El Almacén de Tesoros Nacionales de Israel se encuentra en una gran nave industrial de Bet Shemesh, a pocos kilómetros de Jerusalén. En sus largos pasillos cerrados al público se acumulan más de un millón de objetos que reflejan la historia de Tierra Santa. Hasta una tercera parte de ellos, según declara Guideón Avni, director del departamento de Arqueología de la Autoridad de Antigüedades, están relacionados con el cristianismo: «Los hallazgos arqueológicos ofrecen una base científica para la reconstrucción de la vida diaria en los tiempos de Cristo», añade.
Son objetos que no pueden atribuirse con precisión a personas concretas, «pero sí sirven para dar el contexto al periodo que va del siglo I a.C. al siglo I d.C.», explica a Efe la conservadora argentina Débora Ben Ami.
Entre vasijas, platos, vasos y osarios grabados con algunos de los nombres más comunes de la época y que han trascendido por las Sagradas Escrituras, como José, María o Jesús, se encuentra un hueso conservado en uno de estos pequeños depositarios fúnebres y que está atravesado por un gran clavo, arrojando luz sobre las formas de crucifixión empleadas durante el imperio romano. Es el único segmento óseo con una punta incrustada encontrado hasta la fecha, señala Ben Ami, en la parte del cuerpo de un varón que corresponde al talón, lo que indica que fue crucificado con las piernas en paralelo, un procedimiento distinto al que la figura de Jesucristo en la cruz, con un pie sobre otro, ha traído hasta nuestros días.
Otros utensilios estaban en las casas de los sacerdotes de la época o de la alta sociedad en Jerusalén, algunos de vidrio, cerámica local o importada de Asia y Europa, y otros fabricados con piedra caliza que, de acuerdo a la ley judía, los purifica. «Por un lado muestran el respeto a las leyes judaicas y por otro, la apertura a la moda y estilos de uso (de materiales) más de Roma y el Oriente próximo», añade.
Destaca que todos estos hallazgos «permiten visualizar mejor el momento del establecimiento del cristianismo» porque el público, en general, está más acostumbrado a ver los restos de la era bizantina, cuando esta religión ya estaba más asentada. Precisamente de este período que se extendió entre los siglos IV y XV d.C. datan numerosas vasijas, cruces, ámpulas y relicarios propiedad de los cristianos residentes o de peregrinos que visitaban Tierra Santa y que se llevaban de vuelta a sus lugares de origen como recuerdo.
Una tradición que continúa a día de hoy, con un 53% de turistas cristianos -un 20% peregrinos- que visitan un lugar donde la religión sigue siendo uno de los mayores atractivos y el principal segmento de mercado, apunta Uri Sharon, del Ministerio de Turismo israelí. Tierra Santa «es el lugar adecuado para tocar a Jesús, ver dónde vivió, paseó o comió«, argumenta, y señala la fuerte impresión de los fieles al rezar entre los históricos olivos del Huerto de Getsemaní, a los pies del Monte de los Olivos o frente a la Ciudad Vieja de Jerusalén, lugares donde Jesús pasó sus últimas horas antes de ser prendido y después crucificado. «Es una experiencia transformadora que cambia la manera en que leerás la Biblia para siempre», resume Sharon.