Javier Lozano / Fundación Tierra Santa
Miguel Pérez Jiménez es un sacerdote de 30 años de Murcia pero perteneciente al Patriarcado Latino de Jerusalén. Cuarto de diez hermanos, pertenece al Camino Neocatecumenal y tras sentir la llamada al sacerdocio fue enviado al Seminario Redemptoris Mater de Galilea, donde fue ordenado en 2018.
Pese a su juventud atesora una importante experiencia pastoral tanto en Israel, en Galilea y en la ciudad turística de Eilat, así como en el mundo islámico tras varios años en Jordania y ahora en Palestina, habiendo sido nombrado párroco en Nablus el pasado mes de agosto.
Habla árabe y hebreo y conoce perfectamente el conflicto entre Israel y Palestina. En medio se encuentra en medio la minoría cristiana, cada vez menos numerosa, que habita en Tierra Santa.
La presencia de un europeo como sacerdote en el corazón de Palestina no pasa desapercibido ni entre los cristianos ni entre los propios musulmanes. Y con el propio testimonio de su vida evangeliza a unos y otros. En esta entrevista, el padre Miguel habla de su llegada a Tierra Santa, de su experiencia allí y de la complejidad de un conflicto enquistado desde hace ya demasiado tiempo:
-¿Cómo fue la llamada a ser sacerdote?
-Reconozco que desde pequeño sentía una llamada a la vida misionera en general, pero no precisamente como cura. Con catorce años empecé a formar parte del Camino en una comunidad en la que éramos casi todos jóvenes, lo que hizo que me sintiera muy a gusto en ese ambiente. Recuerdo que poco a poco la Palabra de Dios empezaba a tocarme dentro y a darme alegría, y en varias ocasiones sentí que Dios me podía estar llamando al sacerdocio, pero como todo joven tenía grandes deseos de experimentar la vida y el mundo. Conforme avanzaba en la adolescencia me fui adentrando más en el mundo de las borracheras, las tascas y los porros. Digamos que eso no es algo raro en la juventud de Murcia, sin embargo, lo que empezó siendo una forma de divertirse los fines de semana empezó a convertirse en una filosofía de vida.
Mi gran afición por el arte me puso en contacto con ambientes donde se movían muchas formas de ideologías liberales. Fue el ambiente perfecto para que se estimularan en mí pensamientos nihilistas y actitudes anarquistas. Empecé a sentir un gran escándalo por el sufrimiento humano; mi joven corazón veía en cualquier forma de autoridad el origen de todos los males que yo veía en el mundo.
Mi plan de vida era terminar el instituto y después dedicarme únicamente al arte, ya que no encontraba sentido en ninguna otra cosa. Todo lo que me habían enseñado cada vez me parecía más absurdo y mis pensamientos se estaban volviendo cada vez más amargos. Si la vida es injusta, si está llena de sufrimientos y abusos, si yo soy infeliz, quiere decir que en el fondo Dios no es bueno, y, por tanto, aunque existiera (me decía yo en ese tiempo) yo no querría ir con él. Mi idea de Dios se volvió más abstracta: Dios es la belleza, el amor, la naturaleza, la energía… El tema de la vocación quedó completamente olvidado.
-¿Cómo acabaste siendo seminarista en Tierra Santa?
-Dios no se iba a rendir tan fácilmente. Participé en una convivencia con mi comunidad, en la que yo le daba a Dios la última oportunidad: “si existes házmelo ver en esta convivencia”. El impacto fue inminente, allí me dijeron que el amor y la libertad que buscaba sólo me las podía dar Jesucristo y me invitaron a cargar con la cruz, lo cual me escandalizaba profundamente. Pero acepté el reto y le pedí a Dios que me ayudase a construir mi vida, porque yo la estaba destrozando. A los dos días literalmente, me invitaron por casualidad a un encuentro vocacional. Allí estaban ayudando a los jóvenes a discernir su vocación. Yo no entendía que hacía allí, no pensaba en ese momento que yo fuera a ser cura. Sin embargo, me ofrecieron la posibilidad de entrar en un seminario misionero “allí donde la Iglesia lo pidiese”. Acepté sabiendo que eso era lo que Dios quería para mí. Entendí que era Él el que me estaba dando a mi otra oportunidad.
