La Navidad se celebró en Belén por todo lo alto desde la mañana del día de Nochebuena, con la acogida de la ciudad al administrador apostólico del Patriarcado Latino de Jerusalén, Pierbattista Pizzaballa, quien salió de la Ciudad Santa hasta el lugar donde nació Jesús, en la Basílica de la Natividad, acompañado de numerosos homenajes oficiales y populares.
A una primera etapa en el convento greco-ortodoxo de Mar Elias siguió un alto en la tumba de Raquel, antes de entrar en Belén, donde fue recibido por el alcalde, Anton Salman. Luego, ante la basílica, le esperaba el padre Luis Enrique Segovia Marín, guardián de la fraternidad franciscana de Belén, junto a representantes de las comunidades greco-ortodoxa y armenia.
A las cuatro de la tarde se celebraron las vísperas en la iglesia de Santa Catalina, a lo que siguió la tradicional cena de los frailes de la Custodia de Tierra Santa con monseñor Pizzaballa y las autoridades civiles, encabezadas por el presidente palestino Mahmud Abbas.
Luego, de nuevo en la iglesia de Santa Catalina, a la medianoche monseñor Pizzaballa entonó el Gloria in Excelsis Deo, acompañado por las campanas festivas y en presencia de los cónsules generales de España, Italia, Francia y Bélgica, en cuanto naciones católicas.
«Navidad es el día en el que somos invitados a preguntarnos de nuevo dónde nos ubicamos», dijo monseñor Pizzaballa en la homilía: «¿Estamos con los pastores en camino de búsqueda del Emmanuel, del Dios-con-nosotros, en nuestra vida y en la vida del mundo, o también nosotros hemos cerrado nuestros palacios?».
Añadió que el modelo a imitar en nuestra vida diaria debe ser el de Belén: la humildad, la pobreza, el ser pequeños, aunque a menudo nos cansemos: «Esto sucede cuando rechazamos la realidad de la existencia de otros que son distintos a nosotros, judío, musulmán o cristiano, cuando nos cansamos de hablar de paz y de construirla y la consideramos una utopía irrealizable».
Ante esta situación, solo queda mirar al Niño Jesús, que fue llevado en procesión al concluir la misa hasta la Gruta de la Natividad: «Un niño que suscita en todos, incluso en aquellos de corazón más duro, la ternura y la sonrisa. Esa sonrisa y esa ternura forman parte de la gloria con la que los ángeles envolvieron a los pastores. Que el Niño de Belén suscite en todos nosotros tanta ternura y nos regale de nuevo una sonrisa. Aunque no se resolverán todos nuestros problemas, ese Niño sin duda nos hará felices«.