Las disparidades entre los Evangelios son «prueba de autenticidad», dice el subdirector de la Escuela Bíblica

El padre Venard es el subdirector de la Escuela Bíblica de Jerusalén.

El diario francés Le Figaro ha sacado a la venta un número especial bajo el título Jesucristo, ese desconocido, en cuya redacción ha participado el padre Olivier-Thomas Venard, subdirector de la Escuela Bíblica de Jerusalén. Ésta es su visión sobre las fuentes históricas sobre la persona de Jesucristo, en una entrevista de Michel De Jaeghere e Isabelle Schmitz en Le Figaro:

-¿Cuál es la vocación de la Escuela Bíblica y Arqueológica francesa de Jerusalén?

-La Escuela Bíblica es la institución académica más antigua de tipo universitario que se ocupa, en Tierra Santa, de estudiar científicamente la Biblia. Fundada en 1890 por el padre Lagrange en la época de la famosa «cuestión bíblica» en Europa cuando, debido a los descubrimientos arqueológicos, paleográficos e históricos, se cuestionaba la gran síntesis cristiana tradicional, esta institución quiso establecerse in situ, donde tenían lugar las excavaciones, para comparar los monumentos con los documentos. El fin era, y lo sigue siendo, esforzarse en comprender mejor la Biblia estudiando el contexto de su elaboración por medio de todas las ciencias a las que tienen acceso los historiadores para evaluar las fuentes literarias: la arqueología, la epigrafía, las lenguas antiguas de Oriente Medio, las prosopografía, la numismática, la exégesis, etc.

El padre Marie-Joseph Lagrange (1855-1938). En 1988 se abrió su proceso de beatificación.

-Como científico y religioso, ¿no está usted condenado a una tensión permanente entre esta reconstrucción histórica y el respeto al magisterio?

-Es la pregunta que se planteaba el padre Lagrange cuando fundó la Escuela Bíblica. Pero para un discípulo de Santo Tomás de Aquino -¡somos dominicos!-, la fe no es contraria a la razón. Todos los hombres comparten la misma luz inteligible, en grados distintos, desde la simple razón a la incandescencia de la fe. En nuestra opinión, no puede haber verdadera contradicción entre ellas. El mismo Dios, adorado como Inteligencia absoluta, da a los hombres, para que las compartan, la razón y la fe. Toda contradicción es un efecto óptico: o nos equivocamos en la fe, o en la razón. Este fue el genio del padre Lagrange, o la gracia que se le concedió, de apoyarse con firmeza en esta convicción tomista para decir que si surgían contradicciones aparentes entre las ciencias históricas aplicadas a la Biblia y la tradición magisterial, había que trabajar a dos niveles: el de la historia y la exégesis bíblica por un lado, y el de la teología por el otro, con el fin de restablecer una forma de continuidad.

-¿En qué consiste La Biblia en sus Tradiciones («La Best»), de la que usted es responsable?

La Biblia en sus tradiciones» es un programa que ha lanzado la Escuela Bíblica teniendo en cuenta las grandes metamorfosis que han sufrido las ciencias bíblicas en los últimos sesenta años, y que podemos resumir en dos grandes fenómenos. Ante todo, la cantidad de información disponible, sobre todo con los manuscritos de Qumrân y la arqueología israelí en Tierra Santa, nos permiten reconstruir la vida judía en tiempos de Jesús. En Qumrân se ha descubierto una biblioteca íntegramente judía, con textos que van desde el siglo III a. C. a mediados del siglo I d.C., y que nos enseñan mil cosas sobre la historia de los textos bíblicos y su diversidad; de hecho, acerca del momento en que fueron redactados los relatos evangélicos, así como sobre el judaísmo del periodo del Templo, diferente del judaísmo rabínico: las «escuelas» farisaicas, o una secta como la de los esenios, presentan una oración que se parece a la del cristianismo primitivo.

La Escuela Bíblica de Jerusalén.

»El segundo eje de la metamorfosis de las ciencias bíblicas atañe a la propia manera de interpretar los textos. La historia, en el siglo XIX, se había teñido de un sentimiento romántico que adornaba los orígenes con todas las virtudes: cuánto más antiguo y simple, más bello, verdadero y auténtico parecía. Este prejuicio aplicado a la Biblia llevó a reconstruir idealmente el texto más antiguo, y a ver la verdad histórica… Hasta el día en que volvimos a tener conciencia del hecho que el significado de un texto no está definido sólo por sus orígenes, las condiciones de su aparición, sino también en gran medida por su recepción, sus lectores, y por la comprensión que estos habían tenido antes de nosotros. Para los estudios bíblicos católicos, ¡fue pan bendito! Fue en nombre del carácter exigente de la ciencia por lo que se hizo necesario estudiar un texto, no sólo para reconstruir su significado original a partir de los datos a menudo heterogéneos del propio texto, sino remontándose pacientemente a partir del significado que tiene hoy en día, al término de toda una tradición, a través de las lecturas y las interpretaciones que habían sido hechas del mismo y que, lo quisiéramos o no, nos habían influido, hasta llegar a una aproximación de su significado histórico originario, esclarecido, claro está, por los descubrimientos recientes.

»Estos dos elementos han dado lugar a la puesta en marcha de la «Biblia en sus tradiciones». Por una parte, hemos vuelto a traducir el texto bíblico. O más bien, los textos. En el tiempo de Jesús, los judíos de Tierra Santa recibían las Escrituras, a la vez, en sus formas hebrea y aramea (conservadas en Babilonia, de donde vino a continuación el Talmud) y griega (a partir de las traducciones de los judíos de Alejandría: la Septuaginta). Con la «Best» presentamos estas diversas versiones juntas, pero sin mezclarlas, con la pretensión de reconstituir el texto originario.