Así empecé mi formación en el Seminario Redemptoris Mater de Galilea. Al principio no fue fácil. Yo estaba creciendo y saliendo de una fuerte crisis juvenil, allí me guiaron con paciencia y con gran amor, nunca me exigieron ser alguien que yo no era, ni me sugestionaron para hacerme cura, sólo querían que yo fuera feliz encontrándome con Dios. Y así fue, el hecho de seguir mi itinerario neocatecumenal incluso durante el tiempo del seminario me ayudó a poder reconciliarme poco a poco con mi historia y a descubrir el amor de Dios en mi cruz. Después de cuatro años de seminario por fin abracé con plena conciencia esta vocación de hacerme presbítero misionero quedándome en la diócesis Tierra Santa. Mi ordenación sacerdotal fue el 16 de junio de 2018, después de nueve felices años de seminario.
-¿Cómo ha sido vivir esta formación en la misma tierra que pisó Jesús?
-Encontrarme en Tierra Santa fue un signo inequívoco del amor de Dios por mí: “¡Pero Efraín, tu eres mi hijo más querido! ¡Eres el niño en que me complazco!” (Jer 31, 20). Era como si Dios me hubiese puesto lo más cerca posible de él. Aquí el Evangelio resuena de una forma muy particular: Cada monte, cada valle, cada Iglesia, cada pueblo, … todo te habla de Dios y de su paso en el mundo. Me formé en un seminario que se encuentra cerca de la orilla de Lago de Galilea, con grandísimos profesores de “Sagrada Escritura” (y compañeros que hasta hoy son como hermanos), residiendo por periodos en Jerusalén y paseando por las calles de Nazaret. Sólo puedo decir que “donde abundó el pecado sobreabundó la gracia”.
-Estos años en Tierra Santa, ¿te han permitido conocer bien el cristianismo en este lugar así como a los judíos y a los musulmanes?
-Nuestro centro de estudios se encuentra en Galilea, donde trabajábamos sobre todo en la pastoral con los árabes cristianos. Galilea está en territorio israelí, lo que me permitió conocer de cerca al pueblo judío, donde se encuentran las raíces de nuestra fe.
Pero, paradójicamente, los israelíes son mayoritariamente no practicantes y muy tendentes al ateísmo, tanto práctico como profesado. Esta realidad de secularización del mundo judío la conocí especialmente después de dos años de Seminario, cuando me mandaron un año a la ciudad turística de Eilat (al sur de Israel). La mayoría de nuestros parroquianos eran trabajadores inmigrantes (entre ellos africanos, filipinos, indios, latinoamericanos…).
Allí me encontré con una ciudad materialista que sólo cree en el dinero y en el placer, con todo lo que eso comporta: desintegración familiar, opresión laboral, racismo, soledad, alcoholismo… Fue para mí una lección de vida, ya que allí vi lo que le pasa a una sociedad cuando pierde la fe. Al mismo tiempo allí me encontré con una comunidad cristiana de personas pobres y sencillas que daban testimonio de Cristo, también en sus puestos de trabajo, a través de su humildad y su perdón hacía los que les hacían el mal. Éramos una comunidad parroquial pequeña y multicultural, que veíamos como Dios nos hablaba y actuaba en nosotros. En ese tiempo aprendí a amar al que me hace daño sin defenderme y sin escandalizarme del sufrimiento. Entendí que la cruz de Cristo es la cura para todo odio, toda xenofobia y también para toda tristeza.
-Y después de Eliat, ¿qué pasó?
Después de este año en Eilat volví al seminario y seguí los estudios de teología, ya más edificado en la fe. Al terminarlos me mandaron a Jordania, a Fuheis (cerca de Amman), donde pasé cinco años en la misma parroquia: un año como seminarista de experiencia pastoral, un año como diácono y tres como sacerdote coadjutor. En Jordania me encontré más cara a cara con el mundo islámico.
