El padre Marwan Di´des es un cristiano árabe nacido en Jerusalén y que creció en un ambiente en el que cristianos de distintos ritos y confesiones vivían juntos. Este es su caso y fue finalmente en la orden franciscana donde aquel joven cristiano de la ciudad santa encontró su lugar. Ahora es el párroco de la iglesia latina de Nazaret, donde tiene a su cargo a más de 8.000 católicos latinos en un lugar históricamente vital para la Iglesia.
En una entrevista con la web de la Custodia de Tierra Santa habla de su vida, su vocación y de su labor como párroco en un lugar donde a menudo las tensiones religiosas son muy grandes y donde la llegada de peregrinos marca el ritmo de la Iglesia.
“Desde que era pequeño veía al sacerdote en el altar y me gustaba, como si fuera un buen trabajo que me gustaría hacer. Me atraía servir en el altar y lo hacía a menudo”, cuenta el padre Marwan sobre su infancia.
La Tierra Santa en su familia
Él mismo reconoce que proviene de una realidad socio-religiosa compleja. “Asistí a escuelas dirigidas por anglicanos, mi madre era católica y la familia de mi padre era ortodoxa. Crecí con una mentalidad abierta en el que hay ‘espacio para todo y para todos’”, recuerda.
Sin embargo, en un momento de su adolescencia se alejó de la Iglesia. Pero a los 17 años se unió a la Juventud Francisana y fue en una de las marchas que organizan cuando sintió la llamada para entrar en un convento. Lo hizo en 1992.
En primer lugar se trasladó a Italia para aprender italiano, luego hizo el noviciado en Ain Karem, más tarde hizo dos años de Filosofía en Belén y los cuatro de Teología en Jerusalén.
“En el segundo año de Teología, sin embargo, fui superado por una gran duda. No quería ser sacerdote, pero solo seguir siendo un fraile franciscano laico. Nunca supe la razón de esta crisis, pero recuerdo que durante un año tuve varias reuniones con el director espiritual y mi maestro, quienes me dijeron que para ellos mi vocación al sacerdocio era clara. Después de la profesión solemne como fraile franciscano, llegó el día de la ordenación como diácono, pero aún no había encontrado una respuesta a las dudas que tenía dentro de mí. Mi nombre estaba en las invitaciones, pero no había invitado a ningún amigo”, confiesa.
La noche anterior seguía con estas grandes dudas y le dijo a su maestro que si al día siguiente le encontraba en la sacristía se ordenaría, pero que si no lo estaba no se preocupara en buscarle.
“Esa noche, le pedí a Dios una señal y mientras estaba solo en el baño, escuché claramente una voz: ‘Te he dado la respuesta muchas veces y ahora me estás pidiendo una señal nuevamente’. Inmediatamente tuve ante mis ojos la imagen de Jonás en el vientre de la ballena, un símbolo de la resurrección de Jesús. Estaba asustado, estaba molesto. Después de las vísperas, me fui a la cama exhausto como después de un duro día de trabajo. Al día siguiente fui el primero en la sacristía y estaba seguro y contento con mi ordenación como diácono”, relata contento el padre Marwan. Más tarde en su ordenación sacerdotal lloró por haber dudado de la voluntad de Dios.
Cuando el perdón vence al odio
Una vez ordenado primero estuvo seis meses en el Santo Sepulcro, luego fue párroco adjunto en Jerusalén y luego durante quince años estuvo en Belén, donde dirigió el Hogar para Niños y la Escuela de Tierra Santa en Belén. Desde 2019 es párroco de la iglesia latina en Nazaret.
“La madurez en la fe no se produce de un día para otro: comienza cuando nacemos. Crece cada vez más o este camino se destruye y sigues otro. Esta continua construcción de una cercanía cada vez mayor con el Señor me ha dado la fuerza para comprender la presencia del Señor en mi vida. Si miramos nuestra propia vida y vemos que muchas veces en la vida Dios estuvo allí, entonces comprende que él estará allí nuevamente. Sin embargo, esta es una conciencia que madura día a día, a nivel personal. La educación y la formación cristiana son importantes, pero confiar en el Señor es una experiencia estrictamente personal. Como el perdón: tiene que renovarse todos los días. Perdí a mi hermano, quien fue asesinado en la segunda Intifada y nunca hemos descubierto quién lo mató. Durante los primeros dos años tuve dentro de mí solo un sentimiento de ira contra personas que ni siquiera conocía, y luego me di cuenta de que el perdón debe practicarse día a día. Eso es confiar en el Señor”, concluye este franciscano.