El pasado miércoles 25, las autoridades israelíes ordenaron el cierre de la Basílica del Santo Sepulcro en Jerusalén, en principio por un periodo de una semana. Las comunidades que residen dentro del templo, donde permanecen incluso de noche, continúan celebrando las liturgias correspondientes e intensifican su oración, según declararon, tras ser informados de la situación, los representantes de las tres comunidades que comparten la gestión de la basílica: el padre Francesco Patton, Custodio de Tierra Santa, el patriarca greco-ortodoxo Theofilos III y el patriarca armenio Nourhan Manougian. «Rezaremos para pedir al Padre Celestial que ponga fin a la pandemia, por la curación de los enfermos, por la protección de los trabajadores de la salud, por la sabiduría de los pastores y gobernantes, por la salvación de los que han perdido la vida», aseguraron. Solamente unas pocas personas podrán entrar en el templo para acompañar las celebraciones.
«Estos son tiempos peores que la guerra«, comentó el arzobispo Pierbattista Pizzaballa al respecto de ésta y otras inéditas situaciones causadas por la pandemia: «Durante la guerra, uno al menos podía reunirse y rezar en las iglesias, para darnos fuerza. Hoy, si bien tratamos de suplir esto a través de Internet, no es lo mismo».
Como en otros lugares del mundo, «no se pueden realizar visitas a las casas, pero los sacerdotes pasan las jornadas en el teléfono, para escuchar a las familias, hacer llegar su solidaridad inclusive en términos prácticos. Hay voluntarios de las parroquias que llevan comida a los ancianos, preparan bebidas, llevan agua bendita a las casas… pequeñas formas de solidaridad».
En una entrevista en Asia News, el administrador apostólico del Patriarcado Latino de Jerusalén lamentó «la falta de peregrinos en los lugares santos, que se presentan vacíos, algo que es fuente de gran dolor«, lo cual «se refleja de una forma muy dura en la economía, porque miles de personas han quedado sin trabajo, y muchas familias viven en condiciones precarias. Debemos permanecer unidos a través de la oración y los medios de comunicación que, en este sentido, ayudan. No estamos acostumbrados a recibir: ahora ha llegado la hora de dar, de ayudarse… la hora de la solidaridad».
Monseñor Pizzaballa, que está preparando su mensaje de Pascua, confiesa estar reflexionando mucho en estos días sobre el sentido de esa fiesta central del cristianismo en el contexto de la crisis mundial por el coronavirus: «Todos nos vemos azotados por esta emergencia, que termina erosionando algo que para nosotros es un factor constitutivo: el vínculo. Hoy no podemos tener un vínculo físico, nuestras celebraciones requieren de la presencia física. Esta ausencia nos invita a atender y rever nuestro modo de relacionarnos, a repensar nuestras relaciones. La Eucaristía es relación que se vuelve sacramento. Por eso, para estos últimos días de Cuaresma, invitamos a reflexionar sobre cómo vivimos los vínculos, para poder luego retomarlos de una manera nueva. Incluso aquellos de carácter comercial y financiero».
La pandemia, añade, «nos recuerda lo limitados que somos, que somo criaturas y no creadores. Con la ciencia hemos alcanzado cimas y conquistas increíbles, y esto termina ilusionándonos, pensando que podemos ser artífices de nuestro destino. En realidad, basta un pequeño virus para que toda nuestra estructura salte por los aires. No somos dueños de nuestro destino, no estamos solos en la tierra. Debemos levantar la mirada y, para quien tiene fe, recordar que somo criaturas, y si somos criaturas, también hay un Creador».
Esta situación de incertidumbre y miedo que viven hoy tantas personas, «de desorientación, de subestimar muchas referencias humanas y culturales que hasta ahora marcaban una vida en la que quizás no había lugar para el espíritu», puede dar lugar a un reavivamiento de la fe: «Todo esto ha despertado muchas preguntas y un gran deseo de muchas personas que se habían alejado. No digo que vaya a haber un retorno inmediato a la Iglesia, pero al menos hará que nos interroguemos sobre algo más verdadero y profundo para nuestra vida».