Con su consagración como miembro del Ordo Virginum el pasado 1 de noviembre por el cardenal Pierbattista Pizzaballa, la española de 42 años María Ruiz Rodríguez vio concluido un largo viaje que comenzó hace décadas, cuando en el año 2000 sintió «la llamada».
Aunque todo se esclareció con su llegada a Jerusalén en 2018 para someterse a un periodo de discernimiento, la iconógrafa relató tras su consagración que aquella vocación comenzó 20 años atrás.
Deseosa por peregrinar a Tierra Santa con motivo del Gran Jubileo previsto para la Nochebuena del 2000, dedicó dos años a ahorrar para el viaje.
Sin embargo, relata a Catholic News Agency, «sentí que Jesús me decía ‘Yo soy tu Tierra Santa‘. Ese mismo año entré al convento, así que desistí. En cierto modo, ya había llegado a Jerusalén».
Como religiosa, Ruiz Rodríguez dio sus primeros pasos en el arte de escribir iconos, a lo que se refiere como «un camino espiritual y de oración» que continúa a día de hoy renovando el misal y el evangelio del Patriarcado Latino de Jerusalén.
«Más que una expresión artística, un icono es una profesión de fe. Antes de comenzar el trabajo, invoco al Espíritu Santo y pido perdón por mis propios pecados y por los que venerarán estas imágenes. Estaba interesado en esta dimensión de la relación», afirmó Ruiz.
Dos décadas más tarde, en 2018, la nueva virgen consagrada pudo visitar Tierra Santa como peregrina del Instituto de vida consagrada Familia Monástica de Belén, la Asunción de la Virgen María y San Bruno.
El «sueño» de visitar Tierra Santa al fin era una realidad. Pero los Santos Lugares no fue lo único que conoció en el llamado «Quinto Evangelio». Casi nada más entablar relación con algunas mujeres consagradas del Ordo Virginum quedó cautivada.
«Estaba buscando mi lugar y me sentí llamada«, dijo.
Ordo Virginum, esposas de Cristo en el mundo
El llamado Ordo Virginum, la «forma de consagración femenina más antigua de la Iglesia» e impulsada tras el Concilio Vaticano II, le resultó irresistible. Especialmente la elección de una vida de virginidad «por el reino de los cielos» en una forma de vida laica.
Se trata de mujeres seglares que celebran desposorios con Cristo y permanecen viviendo en el mundo, solas o con sus familias. La gran mayoría tiene trabajos seculares. Las vírgenes consagradas no visten hábitos religiosos, tampoco viven en comunidades ni tienen estatutos, reglas comunes o superiores. Tan solo son orientadas por el obispo local –en este caso, el cardenal Pierbattista Pizzaballa– que actúa como garante de su camino de discernimiento y preside su consagración.
El único compromiso que hacen es la “resolución de castidad”, que expresan durante el Rito de Consagración. Su símbolo visible de consagración es un anillo que refleja el misterio de la Iglesia como “Esposa de Cristo”. En el de Ruiz hay grabada una inscripción en hebreo que reza “Oh vida mía”, en referencia a Cristo y la fecha de su consagración.
Consagrada en plena guerra
Cuando llegó el día, recuerda que pasó por su cabeza algo parecido a una tentación, al preguntarse de qué podía servir su pequeño paso en mitad de acontecimientos como una guerra, entonces en su vigésimo día.
«¿No tiene la Iglesia asuntos más urgentes que atender que detenerse a celebrar la consagración de una mujer humilde como yo?», pensó. Pero de inmediato se respondió a sí misma: «No puedo retrasar este compromiso. De hecho, unir mi vida con la Iglesia en un momento de sufrimiento es aún más significativo».
La consagrada y virgen española aprendió los idiomas locales, árabe y hebreo, muy presentes tanto en el rito como en los feligreses que acudieron a su consagración.
«Creo que ser extranjero es una bendición para esta Iglesia. ¿Por qué había personas tan diferentes ese día? No soy ni árabe ni judía, y esto me permite unir a ambos pueblos en mi corazón. En alabanza a Dios éramos un solo pueblo, trascendiendo las divisiones que habitualmente nos separan. Esto también lo necesita la Iglesia en Jerusalén, recordar su vocación universal«, reflexiona.
Escribiendo iconos para el patriarcado latino
A raíz de su experiencia como escritora de iconos, el patriarca Pizzaballa le pidió que creara algo dirigido concretamente a los cristianos locales, latinos por tradición pero orientales por cultura.
Lo resultante es fruto de «un estilo exclusivamente mío pero rico en toda la tradición iconográfica de la Iglesia de Jerusalén. El arte de los manuscritos armenios ciertamente tuvo una influencia significativa en mí».
También surge de la colaboración con el patriarca Pizzaballa, que se muestra interesado en supervisar el trabajo de Ruiz.
«Leemos juntos el Evangelio y elegimos qué escenas representar, teniendo en cuenta la particularidad de cada evangelista. Le gusta especialmente resaltar pasajes que se representan con menos frecuencia en la tradición artística. Este es un proyecto cercano a su corazón», afirmó.
María Ruiz Rodríguez, escribiendo un icono de los evangelios.
Su último proyecto es la creación de las imágenes para los evangelios de Mateo y Marcos, un proceso laborioso que implica múltiples etapas para cada página, como las letras a lápiz, la elaboración de los iconos, las letras en tinta y por último añadir los colores dorados. El resultado final será un volumen de unas 200 páginas con 250 imágenes.
“Hacer que esto funcione en Jerusalén tiene un valor especial: puedo visitar los lugares donde se vivió ese Evangelio” pero también “sumergirme en la cultura judía”, dijo. “Esto me ha abierto los ojos a la riqueza que el judaísmo aporta al cristianismo. Hay una perfecta continuidad y al mismo tiempo una novedad sin precedentes en la persona de Cristo”.
«En el lugar correcto, donde Dios quiere»
Con su consagración, Ruiz emprende su nuevo camino como “piedra viva” de la Iglesia de Jerusalén.
En su homilía, el cardenal Pizzaballa destacó que «el Evangelio no nos llama a convertirnos en héroes, sino en santos«, que «Cristo nos invita a todos a seguirlo» y que, en última instancia, esa es la misión de las personas consagradas». Misión, agregó, que «no es imposible, sino maravillosa, porque nada es imposible para Dios».
La nueva integrante del Ordo Viginum secunda las palabras del cardenal y asegura que, finalmente, está «en el lugar correcto». «No es un acto de heroísmo. Simplemente estoy donde Dios quiere que esté«, concluye.