De hecho, el diálogo interreligioso no se practica exclusivamente en las sedes de la ONU, o en las universidades o en el Vaticano. Yo diariamente hablaba de religión con los musulmanes en cualquier parte, en el taxi, en el autobús, en la cafetería, en el hospital, en el centro comercial, donde surgiera. Mi experiencia me lleva a afirmar que lo que más ayuda a que se cree este diálogo es tener clara la propia fe y la propia identidad, y a partir de ahí acoger al otro tratando de entenderle profundamente. Por desgracia el fanatismo religioso ha tomado mucha fuerza en las últimas décadas, especialmente en Oriente Medio. Pero esto no debe desilusionarnos, en el corazón de los musulmanes se encuentra lo mismo que se encuentra en el corazón de cualquier persona de cualquier religión y de cualquier cultura, se encuentra en ellos lo mismo que se encuentra en tu propio corazón. No es otra cosa que un deseo grande de ser amado, un deseo grande de encontrar sentido al sufrimiento y de experimentar que Dios es un Padre bueno. Es por eso que el diálogo interreligioso no es únicamente discutir cuestiones dogmáticas, sino que es transmitir el amor de Dios, esto se hace con respeto, con amabilidad y con una acogida sincera de la diferencia.
Aunque he tenido contacto con gente de otras religiones, mi labor va dirigida en primer lugar hacia los cristianos locales. Nuestra diócesis se conoce como el Patriarcado latino de Jerusalén y abarca Israel, Palestina, Jordania y Chipre. Este dato hace que nuestra diócesis sea muy particular, ya que en una misma diócesis encuentras comunidades cristianas con caracteres muy diferentes. En general la mayoría de los cristianos son de cultura árabe, sin embargo, en cada país éstos tienen peculiaridades distintas y viven en circunstancias sociales diferentes. Esto hace que nuestra vida aquí sea todavía más complicada, ya que cada vez que cambiamos de destino tenemos que acostumbrarnos a tradiciones y a costumbres diferentes. Por supuesto, esta variedad es una riqueza, además vemos como la Iglesia camina con el hombre sea cual sea su situación o su cultura.
-Desde hace unos meses eres párroco en Rafidia, en la ciudad cisjordana de Nablus. ¿Cómo está siendo la experiencia hasta el momento?
-He llegado a Nablus después de cinco años en Jordania, que es un país bastante estable. Además, yo estaba en Fuheis, una pequeña ciudad de cincuenta mil habitantes donde el 99% de la población es cristiana. De repente me encontré en una ciudad de más de ciento cincuenta mil habitantes de los que sólo unos seiscientos son cristianos. A pesar de ser pocos, su presencia es notable y positiva, es muy normal entre los cristianos de Oriente encontrar gente formada y emprendedora. Además en Palestina el porcentaje de cristianos era muy alto cuando empezó el conflicto, por lo que muchas veces se convertían en un punto de referencia para toda la sociedad palestina. Pero, por desgracia, como ya he dicho antes, el fanatismo islámico está fermentando de una manera silenciosa y casi invisible para el que mira desde fuera. Nuestros cristianos lo sufren en su día a día. Por otra parte, el conflicto con Israel se vive muy a flor de piel. En esta región hay muchos asentamientos judíos, por lo que la presencia del ejército israelí es muy latente a las afueras de la ciudad y hay conflictos con los ‘colonos’ (israelíes que habitan en asentamientos construidos en zonas palestinas) con mucha frecuencia.
-¿Qué opinan de la presencia de un europeo como tú en sus calles?
A los habitantes de Nablus les sorprende mi presencia. Están acostumbrados a ver extranjeros que vienen y se van, pero no europeos que llevan tantos años y no tienen intención de irse. La mayoría de los jóvenes de aquí querrían vivir en el extranjero, por lo que no entienden que yo haya venido aquí dispuesto a quedarme para el resto de mi vida. Al final se sienten agradecidos, además porque hablo un árabe muy dialectal y conozco bien sus tradiciones, lo cual les llama mucho la atención. Digamos que me sienten cercano.
