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Le pidieron hacer una escultura de San José en Nazaret: «Yo no creo en ti, pero…»

Elena Pilar Palomino es una escultura autodidacta y veterana que vivió una intensa experiencia del amor de Dios en Tierra Santa, una ‘certeza total’ que la devolvió a la Iglesia y la eucaristía.

Ha contado parte de su testimonio en la hermosa película documental «Corazón de Padre», sobre la figura de San José. Nos cuenta más detalles a nosotros. Fue San José quien la llevó a Tierra Santa, a Nazaret, y allí se confesó, en el Santo Sepulcro y su vida dio una vuelta.

Nacida en Cádiz en 1971, desde niña se apasionó por la escultura. Con 24 años, hizo una «Virgen del Tercer Milenio» que el obispo Bellido Caro, de Jerez, entregó a Juan Pablo II. Al año siguiente, le encargaban esculturas para la catedral de El Salvador, en el país centroamericano.

Alejada de Dios en la adolescencia

En esa época, ella admitía que debía haber un Dios Creador, «porque es evidente que de la nada no sale nada». Quizá un escultor, que da forma a la materia, tiene eso más interiorizado. Pero más allá de esa intuición, no tenía ninguna relación con Dios.

«Mi familia es religiosa y fui a un colegio religioso. Me crie sobre todo con mi abuela, que era muy religiosa. Ella me llevaba a misa los domingos. Se entendía que éramos religiosos porque sí, porque lo éramos en el colegio y en casa», señala. No recuerda que nadie le explicara razones para creer en su infancia o juventud. «Imagina que te dicen: tienes que amar porque es obligatorio. Bueno, eso no funciona. A mí, que me digan que es así ‘porque sí’, no me funciona. No sé mucho como fue, pero lo cierto es que se me fue enfriando el corazón«.

Esclavizada por la anorexia

También tenía problemas de salud, ligados a sus problemas familiares. «Caí en la anorexia, que te quita toda la libertad. Es una obsesión que afecta a tus pensamientos, a tu día a día. No me afectaba al trabajo, pero por dentro yo no era nada. Con anorexia no puedes decidir lo que quieres, ni pensar, ni hacer. Para mí era además un refugio frente a mis problemas familiares. Con esa obsesión, lo que menos tenía en mente era a Dios. ¡Cuando tener a Dios podría haberme ayudado!», señala.

Estaba lejos de Dios, pero aceptaba encargos de temas religiosos y lo hacía con respeto. «Por un lado, creo que en el fondo de mi corazón sí sabía que Dios existía. Eso no podía negármelo desde dentro. Pero por mi enfermedad y mis circunstancias una coraza me separaba de Él. Por otro lado, yo cuando aceptaba un encargo de arte religioso lo hacía con gran respeto al que me lo encargaba y a los que lo iban a contemplar. He hecho figuras muy de crítica, pero nunca contra la religión», puntualiza.

Entonces un sacerdote amigo le propuso hacer una estatua de San José para colocar en Nazaret, en Tierra Santa, entre la Basílica de la Anunciación y la de San José, es decir, entre la casa de María de soltera y la casa en la que vivió la Sagrada Familia, separadas unas docenas de metros.

«Era un lugar público, turístico, era un encargo importante…. Lo que menos me importaba es que fuera San José«, explica en la película Corazón de Padre.

Pero su ‘contratista’ le pedía ir a Tierra Santa a ver los lugares, en peregrinación. Y esa peregrinación cambió su vida.

Impactada por Tierra Santa y los cristianos

Por un lado, le impresionaban los peregrinos con los que viajaba, que tenían una fe sincera. Además, «este sacerdote organizaba muy bien las peregrinaciones. Él quiere mucho a Dios y eso lo transmite», señala.

