Elena Panadero es una joven española que llegó a Tierra Santa para un intercambio de estudios y al final regresó para hacer su vida en la tierra en la que nació, vivió, murió y resucitó Cristo. Allí se ha casado y en un testimonio en primera persona en la web de Jóvenes Católicos habla de la vida cristiana allí para un extranjero y la gracia que supone vivir la fe en este lugar santo:
Al llegar a Tierra Santa, Dios te lo quita todo
Comentándolo con unos amigos, también extranjeros en Tierra Santa, todos coincidimos en la misma idea: para bien o para mal, la vida se intensifica aquí. Parece que el Señor quiere aprovechar el tiempo que estás en Su tierra para hacerte vivir, en unos pocos meses, todo lo que tienes pendiente en los próximos 10 años. Pero antes, Él te prepara.
Llegué por primera vez a Jerusalén a través de un intercambio con la Universidad Hebrea. Entonces viví lo que todos llamamos el “shock cultural”. No conozco a nadie que no haya pasado por ese proceso de asombro, miedo, espanto y, finalmente, admiración. Pero con el “shock cultural” tan conocido, también viene el “shock espiritual” del que pocos hablan.
Tierra Santa es un lugar único, inabarcable, increíble y maravilloso, que me llena el alma y el corazón solo de mencionar su nombre, pero también es un lugar complicado para vivir tu fe. ¿Por qué? Porque Dios es celoso y, al llegar, te lo quita todo.
Después del intercambio en la Universidad Hebrea, viajé a España para graduarme. Desde entonces, me he movido por diferentes ciudades y países, trabajando o estudiando, pero viviendo intermitentemente en Jerusalén. El año pasado me casé aquí y me mudé definitivamente porque, otra idea en la que coincidimos, Tierra Santa es adictiva.
¿Dónde comienza la intensidad de vida? Pronto, pronto. Durante los primeros meses de mi estancia en esta tierra, las piezas del puzzle de mi vida que habían quedado apartadas en una esquina sin resolver, comenzaron a moverse y a encajar asombrosamente. Heridas abiertas, capítulos sin respuesta que ahora alcanzan el sentido de su haber sido. Momentos de luz que, como digo, necesitan sus tiempos de preparación.
Supongo que es natural al llegar a un lugar nuevo, buscar puntos en común. Bueno, pues aquí no hay ninguno. No hablan tu idioma, no comparten tu cultura (ni de lejos), ni siquiera la fe cristiana es comprendida de la misma manera. Para ahorrarnos detalles: estás solo. Con el tiempo, la cosa mejora externamente y comienzas a rodearte de personas y a entretenerte con planes, pero no hay lazos reales entre vosotros. En ese vacío, buscas lo único que ha quedado en ti. Ya no está tu familia, tus amigos, tu colegio… solo hay una cosa: Él.
Él te ha quitado todo: todos tus soportes, tus consuelos y tus descansos. ¿Para qué? Para qué escuches bien claro su invitación a seguirle. Si aceptas, tu fe se convierte en un abandono absoluto en Él. Ya estás preparado. Comienzan entonces los momentos de luz que enternecen y asombran tanto al alma que, con esa experiencia, tu abandono se vuelve extremo y tu confianza es tan grande que acabas dando gracias hasta por las cosas malas que te suceden, porque sabes que al final todo va a alcanzar su sentido de haber sido.
¿Cómo vivo mi fe ahora? Bueno, pues también es complicado. Los extranjeros que vivimos en Tierra Santa no somos ni peregrinos, ni locales. Aquí cada institución o movimiento de la iglesia tiene su parcelita y su misión, que suele ser atender a los peregrinos o dedicarse a la comunidad local. A veces se me olvida que en Madrid uno de los planes de la semana podía ser ir a una charla de noviazgo o a un adoración con los de Emaús… Aquí no hay nada de esto. Como digo, estás solo y, a la vez, tienes la compañía del Señor de la manera más auténtica y maravillosa.
Todo pinta un poco feo pero, ¿no habíamos quedado en que era adictivo? Sí, lo que es adictivo es vivir abandonado. Ésta ha sido mi verdadera aventura: no vivir en Tierra Santa, no aprender árabe o conocer a gente de todas partes del mundo, sino vivir confiando. Solo entonces la vida aquí te cambia, entiendes que la Biblia no es un cuento y que Tierra Santa es real, y comienzas a acumular anécdotas en tus viajes a Galilea, tus paseos por Nazareth o visitas al Santo Sepulcro, que se parecen a las que cuenta la Biblia y confundes tus recuerdos con los de sus personajes… Pero eso da para otro artículo. Igual que hizo en el lago de Tiberiades, al llegar aquí, el Señor te lo quita todo pero, como siempre, lo multiplica y te lo devuelve con creces.