«Cada hombre y mujer es una misión, y esta es la razón por la que se encuentra viviendo en la tierra». Son palabras del Papa Francisco en el mensaje para la Jornada Mundial de las Misiones con el tema: Junto a los jóvenes, llevemos el Evangelio a todos. El Pontífice, además, ha exhortado a los jóvenes a ser «discípulos misioneros, cada vez más apasionados por Jesús y su misión, hasta los confines de la tierra».
Pero, ¿qué significa ser misioneros? Para los miembros de la Asociación Comunidad Papa Juan XXIII [Apg23, por sus siglas en italiano: Associazione Papa Giovanni XXIII] que este año celebra el 50 aniversario de su fundación, significa compartir directamente la vida con los marginados, con quienes son rechazados y despreciados, ser familia con quien no la tiene, seguir a Jesús pobre y que sufre, dar espacio a la oración y a la contemplación, viviendo la fraternidad. In Terris ha hablado de todo esto con Barbara Branchetti, miembro de la asociación fundada por Don Oreste Benzi y enfermera de 39 años, que ha decidido dejar todo para trasladarse a Jerusalén, donde ha abierto una casa familia que acoge a niños migrantes.
-¿Cómo conoció la Comunidad Papa Juan XXIII?
-Empecé a acercarme a la Apg23 en 2012, a través de un curso sobre misiones en la Universidad Católica. Tras dos breves experiencias en Bangladesh y haber conocido diversas realidades de la comunidad, en 2015 escribí la carta para empezar el periodo de verificación vocacional. Después me trasladé a vivir a Faenza, a una de nuestras Casas de fraternidad y acogida, viviendo dos años espléndidos de compartición, en los que tuve la posibilidad de formar parte de la Unidad de carretera (ámbito anti tráfico de seres humanos de la zona de Emilia Romaña) durante más de un año y medio y de enamorarme del carisma de nuestra hermosa comunidad. Tomé la decisión de convertirme en miembro en 2017, el mismo año en el que recibí la propuesta de ir a una tierra extranjera, viviendo la vocación con toda su plenitud y esplendor. Y no una tierra cualquiera, sino la tierra de Jesús: Jerusalén. Mi «sí» fue inmediato, sin reservas ni vacilaciones; era la propuesta que esperaba desde hacía años, siempre he tenido el deseo de poder vivir mi vocación en cualquier lugar si el Señor me mandaba. Para ser sincera, los pasos realizados después de ese día han sido pensados y razonados. La delegación de Salud de Romaña ha sido realmente muy comprensiva, porque me ha dado la posibilidad de cogerme un año de excedencia. Tengo un contrato indefinido en el Hospital Morgagni Pierantoni de Forlì.
-Dejar el trabajo ha sido una elección contracorriente… ¿Qué te ha impulsado a hacerlo? ¿Por qué has decidido cambiar de vida?
-No puedo decir que he tomado una decisión extrema porque no he interrumpido mi contrato de trabajo, sino que he cogido una excedencia. Ahora estoy enviando una segunda petición para alargar la excedencia otro año; el proyecto necesita continuidad, seriedad, paciencia y confianza en las relaciones. Para mí, por el momento, sería impensable la idea de volver a mi vida anterior. La relación afectiva que se han creado con los cinco niños con los que vivo desde el mes de febrero son realmente importantes para mí y, lo queramos o no, nos hemos convertido en una familia.
»Una familia un poco especial, pero lo que se ha construido hasta ahora tiene un valor inestimable para mí y para ellos. No puedo decir que he cambiado de vida, en el fondo ya lo hice en 2015, cuando me trasladé a vivir a Faenza. A partir de ese momento mi existencia ha dado un giro completo. Sólo deseaba experimentar la vocación específica de la comunidad; sólo viviendo al lado de mis hermanos y hermanas, que a menudo no elegimos, he sentido el gozo de una vida que, entre muchas fatigas y grandes alegrías, cada vez más tiene el perfume del Evangelio. Cuando fui a vivir en comunidad, comprendí que la vida en unión a veces cuesta, pero te ayuda a no estar encerrado en ti mismo y a salir del egocentrismo. Antes de este giro el centro de todo era yo, mis problemas, mis dificultades, mis prioridades, mis exigencias. Después llegaron «los otros» y mi vida empezó a tener, por fin, el sabor y el ritmo que deseaba desde hacía años, aunque yo no lo sabía.
-¿Qué significa ser misionera?
