El órgano resuena dentro de los muros, los sacerdotes avanzan con vestiduras blancas y los numerosos peregrinos esperan en pie: empieza el triduo pascual en el Santo Sepulcro. Con la misa in Cena Domini del Jueves Santo se han iniciado las celebraciones que preceden a la Pascua en la basílica de la Resurrección. Más de doscientos presbíteros han tomado parte en la liturgia con la que se recuerda la institución del sacerdocio ministerial y el amor con el que Cristo amó a sus discípulos, hasta lavarles los pies. Un gesto simbólico que se ha repetido también en esta misa, cuando el administrador apostólico Pierbattista Pizzabala ha lavado los pies de seis seminaristas y seis frailes franciscanos. Otro signo importante de esta celebración ha sido la bendición de los santos óleos para los enfermos, catecúmenos y sacerdotes.
«Estamos aquí como iglesia de Jerusalén y lo digo con nueva emoción en este mi primer Jueves Santo como obispo –ha dicho Pizzabala en la homilía-: asisto con vosotros como discípulo, pero también como vuestro obispo, para convertir a esta diócesis en una esposa perfumada, preparada para el esposo que llega». Los presbíteros asistentes han renovado las promesas sacerdotales, todavía con las palabras que acababan de escuchar de Pizzabala en su interior: «No olvidemos que hemos nacido en el cenáculo, que hemos sido ungidos con el crisma, que se nos ha confiado la Eucaristía. Somos, por tanto, ministros de un Dios de rodillas, enviados a servir y a curar, sacerdotes que no solo ofrecen, sino que se ofrecen en sacrificio para la vida del mundo».
Después de la larga procesión, que ha girado tres veces alrededor del Edículo, y de depositar el Santísimo en el sagrario, la asamblea se ha disuelto sin bendición final.
Fuera del frío del Santo Sepulcro, bajo el sol cálido de la mañana, los peregrinos han salido con la alegría en los ojos. Como Fernando, un seminarista de Ecuador: «Antes leía el Evangelio y conocía los lugares gracias a las Escrituras. Ahora estoy en estos lugares de los que siempre he oído hablar».
La peregrinación al Cenáculo
Las celebraciones del Jueves Santo no han terminado aquí. De hecho, acaban de comenzar. Por la tarde, tras la entrega de la llave del Santo Sepulcro al vicario de la Custodia fray Dobromir Jazstal, se continúa con la peregrinación al Cenáculo. Una multitud coloreada se ha reunido frente a San Salvador, esperando a los frailes. Se hablaba en muchas lenguas, hoy peregrinos y habitantes locales se mezclaban. Con la llegada del Custodio, el grupo ha comenzado a caminar tras los kawas. Primera estación multitudinaria, precisamente el Cenáculo.
Los niños de la parroquia de Jerusalén y sus respectivas familias ya habían cogido sitio en el lugar donde Jesús comió con los apóstoles la última cena. En la penumbra, los flashes de las cámaras fotográficas iluminaban los rostros de los peregrinos amontonados por todas partes. El Custodio ha lavado los pies de los pequeños, recordando de nuevo el rito celebrado por Jesús durante la última cena.
Una madre emocionada decía a todos: «¡Mi hijo está entre ellos! » También Janette observaba a su nieto comentando en voz baja, «¡qué emoción con toda esta gente! ¡Allí está!» Tras la lectura del evangelio de Juan, el Custodio ha invitado a los asistentes a rezar un Padrenuestro, cada uno en su propia lengua. Así, el conjunto de voces confusas se ha transformado en una sola voz con el mismo significado. Solo aparentemente incomprensible.
Desde el Cenáculo, la procesión se ha dirigido hacia la iglesia de Santiago de los armenios. Durante el trayecto, caminando a paso rápido, el Custodio ha comentado: «El Cenáculo es precisamente el lugar donde Jesús lavó los pies a sus discípulos y este gesto anticipa el significado de su pasión. Recordemos que el Cenáculo también es el lugar de la institución de la Eucaristía». Desde Santiago, el grupo se ha abierto camino por las callejuelas interiores del monasterio armenio para llegar a la pequeña iglesia de los Arcángeles.
Aquí, el vicario fray Dobromir ha recordado el sentido de esta estación: «Estos lugares son queridos también por nosotros los frailes. Como se sabe, en 1551 los franciscanos fueron expulsados del Cenáculo y, al no tener otro lugar a donde ir, fueron acogidos precisamente aquí, por los armenios, durante seis años». El tiempo justo para un Padrenuestro y se vuelve a partir. El sonido de los bastones de los kawas guiaba a los últimos peregrinos, que avanzaban al final del grupo. La iglesia siria ortodoxa de San Marcos era la última etapa antes de la vuelta a San Salvador.
¿Cómo no dar gracias a Dios?
La fachada de la basílica de Getsemaní está iluminada para la vigilia de la hora santa. En el interior, los peregrinos –sentados hasta en el suelo– susurran, rezando o admirando los magníficos mosaicos que brillan con sus bellos colores.
La vigilia de oración, presidida por fray Francesco Patton, Custodio de Tierra Santa, no tarda en comenzar. Durante esta hora santa, los fieles son invitados a velar, rezar y meditar sobre los tres principales momentos que tuvieron lugar en este mismo sitio: la predicción por parte de Jesús de la negación de Pedro y la huida de sus discípulos, la agonía de Jesús en el huerto y finalmente su arresto.
Terminada la vigilia, los fieles se reúnen en el exterior y por las calles, donde se ha cortado el tráfico, para iniciar la procesión hasta San Pedro en Gallicantu. La comitiva se desplaza a la luz de las velas, acompañada de cánticos y melodías. “Formamos parte de las personas que iniciaron esta procesión en 2000 –refiere Issa Majlaton, miembro de la coral de San Salvador-. Con la parroquia, solo éramos cincuenta al principio. Después de todos estos años, ver el número de gente que ahora participa nos hace felices. Estas personas, jóvenes y menos jóvenes, vienen, caminan juntas y rezan. Esta tarde podemos sentir y ver a nuestro alrededor que la palabra de Dios está siempre en los corazones: ¿cómo no dar gracias a Dios?”
El párroco de Belén, fray Rami Asakrieh, ha acompañado a cinco autobuses de su parroquia y subraya la importancia de su presencia, explicando su viaje. ”Sí, tenemos la suerte de venir del lugar donde nació Jesucristo, Belén, pero la historia de la Salvación continúa hasta su crucifixión y su resurrección. Estamos aquí para continuar el camino con Jesús, crecer con el Evangelio y elevar nuestras almas, caminando por donde Cristo caminó.”
El sufrimiento de Cristo es el de cada uno de nosotros, explica Souheil Asfour, otro miembro de la coral, un sufrimiento por el que Jesús se acerca a nosotros, pero por el cual nosotros somos elevados. «Si Cristo sufrió, eso quiere decir que todos nuestros sufrimientos actuales tienen un sentido profundo, en cada ámbito de nuestra vida, porque después del sufrimiento viene la resurrección.”
Ahora, el silencio del arresto, la meditación sobre nuestras traiciones se ha hecho presente en los jardines de San Pedro en Gallicantu.
Texto y fotos: Custodia de Tierra Santa.