La Guardia Suiza, en Tierra Santa: «Tocar con nuestras manos estos lugares es una gracia especial»

Jóvenes de la Guardia Suiza en Tierra Santa.

El pasado 19 de marzo, doce miembros de la Guardia Suiza concluyeron una nueva peregrinación a Tierra Santa, retomando esta tradición que se viene realizando desde hace siete años y que se vio interrumpida por la pandemia.

Los guardias, conocidos por sus atuendos renacentistas y dedicados por entero a velar por la vigilancia y seguridad del Papa, visitaron los lugares más importantes de Tierra Santa vestidos, en esta ocasión, de paisano. Además de Jerusalén, los 12 miembros de la Guardia Suiza visitaron Galilea, el desierto de Judea, Jericó y el lugar del bautismo en el Jordán y Belén, entre otros. El objetivo, poder rezar en los santos lugares allí donde la Iglesia que han jurado defender comenzó su andadura.

Fray Alberto Joan Pari, secretario de la Custodia de Tierra Santa, guio al grupo durante toda la semana que duró la peregrinación.

Para él, la experiencia junto a los 12 jóvenes le permitió imaginarse cómo habría sido la experiencia de Jesús guiando por aquellos mismos lugares a los apóstoles.

Me he sentido como el `maestro´ porque juntos, todos los días, hemos partido el pan –tanto el eucarístico como el de la Palabra– en cada santuario visitado, cada uno con su catequesis, liturgia y teología específicas. Ha sido una experiencia muy importante y conmovedora» que ha permitido a los jóvenes soldados «visitar esos lugares que son la raíz histórica del estado al que prestan servicio», declaró Fray Alberto a Custodia de Tierra Santa.

Tocar los santos lugares, «una gracia especial»

Uno de los guardias, Mike Boget, destacó la motivación con que el equipo preparó la peregrinación desde días antes con meditaciones, oraciones, lecturas y conferencias.

«Ir a Tierra Santa es un sueño para los que trabajamos en el Vaticano junto al Santo Padre porque Jerusalén y la Tierra Santa son la raíz de nuestra fe, estar aquí significa volver a donde todo empezó y, sobre todo, poder por fin `ver´ la Biblia que leemos y conocemos bastante bien. Ahora sabemos que tocar con nuestras propias manos estos lugares es una gracia especial, de la que tal vez todavía no somos plenamente conscientes», subrayó.

Uno de los aspectos que destaca el sacerdote de los jóvenes de la Guardia Suiza que asistieron a la peregrinación es su curiosidad e interés por conocer la vida y realidad de los cristianos locales.

«No solo visitamos los lugares santos sino que tratamos de tener encuentros con personas que viven y tienen una gran experiencia en Tierra Santa. Para cada participante, esta peregrinación es un sueño hecho realidad», explica a Christian Media Center.

Es el caso de Florent Jacquod, guardia desde hace algo más de dos años, que amplió su servicio en la Guardia para poder participar.

Por encima de los «bellísimos lugares», explica que le impresionó el ejemplo de los cristianos de Tierra Santa, a los que considera «las piedras vivas de esta tierra».  Esta, dice, es una hermosa imagen, pues «los cristianos son la memoria viviente» de la fe, y al mismo tiempo que los santuarios se construyeron para conservar y salvaguardar la memoria de los lugares, también debemos apoyar y proteger a los que viven aquí».

«Una de las razones por las que me uní a la Guardia es para conocer de cerca a la Iglesia Católica. Estamos en el centro, en el corazón, y ver Jerusalén donde empezó todo es parte de esto. Para mí, es la experiencia de la Guardia completa», explica.

La Guardia Suiza, «siempre en alerta»

Se trata de un viaje del que los asistentes también agradecen su fuerte componente espiritual, como Constantin, quien valora poder dejar de lado el trabajo diario para «pararse a reflexionar sobre el sentido de la vida»: «El Huerto de los Olivos, en Getsemaní, me gusta mucho, puedo aprender mucho leyendo este Evangelio, a estar siempre alerta, a orar, y para mí es muy importante tener esto siempre presente«.

Concluida la peregrinación, los guardias suizos recibieron en la curia custodial la Medalla del peregrino y el correspondiente diploma, un honor establecido por el papa León XIII como certificado de la peregrinación realizada y signo visible de una realidad alcanzada, vivida y grabada en el corazón.

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