-En realidad no me siento absolutamente a la altura de ser llamada misionera. El único gran mérito ha sido el de dar un pequeño «sí», sin plantearme muchos razonamientos, a un proyecto mucho más grande que yo y mis posibilidades humanas. Si me hablas de misioneras, en la primera mujer que pienso es en mi conciudadana Annalena Tonelli; siento una gran admiración por esta mujer, tengo una foto suya en mi habitación junto a mi cama, en la que está escrita una bella frase suya: «En el mundo existe una única tristeza: la de no ser santo, es decir, la de no amar». Durante años he tenido uno de sus libros, de cartas, en mi mesilla de noche. Y cuando pienso en cómo vivía su vocación, se me saltan las lágrimas, porque realmente Annalena ha sido la misionera con «M» mayúscula: se ha entregado toda ella, en alma y cuerpo; ha entregado a los pobres de Etiopía y Somalia cada uno de los talentos que el Señor le ha dado sin guardar nada para sí.
»Ser misionero es vivir y llevar el Evangelio con tu carne, tu sudor y tus fatigas a cualquier parte del mundo en el que el Señor te llame; puede ser también tu tierra natal. Siempre digo que muchas madres, en la discreción de sus hogares, hacen desde hace tiempo todo lo que yo estoy haciendo ahora, sin que nadie les pida que respondan a unas preguntas para una entrevista. No me siento misionera, aún no soy digna de responder a esta pregunta, me queda mucho por aprender.
-¿Cómo te has preparado para esta experiencia?
-Los meses anteriores a mi traslado a Jerusalén han sido meses de preparación. El responsable de la zona de Oriente Medio para la Apg23, Antonio De Filippis, me ha acompañado como si fuera una hija, introduciéndome al mundo de Oriente Medio, haciendo que conociera la comunidad católica local que nos acogería en Tierra Santa y animándome a empezar el estudio del idioma, porque los niños con los que tendría que vivir han nacido y crecido en Israel y hablan hebreo. He rezado mucho y me he encomendado al Señor para que me diera fuerzas, valentía, constancia, paciencia, gran humildad y perseverancia para lanzarme a una aventura mucho más grande que mis posibilidades humanas. Quiero decir esto porque creo que Dios a mí sólo me ha dejado la libertad de decir «sí, voy»; el resto lo hace Él dándome energías que no sabía que tenía.
-En la inauguración de la casa familia estaba presente monseñor Pierbattista Pizzaballa, administrador apostólico del Patriarcado latino de la Ciudad Santa. ¿Os ha dicho algo especial? ¿Algo de lo que ha dicho resuena aún en tu corazón?
-El 28 de septiembre, después de casi ocho meses de apertura de la casa familia, celebramos su inauguración. Monseñor Pizzaballa nos ha regalado su importante presencia celebrando la misa en nuestro patio y bendiciendo cada una de las habitaciones y estancias de la casa, precedido por nuestros cinco niños, que corrían arriba y abajo, de una habitación a otra, indicándole el camino. Ha pronunciado la homilía en hebreo y en inglés, para permitir a todos comprenderla, y se ha dirigido directamente a los niños, hablándoles con gran sencillez y simpatía. Ha hecho referencia a la figura de los Ángeles Custodios, que a menudo pasan a través de las personas que están cerca de nosotros, nos ayudan, nos sostienen. De hecho, el nombre de la casa es Guardian Angel House.
»Ha dado las gracias a la comunidad del Papa Juan XXIII por haber creído en la apertura de este proyecto junto al Vicariato de Santiago, que se ocupa de la pastoral de los migrantes. Y ha llamado a los miembros de la Apg23 «locuelos», como también hacía nuestro fundador don Oreste Benzi, locamente enamorado del Señor, y que se entregó totalmente a los últimos, a los que nadie quiere.
-Has elegido abrirte a la acogida precisamente en la tierra de Jesús, que siempre quiso junto a sí a los pobres y los pequeños, a los últimos. ¿Qué significado tiene para ti estar precisamente en Jerusalén?
-Estar en Jerusalén es para mí una gracia y un gran don, un don inesperado. Todo recuerda la Palabra de Dios, aquí Jesús llega como un recién nacido para el rito de la Presentación. Vuelve para la fiesta de la Pascua con sus padres, se sentó con los doctores del Templo para discutir con ellos. Cura al paralítico en la piscina de Betesda. Aquí tiene lugar el episodio de la expulsión de los mercaderes del Templo. Y la última cena, la crucifixión y la resurrección. Aquí cada piedra habla de Él, su presencia es tangible. Vivir el Evangelio aquí es un privilegio y, de verdad, pienso que muy a menudo el Señor llama y elige a los últimos para realizar grandes cosas. Para mí la prioridad es crecer en la relación con Dos y aquí lo siento vivo y presente; pero sobre todo advierto su presencia en nuestra casa y, sobre todo, en nuestra capillita cuando, por la noche, junto a los niños nos sentamos en la gran alfombra y rezamos al Señor en hebreo, cogidos de la mano. Entonces siento que el Señor ya me ha hecho el regalo más grande de mi vida.
Publicado en In Terris.
Traducción de Elena Faccia Serrano.