Pablo J. Ginés / Fundación Tierra Santa
El 2015 el periodista guipuzcoano Mikel Ayestaran se estableció con su mujer y sus dos hijos en Musrara, un barrio cercano a las murallas de Jerusalén. Después de muchos años de enviado especial trotamundos, se convertía en un corresponsal para Grupo Vocento y la TV vasca en Tierra Santa. Ha cubierto el conflicto, las fiestas, la cultura, la religión, la sociedad… y viviendo allí lo ha experimentado de cerca.
Recientemente publicó Jerusalén Santa y Cautiva (Península), que ya va por su tercera edición. A lo largo de 230 páginas lleva al lector por la Ciudad Santa, como quien acompaña a un amigo para enseñarle lo que todos deben ver y también algunos rincones secretos y personajes con encanto. Además lo hace salpicando el texto de anécdotas personales que ha vivido con su familia, y a veces con compañeros periodistas españoles.
Es un libro que engancha y se puede leer en tres sentadas. Los que viajen a Tierra Santa o sueñen con ello lo harán antes, durante y después de su viaje. Es estilo periodístico, mucho de crónica con algo de memorias, y se lee con facilidad.
Familia vasca llega a Jerusalén
El libro empieza en clave testimonial. Explica como se asienta en el barrio de Musrara con su familia y a partir de ese momento ya hay que lidiar con el lugar y su historia. Pagan alquiler en metálico a un casero judío pero probablemente la casa tenía dueños palestinos antes de la Guerra de los Seis Días. Es un ejemplo: en Jerusalén todo tiene historia.
Después la familia apunta los niños -que vienen de una ikastola en vasco- a ‘Hogwarts’, que es la Escuela Anglicana Internacional, en inglés. Pasados unos meses «es peculiar la mezcla de su inglés británico con el euskera materno de Azpeitia».
Aprendemos que en el parque cerca de su casa la inmensa mayoría de niños son de familia judía ultraortodoxa. A veces escupen a sus hijos, al parecer como acto de militancia religiosa.
Otras veces los expatriados españoles tienen que gritar y ponerse maleducados para conseguir atención y respeto. Por ejemplo, es necesario para convencer a las chavalas israelíes con uniforme y metralleta del servicio militar de que alejen las armas que asustan a los niños.
Paseando por el Barrio Musulmán
Ayestaran pasea al lector por el Barrio Musulmán, mostrándonos personajes emblemáticos y familias importantes del lugar. Nos introduce en debates sobre gastronomía («la guerra del hummus») que son síntoma de otros más complejos. En el Barrio Cristiano nos habla de un tatuador y de vendedores de antigüedades.
Conocemos a su ya amigo Santiago de Míchigan, que lleva 10 años en Jerusalén, muy visible en la Ciudad Vieja, descalzo, vestido como Jesús y con bastón.
«Yo no soy Jesús, sólo trato de imitar su forma de vida, es el modelo a seguir», explica a quien le pregunta. Tiene 60 años que no aparenta, se hizo católico a los 12, con los jesuitas de Toledo, Ohio, y su modelo para peregrinar a Jerusalén fue Ignacio de Loyola, que también lo hizo, aunque Santiago de Míchigan se quedó pero Ignacio no. El norteamericano evangeliza con su presencia llamativa y habla de la Jerusalén celestial a quien quiera charlar con él.
También visitamos con Ayestaran el Colegio Español del Pilar (en Fundación Tierra Santa ya lo presentamos aquí), con grandes vistas y bandera española. Tienen 200 alumnas y sólo 7 familias han pagado la matrícula del año (800 euros); el resto dependen de donativos y benefactores. Hay que hacer encaje de bolillos para cuadrar eso. Allí viven una monja española y varias mexicanas y las niñas estudian en árabe, con clases de hebreo, español e inglés.
Tras un repaso al barrio armenio y su comunidad, dividida tristemente en facciones, acude al Barrio Judío, para explicar las distintas comunidades que hay, la sinagoga cadaíta (grupo que no admite la tradición de los fariseos y el judaísmo rabínico mayoritario), el crecimiento del judaísmo nacionalista, aspectos oscuros de los servicios de seguridad y algunos de sus abusos y los conflictos sobre la arqueología o los cementerios.
Nos lleva a los 3 lugares sagrados
El penúltimo capítulo se centra en tres lugares santos: el Santo Sepulcro, la Explanada de las Mezquitas y el Muro del Templo. Puede entrar en la Explanada con un permiso y guía especial de la asociación musulmana que lo gestiona, y que le mete prisa. Al Muro hay zonas que son sólo para judíos y separan hombres y mujeres. Pero al Santo Sepulcro, el lugar más sagrado de la cristiandad, puede entrar cualquiera (estos días casi no hay gente, como explicábamos). Fray Salvador, el custodio franciscano del Sepulcro, mexicano de Guadalajara le da un paseo como si fuera un peregrino, y con él a nosotros, sus lectores.
La Jerusalén celestial y la buena abuela con albóndigas
Ayestarán es un periodista profesional, que presta atención y toma notas, pero no es hombre de fe y no puede cubrir ese flanco experiencialmente, al menos por ahora.
«No he tenido esa experiencia renovadora de la que tanto me había hablado Santiago de Míchigan», escribe, «pero al menos me he acordado con intensidad de mi abuela Jesusa, tanto que me animo a cocinar unas albóndigas con tomate como las que ella me preparaba cada sábado. A la espera de esa Jerusalén celestial de la que suelo hablar con Santiago en nuestros paseos por la Ciudad Vieja y que Salvador también me presentó como ‘una patria eterna, una verdad que transformará la realidad actual en realidad perpetua, la realidad de Dios’, sigo buscando en mi vida personas buenas como mi abuela Jesusa, personas en las que poder creer».
El libro es sin duda una guía, un pasaporte a lugares poco visibles y una magnífica visión de Jerusalén en toda su complejidad, explicada al lector hispano. Aprendemos a mirar con un periodista que hay querido mirar desde cerca y tratar de entender.