El lunes 28 de diciembre, en la gruta que se halla bajo la iglesia de Santa Catalina, en Belén, los franciscanos conmemoraron el martirio de los Santos Inocentes. La tradición sitúa aquí la tumba de estos niños menores de dos años asesinados por Herodes tras el nacimiento de Cristo.
Presidió la misa el vicario custodial, fray Dobromir Jasztal. Las celebraciones de la Navidad en Belén fueron inauguradas por el custodio de Tierra Santa el primer domingo de Adviento y él mismo las clausurará el día de la Epifanía, el 6 de enero. Durante este tiempo, la tradición de la Custodia marca que sea el vicario quien presida la fiesta de los Santos Inocentes.
A la izquierda de la foto, el vicario de la Custodia, Dobromir Jasztal.
La atmósfera es íntima, pues la asamblea, está compuesta solo por unas sesenta personas: una veintena de frailes, religiosas de las comunidades locales, algunos peregrinos de visita y parroquianos. Pero ya es demasiado para la gruta, y los fieles han tenido que colocarse en la escalinata y en la vecina gruta de san Jerónimo.
La agitación de la Navidad se ha calmado: la plaza del Pesebre está casi vacía, los servicios de seguridad y los peregrinos ya se han ido. Pero las decoraciones siguen ahí y la alegría de la Navidad se hace presente en las oraciones de los cristianos. Adeste fideles, Puer natus in Bethlehem… Los cánticos nos recuerdan que estamos todavía en la octava de Navidad.
Fray Dobromir explicó en su homilía que la tradición de la fiesta de los Santos Inocentes se remonta hasta el siglo IV: «Si en un primer tiempo prevalecía la tristeza ante el martirio de niños inocentes, víctimas de la crueldad de Herodes, la fiesta en seguida tomó un carácter alegre por el testimonio que dieron del Hijo de Dios».
De hecho, el Evangelio de Mateo (Mt 2,17-18) subraya: «Entonces se cumplió lo dicho por medio del profeta Jeremías: "Un grito se oye en Ramá, llanto y lamentos grandes; es Raquel que llora por sus hijos y rehúsa el consuelo, porque ya no viven"». La muerte de los Santos Inocentes permitió el cumplimiento de las Escrituras. Incapaces de confesar el nombre de Cristo, fueron glorificados por la gracia del nacimiento del Mesías.
«La gruta es vecina a la de la Natividad de Jesús -prosiguió fray Dobromir en su homilía-. La muerte de los Inocentes revela una gran verdad: la maldad del pecador, como Herodes, siembra odio y muerte, mientras que el amor del justo inocente, como Jesús, tiene como frutos la vida y la salvación». Si el camino de nuestra vida va siempre acompañado de luces y sombras, a nosotros nos toca elegir entre las tinieblas y el camino de luz que trajo Cristo, concluyó el vicario.