El pasado domingo 29 de octubre, el cardenal Pierbattista Pizzaballa presidió en el santuario de Deir Rafat la misa en honor de Nuestra Señora Reina de Palestina y Tierra Santa, patrona principal de la Diócesis, a quien pidió su intercesión en favor de la paz en la región. Concelebraron un buen número de obispos y sacerdotes, pero la presencia de fieles se vio notablemente disminuida respecto a años anteriores a consecuencia de las difíciles circunstancias provocadas por la guerra entre Israel y Gaza.
El santuario de Deir Rafat se encuentra a unos 35 kilómetros al oeste de Jerusalén, a mitad de camino entre la Ciudad Santa y Tel Aviv, en el valle de Soreq, cerca de la ciudad de Beit Shemesh. Se construyó en 1927, años después de que el entonces Patriarca Latino de Jerusalén, Luigi Barlassina, con motivo de su entrada solemne en la Basílica Catedral del Santo Sepulcro, el 15 de julio de 1920, consagrase la diócesis a María y la invocase por primera vez con el título de Reina de Palestina. Posteriormente la Santa Sede la aprobó invitando a los fieles a implorar a la Virgen de Nazaret para que ella proteja, de manera especial, su tierra natal.
Fue justo lo que hizo su sucesor durante la homilía: «Gracias a Nuestra Señora, a quien le encanta reunir a sus hijos a su alrededor, nos reunimos hoy aquí. Al consagrar de nuevo nuestra querida diócesis y nuestra tierra a su cuidado, también nos encomendamos a Dios. Es decir, no preocuparse y tener plena confianza en Su divino cuidado y sabiduría divina, especialmente en los tiempos actuales que vivimos, donde la esperanza parece difícil de encontrar».
Como consuelo en las presentes tribulaciones, el purpurado recomendó la lectura de la Palabra de Dios, en particular los Evangelios, pues encontramos en ellos precisamente el papel de una palabra de la Virgen María, su asentimiento al designio divino redentor, para que la Palabra se encarnase en su seno: «Esta Palabra le dio la vida, para que ella también nos diera vida a nosotros. La palabra común que escuchamos hoy en nuestro mundo es de ‘control y orgullo‘, mientras que el Santo Pasaje indica que La Palabra es una palabra para los ‘humildes y mansos‘», como proclaman las Bienaventuranzas («Bienaventurados los mansos, porque ellos heredarán la tierra», Mt 5,5).
«Que Nuestra Madre, la Virgen María, nos consuele y nos acompañe y nos ayude a someternos a la Palabra de Dios, para que en nosotros crezca la semilla de la humildad y la confianza», concluyó Pizzaballa.
Después de la comunión, el vicario general de la diócesis, William Shomali, renovó la consagración de Tierra Santa al Inmaculado Corazón de María, pidiendo a Nuestra Señora la paz y la protección de su amada patria.
La tradicional procesión también se llevó a cabo en el patio del monasterio, cantando himnos marianos y oraciones por la paz del país.
Fotos: Patriarcado Latino de Jerusalén.