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Via Crucis: «En otros lugares celebran el tiempo, el Viernes Santo; aquí celebramos también el espacio»

En silencio se cerró la celebración del Jueves Santo y en silencio se ha iniciado la del Viernes. Al amanecer del 14 de abril el Santo Sepulcro estaba de nuevo repleto de fieles y cargado de expectación.

El administrador apostólico del Patriarcado latino Pierbattista Pizzaballa ha llegado al Calvario, llevando la reliquia de madera de la cruz de Jesús, justo allí donde fue clavada hace dos mil años. La narración de la Pasión de Cristo ha sonado con fuerza, a tres voces, acompañada a veces por el coro de la Custodia. Jesús parecía estar allí reviviendo sus tormentos, sin responder a los insultos, dejándose clavar en la cruz de nuevo, como cada día, por amor. Pequeños detalles indicaban un momento de intensa espiritualidad: las vestiduras rojas de los sacerdotes, los ojos atentos de los peregrinos, la emoción de sentir por dentro la veracidad de esas palabras. Según lo previsto en este día especial, a continuación se proclamó la oración universal.

«Precisamente en este lugar llamado “de la Calavera”, testigo de la Pasión y de la muerte de nuestro redentor y centro de la tierra donde la humanidad ha recibido la regeneración de su sangre, acompañamos a Jesucristo en su pasión, veneramos el sagrado madero de la cruz», exclamaba monseñor Pizzaballa. Con dificultad, a pesar de la estrechez del espacio, los fieles y sacerdotes que conseguían subir al Calvario, besaban la cruz en señal de homenaje y como gesto simbólico.

El Viernes Santo, siguiendo una antigua tradición, la Iglesia no celebra la eucaristía pero de todos modos se ha distribuido, tras traerla del sepulcro del Señor. En la basílica de la Resurrección, mientras tanto, se escuchaban, como de costumbre, los cánticos de oración de otras confesiones cristianas. «Este sitio quizá es confuso por las personas que lo ocupan y los sonidos que se escuchan, pero estar aquí en Viernes Santo es extraordinario», contaba una peregrina de Polonia que no ha podido seguir la celebración desde el Calvario. Lo mismo decía Halbert, su marido: «Me siento confuso e impresionado al mismo tiempo. Escuchar las diferentes formas de orar de las distintas iglesias es bonito e importante para la unidad de la iglesia».

A las pocas horas, la multitud comenzaba a reunirse frente a la Flagelación, donde se encuentra la primera estación. Peregrinos, parroquianos locales, monjas, seminaristas, frailes: desde aquí se ha iniciado el Via Crucis. Los fieles eran muchísimos, de edades, orígenes y lenguas diversas. Habrían sido aún más si muchos no hubieran sido bloqueados por la policía israelí que intentaba mantener el orden, sin conseguirlo. La gente se agitaba tras las barreras: «¡Dejadme pasar! ¡Yo también quiero participar! », gritaba una señora muy enfadada a los soldados, sin miedo. Los más afortunados conseguían llegar a la primera estación, desde donde se parte. «¡Qué emoción!», exclamaba muchas veces sor Ángela que, ágil, adelantaba incluso a los fotógrafos. Siempre delante, a pesar de la multitud: «No es la primera vez que asisto. ¡Y ya he aprendido a moverme!», explicaba guiñando el ojo.

Los rincones de la ciudad vieja se llenaban. Los fieles seguían la voz de fray Clovis que guiaba la oración con un micrófono. Siguiendo a los franciscanos, la procesión de la parroquia conducida por los scout de la ciudad vieja. Los jóvenes Mark y Samir se encontraban entre ellos, vestidos de verde, con la clásica pañoleta de lobatos al cuello. Comentaban así: «¡Para muchos es la primera vez pero nosotros estamos aquí cada año! Siempre es bonito. Nos sentimos parte de todo esto: ¡sucedió justo aquí, en la que hoy es nuestra ciudad!».

 

Ambas procesiones, una detrás de otra, rezaban volviendo sobre los pasos del doloroso recorrido de Cristo. Por un momento, delante de la octava estación, la multitud calla. Centenares de personas en silencio. El ambiente era muy distinto de aquella alegría del Domingo de Ramos.

Estación tras estación, el grupo ha llegado al Santo Sepulcro. Han subido al Calvario, con esfuerzo. Se han detenido, solemnes, frente al Edículo recién restaurado. Aquí, la decimocuarta estación: Jesús es colocado en el sepulcro tras ser descendido de la cruz. Allí ha terminado la procesión. Fray Oscar, tras estrechar la mano a algunos peregrinos, explicaba: «Aquí se produce un fenómeno interesante. En el resto del mundo se celebra el tiempo, Viernes Santo, Sábado Santo… se celebra el día.

Sin embargo aquí celebramos el tiempo pero también el espacio, estamos en los lugares de la vida, muerte y resurrección de Jesús». Precisamente esta es la singularidad de este Via Crucis, por esto es única la Semana Santa en Jerusalén.

Texto y fotos: Custodia de Tierra Santa.

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