«Shhhh». Este es el lamento que se escuchaba en el Calvario estos días. ¿Un fiel, lleno de celo, reclamando silencio? No, el dulce sonido de un pulverizador de agua para el cuidado y rejuvenecimiento de los mosaicos del Calvario.
Agua a presión, esponja, carbonato de amoniaco y jabón; así es como se «lavan y friegan en profundidad los mosaicos sin humedecer sus juntas», explica Raed Jalil, supervisor de los trabajos…
Azul y oro
Bajo los residuos ennegrecidos del humo de las velas, se pueden descubrir estos mosaicos de cristal de colores brillantes. Allí donde se veía un techo manchado por el polvo y el aceite quemado, ahora se puede ver un azul profundo salpicado por teselas de oro. La oscura capilla en lo alto del Gólgota muestra ahora la intensidad azul del cielo nocturno de Jerusalén.
Turistas, peregrinos y religiosos están sorprendidos: todos miran hacia el cielo, o lo que parece ser el cielo de la ciudad santa en una noche de verano. Arcos y cúpulas están llenos de símbolos y figuras bíblicas del Antiguo y del Nuevo Testamento. Abel, Moisés, Elías, pero también Pedro y Pablo, etc. Sobre el altar, doce palomas blancas se reúnen en torno a una gran cruz de oro.
Sobre los muros, las bóvedas presentan tres grandes cuadros con forma de medialuna. Es un tríptico de escenas bíblicas: la atadura de Isaac, llamado también sacrificio de Abrahán, las mujeres y Juan a los pies de la cruz en el muro lateral, y la crucifixión en el muro que se encuentra tras el altar. La capilla, undécima estación del viacrucis, vuelve a su esplendor… de hace 80 años.
De hecho, fue en los años 30 del siglo XX cuando se realizaron estos mosaicos. Restaurando así la capilla, los franciscanos rememoran la historia medieval del puesto. Así, los testimonios de los peregrinos describen este lugar como recubierto de mosaicos; entre ellos el hegúmeno ruso Daniel, hacia el 1106, cuando la basílica de la Resurrección, transformada por los cruzados, no se había terminado aún. De estas decoraciones medievales subsisten hoy solo algunos elementos en la cercana capilla llamada de los Francos, y es en un medallón en el techo que representa a Cristo.
Pertenecían a un conjunto, descrito precisamente por los peregrinos, que hablan de una Ascensión donde el Señor se encontraba en medio a sus discípulos. Esta medallón ya había sido restaurado en 2001. Limpiado una vez más, sus colores parecen todavía más apagados que los mosaicos de cristal, porque sus teselas son de piedra.
Arquitectos y pintores de primer nivel
El tiempo, los saqueos, el gran incendio de 1808, habían dañado la decoración de la capilla. Cuando apareció la fotografía en Tierra Santa, solo se hizo una foto de la capilla, al altar. En realidad, el lugar estaba en estado casi ruinoso, pero los franciscanos no podían intervenir como habrían querido. Fue solo en 1930 cuando finalmente pudieron llevar a cabo una restauración global de la capilla, concluida en 1937. Consistió en la consolidación y decoración de los muros y las cúpulas, pero también en la recolocación del pavimento y la edificación de un nuevo altar del Stabat. Los trabajos fueron dirigidos por el arquitecto Barluzzi, que ya había diseñado los planos y elegido la decoración de la basílica de las Naciones en Getsemaní, así como de muchos otros santuarios franciscanos en Tierra Santa.
Con ocasión de la destrucción del altar del Stabat, considerado «insignificante», los franciscanos tuvieron la feliz sorpresa de descubrir la roca del Calvario que florecía a nivel del suelo. De esta forma el nuevo altar lo mostraba y presentaba para la veneración de los fieles. Hasta entonces, como atestiguan las fotos antiguas, toda la roca estaba recubierta de mármol y bajo el altar de los griegos ortodoxos había un pequeña apertura que permitía tocarla, como sigue sucediendo hoy.
Para volver a colocar los mosaicos en la capilla de la Crucifixión, Barluzzi y los franciscanos llamaron a dos pintores, invitándoles a inspirarse en las descripciones realizadas por los peregrinos. El tríptico de las ventanas fue realizado por Luigi Trifoglio en 1933, mientras que el del techo y los arcos son obra de Pietro D’Achiardi, en 1935. La realización fue confiada a la empresa italiana Monticelli.
Llamando a Trifoglio y D’Achiardi, Barluzzi no invitaba a dos autores insignificantes. D’Achiardi, crítico de arte, museógrafo, pintor, profesor en la Academia de Bellas Artes de Roma, trabajó desde Chicago hasta el Vaticano. A él se deben los mosaicos de la tumba de Pío XI. En Tierra Santa, trabajó en otros santuarios de la Custodia: Ain Karem, Cafarnaún y en el Monte de las Bienaventuranzas.
Trifoglio, conocido por ser uno de los representantes de la corriente pictórica que buscaba hacer de lo cotidiano algo clásico, todavía está expuesto en el Museo de las Artes Modernas de Roma por algunas de sus obras.
La arquitecta Giovanna Franco Repellini, autora de un libro sobre Barluzzi, observa no obstante que este último no habría aprobado el diseño de Trifoglio, pero han sido estos los que se realizaron y los que han recuperado su frescura.
La limpieza actual se ha confiado al Mosaic Center de Jericó. Fundado por el franciscano Michele Piccirillo, ayudado por la Agencia de Cooperación italiana, forma y da trabajo a los palestinos en la preservación del patrimonio local. Pera esta restauración se necesitará mes y medio de trabajo. Cuando concluye la jornada laboral, el andamio se desmonta para respetar el lugar santo y la oración.
El proyecto de restauración está patrocinado por el Consulado italiano, la Custodia de Tierra Santa, ATS pro Terra Sancta, el Mosaic Center de Jericó, el ayuntamiento de Bronzolo (Italia) y la fundación Opera Campana de los Caídos.
Ahora, en el lugar en el que expiró Cristo, peregrinos y turistas mirarán más que nunca hacia el cielo.