-¿Cómo viven su fe los cristianos palestinos de Rafidia con los que convives?
– Los cristianos son una minoría, por lo que su fe no es sólo una cuestión espiritual o de convicción personal, sino que la religión es también para ellos una forma de identificación social. Los árabes cristianos son fácilmente distinguibles, ya que muchas veces tienen nombres o apellidos que son casi exclusivamente usados por ellos. También acostumbran a llevar colgada la cruz o el rosario o incluso tatuarse símbolos cristianos, además de que las mujeres cristianas no usan velo como las musulmanas.
La parroquia es para ellos el lugar que les reafirma en su identidad. Además la iglesia en Oriente tiene un papel jurídico mayor que en otros países. Por ejemplo, el matrimonio civil no existe en la mayoría de los países de Oriente Medio, por lo que todos los cristianos tienen que casarse por la iglesia. Asimismo, son los curas los que hacen los certificados de herencia. Para los palestinos está prohibido entrar en la zona israelí sin un permiso especial; también la iglesia se encarga de la burocracia para conseguir esos permisos para los cristianos palestinos. En resumen, el cura aquí tiene una función social muy marcada. Pero esto también es bonito, ya que todos los cristianos tienen que pasar por la parroquia para las cuestiones burocráticas, por lo que espontáneamente se crean muchos contactos y muchos lazos con los feligreses.
-¿Cómo es la realidad religiosa de la parroquia?
-La vida de la iglesia aquí no se centra todo en cuestiones burocráticas, de hecho, el pueblo árabe es un pueblo bastante religioso que valora las actitudes piadosas y busca una moral familiar sólida. Las parroquias aquí suelen tener actividades y grupos de diferente índole. Por ejemplo, en mi parroquia tenemos tres grupos de jóvenes (un grupo para los de primaria, otro para secundaria y bachiller y el tercero para los mayores), un grupo de la Legión de María, una comunidad neocatecumenal, un grupo de monaguillos y un pequeño coro.
Pero no podemos pasar por alto que la secularización también está llegando a Oriente y que cada vez los lazos sociales se están debilitando más. También los valores familiares se están perdiendo y, como consecuencia, la vida espiritual se está enfriando. La mentalidad materialista y consumista está llegando también al mundo árabe. Es por eso que, al igual que en el resto del mundo, la primera labor que debe realizar la Iglesia es hacer que el fiel se encuentre con el amor gratuito de Dios.
– ¿En qué lugar se encuentran los cristianos árabes de su parroquia en un conflicto tan enquistado y complejo como el de Israel y Palestina?
–Ellos se sienten plenamente palestinos y están orgullosos de serlo. Al principio del conflicto representaban una gran parte de la población palestina, por lo que muchos cristianos fueron protagonistas de la causa palestina. Incluso la iglesia se involucró en ocasiones en las cuestiones políticas con posturas marcadamente propalestinas.
Hoy los cristianos, por lo general no son activistas políticos. Por una parte, el número de los cristianos ha disminuido muchísimo; por otra, algunas personas se empeñan en dar a la causa palestina el espíritu del fanatismo islámico, haciendo que los cristianos se sientan ajenos a esos ambientes. No hay nada nuevo en decir que tal fanatismo musulmán es siempre anticristiano, por lo que nuestros fieles no reniegan de la causa palestina, pero es verdad que, por lo general, rechazan las actitudes guerrilleras. Se preocupan más por los estudios y la formación académica y profesional de sus hijos.
– ¿Nos puedes contar alguna situación reseñable que haya vivido en este tiempo en Nablus?
