido a las huestes cruzadas hasta tiro de piedra de la Ciudad Santa para luego descartar el ataque por el mal tiempo o por la perspectiva de que un reforzado ejército sarraceno llegaría meses después? Dado lo que sabemos sobre el temperamento de Ricardo, esto parece improbable.
Ricardo frente a Saladino en la batalla de Arsuf, según un grabado de Gustavo Doré (1832-1883).
No. Si queremos comprender la decisión de Corazón de León de abandonar el camino hasta Jerusalén, hemos de ir más allá de la narrativa convencional estratégico-militar que se ha convertido en la tesis más extendida para contemplar la perspectiva general o estratégica de Ricardo respecto a la Cruzada.
Una explicación alternativa
En mi opinión, la clave hermenéutica o interpretativa que resuelve este puzle simplemente no se encuentra en la estrecha lógica de los cálculos militares a nivel operativo. Más bien debe descubrirse en la lógica más amplia del pensamiento estratégico de Ricardo. ¿Qué quiero decir con esto? En breve, quiero decir que Ricardo no decidió abandonar la marcha sobre Jerusalén porque en una reunión el 6 de enero le convencieron de que el tiempo, el deterioro de la moral, la amenaza de un remozado ejército sarraceno, la entidad de las fortificaciones de la ciudad o cualquier otra consideración estrictamente militar aconsejaban un cambio de política. Más bien él abandonó el avance porque nunca había pretendido atacar Jerusalén en primer lugar.
Ensanchando un poco el marco, el argumento que estoy proponiendo aquí es que Ricardo nunca contempló utilizar la fuerza bruta militar para reconquistar Jerusalén y restablecer los principados cruzados. En otras palabras, nunca se planteó una guerra directa de conquista en la cual los sarracenos serían expulsados de Tierra Santa solo por la fuerza de las armas.
Al contrario, Ricardo contemplaba el uso de la fuerza militar como un medio para presionar a Saladino para un acuerdo negociado que le permitiría ver realizados sus objetivos estratégicos fundamentales (una presencia cristiana viable en Tierra Santa y el acceso cristiano a los Santos Lugares) en el menor plazo de tiempo posible (Ricardo era bien consciente de que tanto el Rey Felipe como el Príncipe Juan Sin Miedo estaban haciendo buen uso de su ausencia para minar su posición en Francia y en Inglaterra).
Ricardo y Saladino, frente a frente en una estatua ecuestre en Jerusalén.
¿Qué pruebas pueden aducirse para apoyar esta tesis? Pues bien, si miramos de cerca la ejecutoria de Ricardo en Tierra Santa bajo esta lente, se hacen visibles dos patrones (íntimamente relacionados).
Primero, vemos un patrón consistente de intentos de llegar a un acuerdo negociado con Saladino. Desde octubre de 1191 en adelante, Ricardo estaba en contacto habitual con Al Adil, el hermano del sultán, buscando una salida negociada que otorgase a Ricardo su objetivo fundamental, quedando libre para volver a casa y encargarse de Felipe y de Juan. Algunas de las propuestas de Ricardo –como ofrecerle a Al Adil en matrimonio a su hermana Juana como un acuerdo de condominio- pueden ser algo rebuscadas, pero no puede negarse el hecho de que Ricardo estaba persiguiendo sinceramente una estrategia diplomática dirigida a rematar una acuerdo negociado con el que pudiesen vivir juntos cristianos y musulmanes.
Segundo, vemos un patrón consistente de operaciones militares que tienen poco sentido si la estrategia de Ricardo era de conquista, pero que tienen mucho sentido si su estrategia era maximizar su poder negociador. Tan pronto como en agosto de 1191, Ricardo parece haber decidido que un asalto directo sobre Jerusalén –la estrategia militar de conquista- era impracticable: como podrían aconsejarle sin pausa los templarios y los hospitalarios, la marcha hacia el interior le expondría a la posibilidad de una masacre como la de Hattin; la ciudad sería sobremanera difícil de tomar sin un asedio largo; e incluso si Jerusalén caía del lado de los cruzados, sería muy difícil mantenerla. En mi opinión, fue en este momento muy temprano en la cruzada cuando Ricardo optó por una táctica indirecta y diplomática.
Tras la caída de Acre, el plan inicial de Corazón de León era bajar por la costa hasta Ascalón, que dominaba la ruta entre Siria y Egipto (siento ésta la fuente de riquezas de Saladino). El razonamiento de Ricardo era que una vez controlase Ascalón, podría amenazar Egipto, mucho más importante para Saladino que Jerusalén, y así crear un contexto favorable a las negociaciones (que él inició casi inmediatamente después de llegar a Tierra Santa).
Sin embargo, cediendo a las presiones de los jefes cruzados, en septiembre Ricardo accedió de mala gana a la petición mayoritaria de que encabezase un ataque sobre Jerusalén. En octubre, sin embargo, aunque los cruzados estaban comenzando su avance sobre la Ciudad Santa, Ricardo tenía los preparativos para una invasión de Egipto en estado avanzado, aunque de nuevo parece que su objetivo era más convencer a Saladino de que iba en serio que poner realmente en marcha una ofensiva importante. Y, desde luego, tras la decisión de abandonar el avance sobre Jerusalén en enero de 1192, cuando Ricardo podía haber conducido a sus huestes contra cualquier objetivo, inmediatamente se dirigió a Ascalón.
Ricardo Corazón de León en la batalla de Ascalón, en el momento de descabalgar a Saladino, un lienzo de Abraham Cooper (1787-1868).
De hecho, los datos indican que siempre que Ricardo fue capaz de seguir su camino, condujo a los cruzados hacia lo que solo puede ser considerado como su objetivo estratégico principal: Ascalón, el eje del imperio de Saladino y una pieza de negociación de tan enorme valor que Saladino mismo, en un momento dado, destruyó las fortificaciones por temor a que cayesen en manos de Ricardo.
Ricardo sólo condujo las huestes cruzadas contra Jerusalén cuando fue forzado a ello, e incluso entonces sin entusiasmo y sólo para intensificar la presión sobre Saladino.
Vista así, la decisión de “abandonar” el avance sobre Jerusalén en enero de 1192 es perfectamente explicable. Para Ricardo, tomar Jerusalén por la fuerza de las armas nunca fue un objetivo estratégico principal. Sin lugar a dudas, aceptó bajo presión conducir el avance, y probablemente confió en que tal avance añadiría presión sobre Saladino para negociar un acuerdo favorable a los cruzados.
Pero mi interpretación es que nunca pretendió seriamente asediar la Ciudad Santa. Cuando fue posible para él descartar el avance, aprovechó la oportunidad, renovando tanto las negociaciones como su estrategia indirecta de presionar a Saladino tomando, fortificando y defendiendo Ascalón.
Andrew Latham es especialista en geopolítica medieval y profesor de Ciencias Políticas en el Macalaster College de St Paul (Minnesota, Estados Unidos). Es autor de Theorizing Medieval Geopolitics: War and World Order in the Age of the Crusades (Routledge, 2012).
Artículo publicado en Crisis Magazine.
Traducción de Carmelo López-Arias.