El pasado 10 de abril, miles de fieles siguieron los pasos de Jesús para entrar a Jerusalén durante la tradicional peregrinación que se realiza cada Domingo de Ramos en la Ciudad Santa.
El Patriarca latino, monseñor Pierbattista Pizzaballa, dio comienzo a la jornada presidiendo la misa solemne celebrada en la basílica del Santo Sepulcro. Comenzó así un día repleto de celebración y un ambiente «de renacimiento y esperanza» que pasó por emblemáticos lugares como el Monte de los Olivos y que concluyó en la iglesia de Santa Ana.
Antes de la misa, los fieles completaron las tres vueltas en procesión alrededor de la Anástasis- la cúpula que alberga la tumba de Cristo- y que simboliza los tres días que transcurrieron entre la muerte y la resurrección del Señor.
La entrada en Jerusalén en Domingo de Ramos
“Hoy entramos en la Semana Santa” –dijo el Patriarca a los fieles reunidos por la noche en Santa Ana–, “y dentro de unos días celebraremos en la liturgia, el memorial de la muerte y resurrección de Jesús, celebraremos los acontecimientos de la redención y la salvación que tuvieron lugar históricamente justo aquí en Jerusalén y que desde aquí llegaron al mundo entero”, mencionó Pizzaballa.
Concluida la procesión y la celebración, la comitiva de fueles siguió los pasos de Jesús en su entrada a la Ciudad Santa.
Primeramente pasaron por el santuario de Betfagé, en el Monte de los Olivos, donde se proclamó el pasaje del Evangelio que narra la entrada del Señor en Jerusalén: “Y, cuando se acercaba ya a la bajada del monte de los Olivos, la multitud de los discípulos, llenos de alegría, comenzaron a alabar a Dios a grandes voces por todos los milagros que habían visto, diciendo: «¡Bendito el rey que viene en nombre del Señor! Paz en el cielo y gloria en las alturas»” (Lc 19, 37-38).
La jornada concluyó con la llegada de los fieles a la iglesia de Santa Ana, en cuyo patio Pizzaballa pronunció unas palabras de aliento: «Nosotros, los ciudadanos cristianos de Tierra Santa, no podemos separar nuestra experiencia de salvación de la Ciudad Santa de Jerusalén. Con esta hermosa procesión, con jóvenes y ancianos, hombres y mujeres, religiosos y laicos, con todas las distintas comunidades eclesiales, hoy confirmamos una vez más nuestro amor a esta ciudad y nuestro deseo de paz y unidad para ella, nuestro deseo de fraternidad sincera para todos sus habitantes, sin distinciones».