Por otro lado, conoció cristianos de Tierra Santa, que también eran firmes en su fe en circunstancias muy duras. «Conocí una familia que eran los únicos cristianos de su zona y habían sufrido mucho. Su valentía interior, ver cristianos que ponen su vida en juego, me impactó. Me avergüenza decir que soy cristiana si me comparo con ellos».

Toda esta gente tenía un respeto sincero por San José. Y allí, en Nazaret, ella pensó que la figura debía hacerla alguien que de verdad quisiera a Dios y al santo.

«Mira, San José, nunca creí en ti, pero…»

Y, como una especie de oración, en aquel lugar especial, se dirigió al santo. «Dije: ‘mira, San José, jamás he creído en ti, ni que la Virgen fuera virgen, ni que fuera la Madre de Dios. Yo no creo eso. Pero si existes y es cierto… dime por favor cómo hacerte’. Y era una pregunta sincera. Y entonces sentí que me decían, en el fondo del corazón: ‘Desde el amor de Dios'».

Era una frase extraña para ella. «Yo escribo poesía. Pero yo nunca hubiera dicho, en una inspiración para una poesía, ‘desde el amor de Dios’. Yo habría dicho: «con el amor de Dios». Porque no tenía ni idea de qué era hacer algo «desde» el amor de Dios».

Se acercó al sacerdote:

– Padre, ¿y cómo se hace un trabajo desde el amor de Dios?
– Con confesión y comunión -respondió el cura.

«Ni mijita, vamos, hasta ahí hemos llegado. Ya llevo toda una semana aquí de rezos. Como para ahora confesar y comulgar. Como que no», se dijo ella.

Al salir de la casa de San José, se acercó al sacerdote y le preguntó, por tercera vez: «¿Pero de verdad quieres que yo haga esa figura?»

«Y me dijo, de nuevo, ‘sí, claro’. Y entonces supe que Dios me quería. Sin luces ni cosas raras. Fue un saber, con total certeza, que Dios me quiere. Mucha gente sabe que su cónyuge le quiere, aunque no pueda explicarlo mucho con palabras. Pero lo saben con certeza. Y yo sabía ahora que Él me quería, con certeza. Y así empecé a relacionarme con cariño con Dios, un cariño que me cambiaba, porque cuando quieres a alguien no quieres hacer cosas que sabes que le hieren», detalla.

El resto de la semana en Tierra Santa fue un día tras día de agradecimiento a Dios, de pensamiento volcado en Dios. Hacia el final, en el Santo Sepulcro, se confesó por primera vez en mucho tiempo con aquel sacerdote.

«Me confesé después de la misa en el Santo Sepulcro. Fue un reconocer que en mi situación anterior no tenía a Dios. El sacerdote me conocía bien y eso hacía más fácil. Años después entendería que entregar mis pecados era como dar un regalo a Dios. En ese momento, simplemente, lo viví como una charla de corazón a corazón, reconocerle al Señor: ‘mira, soy un desastre y lo sabes'». Y después ya pudo comulgar allí, en el país de Jesús. «Lo que San José hizo en mi corazón fue enseñarme la importancia de los sacramentos», explica en el documental.

Un regalo: sed de Eucaristía

De Tierra Santa, Elena Pilar se trajo otro regalo: una sed intensa por la Eucaristía. «El último día, no sé si en una hora santa o en misa, el sacerdote levantó la Sagrada Forma. Yo la miré y Le dije: ‘no creo en Ti; a ver cómo solucionas esto’. ¡Y desde ese momento tengo unas ganas inmensas de estar ante el Señor sacramentado! Cuando volví, a España, descubrí que cerca de donde yo estaba, las Hermanas de Belén, en la Cartuja de Jerez, exponen el Santísimo. Empecé a ir. Ni siquiera sabía que era algo que se hace en la Iglesia: yo sólo lo había visto en la peregrinación. Ahora voy los domingos a misa y el resto de la semana a la exposición del Santísimo».

