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Llegó a Tierra Santa alejada de Dios para unas prácticas profesionales, pero en Magdala la esperaba un vuelco inesperado

El Proyecto Magdala ha cumplido 10 años. Este hallazgo arqueológico a los pies del Mar de Galilea es considerado uno de los más importantes del siglo XXI y se ha convertido en una encrucijada de culturas y religiones. Pero no sólo es un impresionante lugar para conocer la historia de Israel en los tiempos de Jesús sino que es un lugar vivo que todavía hoy provoca conversiones y encuentros con Cristo.

Es el caso de Lesly Guerrero, una joven mexicana de 21 años estudiante de la carrera de Administración Turística que llegó en febrero a Magdala justo antes de que estallara totalmente la gran pandemia de coronavirus. Llegaba a este lugar para realizar unas prácticas profesionales, pero su experiencia ha sido mucho más profunda.

Ella misma cuenta lo que ha ocurrido en su alma en estos pocos meses en Tierra Santa. Lo hace en la propia web de Magdala:

“Mi historia en Magdala”

¿Alguna vez han sentido un vacío tan grande en el pecho que no les permite siquiera respirar? Así me sentía yo, perdida. Vivía mi vida rutinariamente, estresada, inconforme y en modo automático, no me detenía a ver atrás ni tampoco me entusiasmaba el futuro. Para ser honesta, hace muchos años había dejado atrás a Dios, había dejado de buscarle y de hablarle, pero Su amor es tan grande que no nos deja perdernos, Él siempre va a nuestro encuentro.

En noviembre del 2019 me llegó la noticia por parte de mi universidad, de que estaban buscando a tres alumnas para realizar sus prácticas profesionales en Magdala y, para mi gran sorpresa, yo había sido una de las elegidas. Cuando recibí la noticia, lo primero que pensé fue “No puedo aceptarlo”. Como era de esperarse, creé escenarios negativos alrededor de la idea de salir del país: ¿Cómo sería posible?, ¿por qué yo?, ¿de dónde sacaría el dinero necesario? Aunque me emocionaba, también estaba aterrorizada por la idea; sería la primera vez que saldría de México y, además, estaría sola. Pude haber dicho que no, pero, a pesar de todas las trabas, pronto me di cuenta de que había una razón por la cual yo tenía que ir a Israel, Dios me estaba llamando y no me dejaría decir que no.

El 4 de febrero de 2020 tomé mi maleta con todo lo que creí necesario para mis cinco meses de estancia y me fui. Cuando llegué a Magdala, me sentía confundida y frustrada; creí que al llegar a Israel sentiría un cambio inmediato, sentiría la presencia de Dios a mi lado, pero no fue así. Pasé casi un mes tratando de encontrar a Dios en un vago sentimiento humano, no me daba cuenta del misterio tan grande que es el amor de Dios y que tenía un camino largo por recorrer en mi fe.

Magdala, a los pies del Mar de Galilea es uno de los grandes descubrimientos arqueológicos del siglo XXI

¿Recuerdan que mencioné que me sentía perdida? Pues, Jesús vino a mi rescate. Fue en uno de los primeros paseos en el que todo cambió. Recuerdo que era un día en el que me sentía particularmente triste pero aún así, mi corazón estaba abierto y sensible. Fuimos a Jericó y al caer la tarde decidimos reunirnos a ver el atardecer en el desierto. Recuerdo que hubo un momento en el que todos empezaron a orar y yo, sin saber qué hacer, solo cerré mis ojos y pedí perdón por no saber rezar. Fue en ese mismo instante cuando vi a Jesús, sentado a mi lado. Quedé perpleja, intenté abrir mis ojos, creyendo que todo estaba en mi imaginación, pero no pude, así que decidí someterme y abrir mi corazón a Jesús. Recuerdo que en ese momento comencé a llorar y sentí una gran opresión en mi pecho, pero al mismo tiempo sentía cómo toda esa presión se desvanecía.

No hizo falta que Jesús dijera algo, su sola presencia me transmitió amor profundo y me hizo darme cuenta de que siempre había estado conmigo, diciéndome que todo estaría bien. Cuando por fin pude abrir mis ojos, uno de los voluntarios empezó a orar en voz alta diciendo algo como “Señor, permite a aquellas almas que están en busca de tu amor, encontrarte”. A partir de ese día decidí que abriría mi corazón y empecé a buscar y a reconocer a Dios en cada una de las personas y momentos que viví en Magdala.

Magdala es un lugar de encuentro y sanación, hoy me siento orgullosa de llamar a Magdala mi hogar, ya que ahí di mis primeros pasos en el camino de la fe y crecí en el amor a Cristo. Aquí me encontré a mí misma y pude aprender a verme con el mismo amor que Dios me ve, pude perdonar y sanar las heridas de mi pasado y puedo decir que me encuentro en paz y feliz.

Magdala es verdaderamente un instrumento del amor de Dios. Cuando apoyaba en el centro de visitantes, lo que más alegría me daba era darle la bienvenida a los peregrinos y ver sus rostros al irse, con un semblante diferente, alegres, conmovidos, en paz y llenos de Dios.

Ha sido una bendición para mí el haber tenido la oportunidad de venir a Tierra Santa, de recorrer los lugares de la mano de Jesús, donde él mismo me mostró cuánto me ama y pude crear una relación estrecha con Él. Muchas veces vivimos afligidos pensando que Dios no nos escucha y, a modo de consejo, puedo decir que es mejor dejar de preocuparse y dejar todo en manos de Dios ya que Él escucha nuestras plegarias. ¡Abran su corazón, sean humildes y déjense encontrar por Su amor!

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