Las restricciones que impone la pandemia de coronavirus impidieron este año la celebración de la espectacular procesión del Domingo de Ramos por la ciudad de Jerusalén, a la que asisten miles de peregrinos de todo el mundo.
Pero, al menos, pudo celebrarse la Misa Pontifical en el Santo Sepulcro, aunque a puerta cerrada. Según informa la Custodia de Tierra Santa, tras bendecir las palmas el administrador apostólico del Patriarcado de Jerusalén, Piertattista Pizzaballa, celebró la misa del Domingo de Ramos en presencia de unos pocos frailes franciscanos y de algunos seminaristas.
Por la tarde, monseñor Pizzaballa se desplazó hasta el santuario Dominus Flevit, en el Monte de los Olivos, junto al padre Francesco Patton, custodio de Tierra Santa, y algunos franciscanos y sacerdotes del clero local. Allí dirigió unas palabras a los presentes y a quienes seguían la ceremonia a través de Christian Media Center.
«Jerusalén es el símbolo de la Iglesia y de toda la humanidad, es la casa de oración para todos los hombres, según las Escrituras», dijo: «Cuando lloramos sobre Jerusalén junto a Jesús desde este lugar, lloramos sobre toda la fraternidad humana por este difícil momento que estamos viviendo y por este triste Domingo de Ramos. Triste pero esencial”.
La referencia de monseñor Pizzaballa tiene sentido porque el Dominus Flevit está construido en el lugar donde lloró Jesucristo tras contemplar la ciudad y predecir su ruina -que tendría lugar en el año 70- por no haber reconocido al Mesías (cf. Lc 19, 41-44).
Glosando la celebración del día, el prelado explicó que «el significado que Jesús atribuye a su ‘entrada triunfal’ es distinto del significado que la población de Jerusalén vio en ella», y «quizá es esta lección que quiere darnos hoy Jesús. Nos volvemos a Dios cuando hay algo que nos duele”, como ahora con la pandemia, pero “Jesús responde a su manera”. Y a veces, «precisamente porque dice ‘sí’ a nuestros deseos más profundos, debe decir ‘no’ a nuestros deseos inmediatos… La historia de la gran entrada en Jerusalén, por tanto, es una lección sobre la discrepancia entre nuestras expectativas y la respuesta de Dios… El evangelio, sin embargo, nos dice que la fe cristiana está basada en la esperanza y en el amor, no en la certeza. Él no solucionará todos nuestros problemas, no nos dará todas las certezas que necesita nuestra naturaleza humana, pero no nos dejará solos. Sabemos que nos ama”.
Tras concluir su mensaje, monseñor Pizzaballa bendijo Jerusalén con la reliquia de la Santa Cruz: “La ciudad está cerrada, el mundo está cerrado. Nosotros debemos permanecer abiertos con el corazón, con las intenciones, con la oración. La oración puede superar las barreras que hay dentro de cada uno de nosotros y también fuera”, concluyó.