Solamente el padre Francesco Patton más tres franciscanos, algunos periodistas y una escolta encargada de verificar las condiciones de distanciamiento pudieron realizar el tradicional Via Crucis de Viernes Santo por la Via Dolorosa en Jerusalén, desde el convento de la Flagelación hasta el Santo Sepulcro.
«Caminar por las calles vacías el Viernes Santo y celebrar el Via Crucis con cuatro frailes y con escolta, como lo hemos hecho hoy, nos da una idea de la gravedad de la situación que se está viviendo», dijo el Custodio de Tierra Santa: «Pienso en la consternación que el mundo está viviendo. Es como si sintiéramos que, caminando su personal Via Crucis, Jesús asume la angustia del mundo«.
El acto tuvo lugar a última hora de la mañana. Pero en las primeras horas del día, en la basílica del Santo Sepulcro, el administrador apostólico del Patriarcado Latino, Pierbattista Pizzaballa, celebró los oficios del Viernes Santo, con la liturgia de la palabra, la adoración de la cruz y la comunión eucarística.
Ante la piedra del Gólgota, en la que fue clavada la cruz de Cristo, el administrador apostólico expuso el relicario de la Cruz para un momento de adoración. El rito se remonta al siglo IV, cuando el Viernes Santo la gente desfilaba adorando la Cruz mientras se proclamaban durante tres horas los pasajes de la Sagrada Escritura sobre la Pasión del Señor.
Por la noche fue el momento de la procesión funeraria de Cristo, presidida por el Custodio de Tierra Santa fray Francesco Patton. Algunas crónicas hablan de que esta tradición ya estaba presente en el siglo XV, pero la forma actual se remonta a hace 250 años, según un ceremonial de Tierra Santa que data de 1750 y cuenta la procesión funeraria tal como la celebramos hoy.
Las últimas etapas son las más impresionantes. En el Calvario, dos diáconos quitan del crucifijo la corona de espinas y los clavos incrustados en las manos y los pies. Después, el cuerpo de Jesús, tendido sobre una sábana, es llevado hasta la Piedra de la Unción, donde el Custodio de Tierra Santa realiza el rito funerario descrito en los Evangelios. El Custodio unge con mirra y perfuma con hierbas aromáticas e incienso la imagen del Crucificado, como hicieron José de Arimatea y Nicodemo con Jesús.
A lo largo de las estaciones, se proclama el Evangelio en varios idiomas, para representar la universalidad del misterio de la redención, por un lado, y la universalidad de la adoración que merece Cristo crucificado. La celebración termina con la colocación del Crucificado en el Sepulcro, a la espera de la resurrección el día de la Pascua.