-Hoy mismo he ido a visitar al cura ortodoxo que vive en la iglesia del Pozo de Jacob (donde Cristo se encontró con la samaritana), que se encuentra aquí en Nablus. El sacerdote acaba de volver del hospital porque le lanzaron un coctel molotov en su convento. Él salió a mirar qué había pasado y le lanzaron una piedra que le ha dado en la mano. Lo han atacado muchas veces y han disparado a la puerta de su convento otras tantas. Los hebreos quieren ese sitio porque es un lugar santo para ellos; por otra parte, la iglesia está en uno de los peores barrios de Nablus, donde hay fanáticos musulmanes a los que no les agrada la presencia de la iglesia. Así que a lo largo de los años lo han atacado tanto árabes como hebreos. Esta vez los agresores eran chicos árabes muy jóvenes y gracias a Dios no le han causado grandes daños al sacerdote de 81 años. Pero ¿quién los ha inducido? ¿A quién hay que responsabilizar? Se sabe que también hay palestinos que colaboran con los judíos. La policía ha cogido a los chicos, pero, sea que trabajen para israelitas, sea que se trate de fanáticos religiosos, saldrán de la prisión como si nada, igual que pasa siempre.
-Usted se ha formado en Israel y ahora es párroco en Palestina, por tanto conoce bien la realidad social de ambos lugares…
-Mi experiencia es que aquí hay un choque cultural entre el estado de Israel y el mundo árabe. No es sólo una cuestión de política, estamos hablando de dos cosmovisiones incompatibles en una misma tierra. Además de que llevan más de setenta años de conflicto, con abusos, agresiones, ofensas y muertos por las dos partes. No hay tratados de paz que vayan a sanar esto. Por otra parte, la existencia de Palestina da cohesión social a Israel, le permite desarrollar tecnología y armas con la excusa de la seguridad… Al mismo tiempo, a los gobernantes de Palestina les interesa esta situación para seguir recibiendo ayudas internacionales, de las que la gente corrupta se beneficia siempre. En ambos lados, a la gente que tiene el poder no les interesa la paz.
Pero a pesar de mi visión pesimista, creo en la bondad del ser humano. Creo que todos estamos llamados a reconocer a Dios como Padre, lo cual nos hace hermanos de los demás, incluso del que siempre ha sido mi enemigo. No se cómo va a desarrollarse todo esto, lo que sé es que es necesario que haya gente de paz que ilumine el camino.
En lo que se refiere a nuestra vida cotidiana, los curas nos movemos mucho entre Israel y Palestina, sus fronteras y check points. Sufrimos este conflicto en nuestra vida cotidiana, sin ficciones ni simulacros. Es posible que estudiando la historia del conflicto alguien empiece a creer que entiende algo. Cuando escuchas entrevistas como esta te da la impresión de que estás entendiendo algo. Cuando has vivido años aquí y has estado en las dos partes crees que entiendes algo. Pero cuanto más pasa el tiempo más me doy cuenta de lo poco que se entiende todo esto. Lo más ridículo es ver con qué facilidad hacemos juicios morales o adoptamos posiciones polarizantes. Todo este conflicto no se entiende desde Occidente. En mi opinión ,nuestros esquemas no sirven para entender lo que pasa aquí.
-¿Qué es lo que más le ha llamado la atención de Tierra Santa?
-Lo que más me llama la atención de Tierra Santa es que es una tierra llena de injusticias, violencia, miedo, abusos … Pero esto no me escandaliza, ni me extraña. Al contrario, aquí se entiende mejor la misión de Cristo, que no vino a esta tierra sólo para hacer estructuras sociales justas, sino para abrir el camino hacia el cielo, para enseñarnos a cargar la cruz y a amar al que destruye mi “paz interior” o mi proyecto de egoísta de tranquilidad. Es sólo así como se puede experimentar la resurrección ya en esta vida.
-¿Cuál es su lugar favorito en la tierra de Jesús?
-Nazaret, porque es donde el Verbo se hizo carne, donde Dios nos bendijo en nuestra condición humana, donde se me da autorización para ser débil. Además de que se conservan estupendamente restos arqueológicos de todas las épocas cristianas. Es también el lugar donde se celebra la universalidad de la Iglesia. Allí está la casa de la Sagrada Familia, de la que todos los cristianos formamos parte; es la casa de todos. Con una sola vista puedes hacerte una idea de lo importante que son los acontecimientos bíblicos para toda la humanidad.