Decir su nombre es pensar en la Anunciación. También en un lugar donde vivió Jesús Niño. Pero Nazaret no es solo recuerdo. Es una ciudad viva y activa, «entre tradición y tecnología», como cuenta José María Ballester Esquivias en Alfa y Omega:
Nazaret, la ciudad en la que creció Jesucristo y sede la Sagrada Familia. Pero también una ciudad en la que cristianos y musulmanes han logrado una buena convivencia que ha desembocado en un notable desarrollo económico. Un ejemplo de que la paz se puede lograr con buena voluntad y pequeños pasos
El repunte de la tensión en Israel y en los territorios ocupados a raíz de la decisión del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, de trasladar la embajada de su país desde Tel Aviv a Jerusalén no ha sido óbice para que miles de personas participasen en la 35ª edición de la Marcha de Navidad de Nazaret, la ciudad en la que transcurrió la infancia de Jesucristo. El único incidente ha sido la cancelación de un concierto previsto para el 17 de diciembre.
Por lo demás, y como viene siendo habitual, miles de personas, sin distinción de raza, y sobre todo de religión, han ocupado durante varios días las calles de la «capital árabe de Israel» para celebrar la Navidad. Y lo han hecho emprendiendo, entre otros trayectos, el que parte de la tumba de la Virgen María y sigue por la calle Pablo VI. Y luego pasando por la calle nombrada en memoria del primer Papa que pisó el lugar y cuya visita motivo la construcción de la nueva iglesia de la Anunciación en 1964.
La Anunciación, uno de los episodios centrales de las Escrituras en el que el Ángel Gabriel anuncia a María que es la elegida para dar a luz al Hijo de Dios. «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra», según narra el Evangelio de san Lucas (Lc 1, 26-37). La presencia en el lugar donde se produjo la Anunciación impacta a cualquier cristiano –aunque no es necesario que lo sea– que visita esas ruinas arqueológicas de carácter sagrado.
Sin embargo, Nazaret es más que el lugar donde tuvo lugar la Anunciación y transcurrieron los primeros años de la vida de Jesucristo. Es también una urbe bulliciosa, que cuenta con alrededor de 100.000 habitantes, dos alcaldes –uno cristiano y otro musulmán–, y muy frecuentada por judíos laicos durante los fines de semana. El motivo es bien sencillo y prosaico: pese a estar en territorio israelí (Belén, por ejemplo, está en territorio controlado por la Autoridad Nacional Palestina), su doble identidad cristiana y musulmana permite escapar de los rigores del shabat.
Esta particularidad no significa que Nazaret sea un reducto laicista. Pero sí que es una urbe en la que, si bien se palpa la tensión inherente a la zona, se ha logrado una convivencia de notable calidad. Con unos requisitos muy precisos. Sin ir más lejos, los rótulos de los autobuses que circulan por Nazaret indican el destino de forma alternativa en árabe y en hebreo.
El resultado global es una ciudad de servicios, que vive en gran parte de los ingresos generados por el turismo (no podía ser de otra manera), pero que ha sabido desarrollar otro tipo de actividades económicas. Sin ir más lejos, Nazaret es la sede de una veintena de empresas de tecnología punta (principalmente de software) de titularidad árabe, lo que ha llevado al diario israelí Haaretz a calificarla como «la Silicon Valley de la comunidad árabe».
Puede parecer exagerado, sí. Pero quien deambule por las calles de Nazaret se topará con coches de gran cilindrada o con el mismo tipo de tiendas que en una ciudad europea del mismo tamaño. Por ejemplo, dos sucursales de una conocida marca de joyería. ¿Exhibición con ribetes algo innecesarios? Probablemente. Con todo, es la prueba de que con buena voluntad se pueden lograr importantes resultados en los lugares más insospechados.