El 25 de marzo, la basílica del Santo Sepulcro en Jerusalén fue cerrada para una semana como consecuencia de las medidas decididas por el gobierno israelí para frenar la pandemia de coronavirus. Pero al cumplirse el plazo, las autoridades han decidido prorrogar la clausura por tiempo indefinido, un hecho insólito en la historia del templo. Desde 1349, con la Peste Negra, y salvo los tres días de 2018 en los que fue cerrado como protesta contra una tasa abusiva que fue retirada, el Santo Sepulcro no había conocido una situación similar.
Momento del cierre del Santo Sepulcro, el pasado 25 de marzo, festividad de la Anunciación.
El padre Francesco Patton, Custodio de Tierra Santa, junto con los responsables de las comunidades greco-ortodoxa y armenia, que gestionan con él el status quo de la basílica, se han dirigido al presidente israelí, Reuven Rivlin, para pedir que intervenga ante el gobierno y garantice la celebración de la Semana Santa, cumpliendo las exigencias sanitarias que impone el Covid-19.
La aplicación de las ordenanzas de prevención del contagio «parecen no ser plenamente conscientes de la naturaleza del lugar», sostiene la misiva, que debe ser respetado «en su naturaleza, en su singularidad y en su autonomía«. Aunque se muestran dispuestos a cumplir todas las normas sobre higiene y separación entre personas, limitando el acceso, afirman que, «en conciencia», no pueden aceptar «que se impida a nuestras comunidades celebrar dentro de la Basílica según lo establecido por los respectivos calendarios. Sería algo contrario a la libertad religiosa, raíz de todas las libertades», añaden.
«Encontramos extremadamente ilógico», insisten, «que muchos otros lugares menos importantes puedan operar normalmente, mientras que el lugar más sagrado para los cristianos debe permanecer cerrado, no solo para el público sino incluso para los responsables religiosos de las comunidades que viven dentro». Lo que piden es que, aunque no haya público, puedan acceder al menos diez personas para celebrar los cultos de Semana Santa y que puedan ser transmitidos a todo el mundo.
Por su parte, Patton añadió en declaraciones a Reuters que precisamente «las comunidades que viven en el Santo Sepulcro tienen el deber y la misión de rezar en ese lugar por todos los habitantes de la tierra«.
En el Muro de las Lamentaciones, por ejemplo, las autoridades permiten pasar a los fieles a rezar de diez en diez y manteniendo una distancia de seguridad de dos metros entre sí. Se han retirado todas las notas de papel con intenciones de oración que suelen depositarse entre las piedras del muro, y se ha procedido a la desinfección de la pared. Las notas serán enterradas en unas bolsas especiales en el Monte de los Olivos.
Unas disposiciones similares podrían garantizar el culto en la basílica del Santo Sepulcro y que desde todo el orbe cristiano, confinado en sus casas sin poder acceder a los oficios, se pudiese al menos seguir por televisión o internet la Semana Santa en el lugar donde tuvo lugar hace dos mil años. Se asume que actos como la procesión del Domingo de Ramos por toda la ciudad es imposible, pero el resto de actos no exigen más que el espacio interior del templo, donde de hecho ya viven las comunidades del status quo.
«Hemos de dar al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios», dijo Patton, recordando las palabras de Jesucristo, pero también «las autoridades civiles tienen que respetar los derechos de Dios«.