Más de 350 jóvenes procedentes de Tierra Santa estuvieron en Lisboa y Fátima para la Jornada Mundial de la Juventud: 200 de Palestina, 77 de Jordania, 50 de Galilea y 20 de la comunidad hebrea y 20 de Chipre.
Madurar la fe, examinar la conciencia, salir de la pereza
El impacto sobre ellos no fue menor que sobre el resto de jóvenes presentes, tras el éxito de la convocatoria, que congregó a un millón y medio de personas.
«Es la primera vez que participo en la JMJ», explicó Dana Quamr, de la parroquia de Aqaba, al portal del Patriarcado Latino de Jerusalén. Aunque puede ser agotadora, debido al apretado programa, es espiritualmente rica, lo que me impulsa a querer participar en la próxima. Conocer a gente de diferentes países, intercambiar culturas y estar rodeado de muchos creyentes es una experiencia única. Pudimos visitar el santuario de Nuestra Señora de Fátima y diferentes iglesias. Esta experiencia me ayudó a madurar mi fe, a rezar con fervor, a examinar mi conciencia y a encontrarme con la Presencia Real de Cristo en la Eucaristía, durante la adoración masiva. La presencia del Espíritu Santo se hizo sentir entre nosotros. Es verdaderamente una experiencia que me ha cambiado la vida y que me ha tocado el corazón y el alma».
«La JMJ me ayudó a darme cuenta de la gracia que se esconde en la oración», añadió Rama Hijazin, de la parroquia de Samkieh: «Durante la oración del Vía Crucis con el Papa Francisco, me conmovió profundamente ver a muchas personas que luchaban contra una discapacidad, enfermedad o cansancio a rezar con una fe confiada, alegre y reverente. Me hizo cuestionar mi fe y encendió en mí un fuego para salir de la pereza, perseverar en la oración por los demás y buscar el rostro de Dios».
Dar ánimos a quienes viven en minoría
El programa de la JMJ incluía un encuentro de tres días bajo el lema Levántate, con los jóvenes repartidos en grupos según su procedencia y su idioma. «El espíritu de los jóvenes de Tierra Santa se renovó al darse cuenta de que no son una minoría, sino más bien una parte de la familia de creyentes en Dios aquí en la tierra, que está siendo continuamente guiada por Cristo y el poder de su Espíritu Santo», dijo Rafiq Nahra, vicario patriarcal en Galilea, quien acompañó espiritualmente a los jóvenes durante las reuniones y presidió la misa diaria celebrada al final de cada día.
Y añadió: «El principal mensaje tratado fue la necesidad de que los jóvenes descubran el amor de Dios y su plan, propósito y voluntad para sus vidas«. Además, afirmó que ver al Papa dedicar tiempo a los jóvenes, a escucharlos, animarlos y rezar con ellos fe ya de por sí un gran testimonio para ellos.
En la misa de clausura, Francisco concluyó con unas palabras ya clásicas de San Juan Pablo II: «No tengáis miedo«. Y pidió a los jóvenes cristianos «hacer brillar» la luz de Dios en el mundo, «escuchar» la palabra de Dios que conduce a la vida, y «no tener miedo» a cambiar el mundo.