»Por otra parte, tomamos nota de estos textos celebrando la riqueza de la recepción de la palabra del Dios único en culturas distintas: la judía, la griega, la siríaca, la latina. Comparamos las versiones, situamos cada texto en su contexto y hacemos hipótesis sobre su sentido original, pero lo estudiamos también a través de todas las interpretaciones que se han hecho hasta nosotros: teológicas, espirituales, literarias y artísticas… Los lectores de Le Figaro pueden hacerse una idea, lúdica y a la vez instructiva, a través de nuestra newsletter semanal.

-¿Cómo se fijó el texto canónico de los Evangelios y de las Epístolas?

-La Iglesia no ha canonizado un texto, una versión particular, sino listas de libros. Incluso en el Nuevo Testamento, los escritos se agrupan por espacios geográficos: judío para Mateo y Santiago, romano para Marcos y Pedro, griego para Pablo y Lucas, oriental para Juan. En los primeros siglos, cuando la Iglesia se organizaba, los obispos se intercambiaron entre ellos «cartas canónicas», en las que proporcionaban la lista de los libros leídos en sus respectivas Iglesias. A partir de finales del siglo II, Ireneo de Lyon defendió las cuatro obras de Mateo, Marcos, Lucas y Juan como el verdadero Evangelio «cuadriforme». A finales del siglo IV, el tercer concilio de Cartago proporcionó la composición del Nuevo Testamento, que incluía las Epístolas y el Apocalipsis. Pero fue sólo en el siglo XVI cuando la Iglesia definió su canon definitivo, en respuesta a la Reforma, cuando un cierto número de cristianos empezó a rechazar determinados libros. Recordemos a este respecto la perplejidad de Lutero ante la Epístola de Santiago, que concede gran importancia a las obras, mientras que él privilegiaba la sola fe.

-¿Según qué criterios se distinguieron los Evangelios canónicos de los apócrifos?

Los Evangelios que dan fe son los que están revestidos de autoridad apostólica. En el siglo II, se identificó a Marcos como discípulo de san Pedro y san Lucas, pero también de san Pablo, mientras que los Evangelios según Mateo y Juan remiten directamente a la autoridad de uno de los apóstoles. Cualquiera que sea la atribución, el hecho es que todos los personajes de los que hablan los Evangelios no murieron al mismo tiempo que Jesús, por lo que pudieron garantizar, confirmar o afirmar lo que de Él se contó durante decenios. Este punto es estudiado de manera exhaustiva por la exégesis histórica actual. Los testigos oculares de la vida de Jesús y los hombres (¡y las mujeres en primer lugar!) que afirmaron haberle visto resucitado han tenido un papel clave por el peso que han dado a las tradiciones, que ellos han ratificado. Los escritos construidos a partir de su palabra tenían una autoridad mucho mayor que cualquier otra elaboración más indirecta.

Pieza de los papiros de Qumran.

»Los Evangelios que llamamos apócrifos son casi todos ellos más tardíos, más marcados por lo sobrenatural. Pretender que algunos apócrifos hayan podido tener tanta importancia como los Evangelios sinópticos, que habían sido fieles al «Jesús de la historia», es una broma. El único sobre el que existe verdaderamente un debate es el Evangelio de Tomás, una colección de palabras atribuidas a Jesús, de las que algunas sí que se podrían remontar a Él. Pero este evangelio está marcado por unas tendencias llamadas «gnósticas» muy posteriores al tiempo de la elaboración de las tradiciones evangélicas de los cuatro evangelios sinópticos.

-¿Cómo se explican las contradicciones que hay entre los cuatro Evangelios canónicos?

-La primera manera de explicar estas contradicciones o, en todo caso, diferencias, es que a pesar de apoyarse en testimonios y fuentes precedentes, los Evangelios son cuatro obras redactadas por cuatro autores distintos. Según la finalidad que cada autor asignaba a su obra, podía utilizar el mismo material, ese mismo episodio o esa misma parábola, de manera diferente. Podemos añadir que dichas disparidades son también prueba de autenticidad: si fuera un relato de ficción, sus autores habrían unificado mejor las cosas. Nuestros evangelistas parecen incluso incómodos a veces con el material que heredan. San Lucas, por ejemplo, tiene el tono de un historiógrafo grecorromano; pero lo que él debe ordenar y relatar son las tradiciones semi-informales de comunidades parcialmente organizadas alrededor de las autoridades apostólicas, por lo que hereda un conjunto polimorfo y no muy bien estructurado con el que, como dice en el prólogo, quiere componer la gran historia del acontecimiento de Jesús. De golpe, él trata de encontrar referencias en la Historia: un censo allí, un emperador allá… A veces se lía con las referencias cronológicas, pero que en su relato haya desaciertos es más bien una buena señal: demuestra que el material se le resiste y que no se lo inventa, no lo crea, sino que sólo le da forma.

-¿En qué consiste, entonces, la inspiración del texto evangélico?

-En el hecho de que el texto evangélico transmite sólo cosas verdaderas y sinceras respecto a la vida, la persona y las enseñanzas de Jesús, la única fuente de la salvación. Que los detalles anecdóticos e incluso la cronología sean inexactos no plantea ningún problema teológico. Hay, por ejemplo, un debate histórico sobre la duración del ministerio apostólico de Jesús, entre uno y tres años, que no pone en entredicho la verdad de los Evangelios.

Para seguir la aventura de «La Best» y consultar el trabajo de sus investigadores, puede visitarse el portal Bible Traditions.

Traducción de Elena Faccia Serrano.

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