Dos curaciones asombrosas

En España se puso a trabajar en la figura del San José de Nazaret. Hacer la figura costó 7 días para la imagen en barro, y 3 meses para terminarla en metal. «En ese proceso desapareció la anorexia que tenía de tiempo atrás. Fue un regalo impresionante que me hizo Dios a través de San José. También tenía artritis reumatoide avanzada, que me cogía todas las articulaciones, las manos y la muñeca. Fui a la peregrinación, me olvidé las medicinas, pero allí no las necesité y al volver nunca más volví a necesitarlas. Y yo, agradecidísima y feliz».

Cuando no hay pandemia, miles de personas de todo el mundo contemplan su San José y los medallones que lo acompañan en Nazaret. «El de Nazaret es un San José en sus dudas, planteándose qué hacer», nos explica. «Le han dicho que María está embarazada. Él no duda de la Virgen, creo, pero sí duda del papel que le toca hacer, de cómo abordar la situación. Hay un ángel que pone un dedito en su boca como diciendo: silencio, no te preocupes. Es un San José joven. Siempre lo hice joven, también antes de mi experiencia».

Trabajar desde la oración, confesión y comunión

Su fe hoy, admite, tiene «un poquito-bastante de ermitaña». «Con la gente lo paso bien, pero me gustan los animales, la naturaleza…» La adoración eucarística es su gran devoción. «En aquel viaje me dijeron de trabajar ‘con confesión y comunión’, y hoy entiendo que ese es el trabajo que tenemos que hacer en nosotros, en nuestra alma, en el día a día, para preparar nuestra alma para Dios».

Autodidacta en el arte y viviendo bastante retirada, no tiene otros amigos artistas con los que hablar de la fe. Su experiencia es que desde su conversión todos sus trabajos de tema religioso son una forma de oración.

«Me hizo un matrimonio un encargo. ‘Haz una figura con cariño a San José’, me dijeron. Yo quiero muchísimo a San José, pero… ¿cómo hacerlo? Fui al Santísimo y rezándole, hablándole a Jesús, le digo: ‘Me han encargado una figura de tu padre, ayúdame a hacerla’. Y sentí una escena, del Niño saltando de la madre al padre«, explica. «Yo hoy, si es un tema sobre Dios, si no es con oración, no hago la imagen, porque no me saldría».

Eso sí, avisa de que «aunque un cuadro o escultura ayudan a rezar, y muchísimo, la persona ha de saber que adora a Dios a través de lo que transmite la figura, no quedarse en la imagen, que al fin y al cabo no es más que materia, bronce o madera».

La Virgen embarazada para Chile

Durante el debate para implantar el aborto en Chile, le pidieron una escultura de la Virgen embarazada, incluso ‘muy embarazada’, que luego el Papa Francisco bendijo en su visita a aquel país. Elena Pilar tiene otra igual en Jerez.

«Hice esa figura pensando que Jesús fue una mínima celulilla, y luego un feto, feíllo. Porque los hombres empezamos así, y Él fue desde el primer momento como nosotros. Yo siempre supe que hay vida desde el inicio, desde la concepción. Siempre pensé que las madres solteras eran valientes, por no abortar. Me extraña que alguien se crea de verdad que no hay un ser humano desde el inicio… quizá alguien muy ignorante. Igual que siempre pensé que el mundo no se creó de la nada ‘porque sí’, que es algo ridículo, absurdo… también siempre supe que el ser humano existe desde la concepción. Creo que el aborto es de lo que más daña a nuestra sociedad. Es matar niños y es una jugada terrible del demonio«.

Tierra Santa: peregrinar, no turismo

«Yo animo a todos a ir a Tierra Santa. Lo recomiendo a mis amigos, y si tuviera enemigos, los primeros. Pero que vayan como peregrinación, no como viaje. Para un mero viaje turístico ya hay muchos otros países. Tierra Santa es el país que Dios eligió para encarnarse. Y si Él te pone ilusión por ir allí, creo que es una invitación de Dios», sospecha.

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