Giancarlo Cesana / Tempi
Bur Rizzoli ha publicado una nueva edición del libro de Luigi Amicone (1956-2021) Tras las huellas de Cristo. Viaje a Tierra Santa con Luigi Giussani [publicada en España por Encuentro]. Es la cuarta desde 1994, a la que hay que añadir una especie de manuscrito, publicado varios años antes. Trabajó solo en el libro y lo publicó casi clandestinamente en medio de la indiferencia general, que prefería vídeos y fotografías. El libro se hizo entonces un nombre gracias a la virtud de su contenido -en particular los discursos de Giussani– y del autor, que lo promovió incansablemente durante casi treinta años. El apoyo de Amicone a su propio libro no fue ciertamente por vanagloria, sino porque el contexto, que recorría la historia humana de Cristo con la profundidad de las meditaciones de Giussani, lo convertía en un manifiesto histórico y, por tanto, en una propuesta concreta y documentada del cristianismo.
Las piedras y los hombres
Como escribe en el prólogo el cardenal Pierbattista Pizzaballa, patriarca de Jerusalén de los Latinos, «seguir las huellas de Cristo en compañía de don Giussani -a través de esta crónica de un viaje- nos hará bien». La mirada de don Giussani se dirigía a la esperanza, a la vida que no cede a la tribulación, a la hostilidad, a la guerra que había entonces, como la hay, aún más, ahora. El cardenal Pizzaballa insiste: «Parece que no hay salida, que la paz es imposible. Y también nosotros, cristianos, podemos ceder a este clima y perder la esperanza… Dejemos que Cristo atraviese la tierra árida de nuestros corazones y haga brotar en ella la vida nueva que nos ha prometido». Por último, cita a Benedicto XVI: «En el comienzo del ser cristiano no hay una decisión ética o una gran idea, sino el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da a la vida un nuevo horizonte y, por tanto, una orientación decisiva». Pizzaballa concluye: «Esta es nuestra esperanza de pequeños discípulos tras las huellas de Cristo».
Le siguen un prólogo a la edición de 2006 y una introducción a la de 1994 (dedicada a su esposa Annalena), ambas de Amicone. En la introducción, Amicone revela su temperamento: «Nos da pena un cierto turismo religioso que hurga entre las piedras sagradas y pasa por alto con indiferencia la consideración de los hombres que viven en torno a esas piedras… Por mi parte, no tengo ningún problema en declarar mis simpatías: son todas por el pueblo. Por el pueblo palestino y por el pueblo israelí, más allá de las razones y agravios que unos y otros tengan que exhibir». Y se sumerge en relatos de personas, en juicios políticos y sociales. Cuando procede, es historiador, biblista y exégeta, con una perspicacia y competencia sorprendentes. Ha trabajado mucho.
Un encuentro dentro de la vida «habitual»
Comienza el relato de la peregrinación, tras el rezo del Ángelus en el autocar, el comentario de Giussani sobre el «sí» de la Virgen, la sencilla y total disponibilidad a Dios de una muchacha que «permitió» que la fuerza del misterio entrara en el mundo. La primera parada fue en Cesarea Marítima, con la lectura de los Hechos de los Apóstoles y la meditación de Giussani sobre estos hombres, los apóstoles, que «sintieron que había un movimiento nuevo en el mundo».
Se llega a Meghiddo, donde en la guerra contra los egipcios murió el justo rey Josías, que pensaba que vencería por su observancia de la ley. «El plan de Dios es misterio», comenta Giussani.
En el Monte Carmelo se lee el primer Libro de los Reyes, con el gran discurso al pueblo del profeta Elías. Giussani comenta: «Es una verdad hermosa, pero no cómoda. Da paz y alegría, pero no hace la vida fácil».
En Nazaret, la meditación sobre el anuncio del ángel a María, «nada es imposible para Dios», se enmarca en un contexto de estudios históricos y arqueológicos que ponen de relieve la singularidad y, por así decirlo, la originalidad del lugar. Ya adulto, Jesús vuelve y habla en la sinagoga, pero los espectadores no lo reconocen a causa de «la identificación casi invencible de la bondad, la salvación, la felicidad con lo que viene a la mente».
En Caná, con la transformación del agua en vino, «el encuentro que hace revivir la fe está dentro del desarrollo habitual de la vida» (Giussani).
Finalmente llegamos a Tiberíades, con su ardiente atardecer sobre el lago, vida para los pescadores, para los apóstoles, que tenían allí sus pobres aldeas. Giussani repetía: «Todo nació de aquellos agujeros… una de las tareas más grandes del Estado de Israel… es dejar que estos signos vivan en libertad. Por eso estamos agradecidos a la libertad religiosa que existe en Israel».
En Tiberíades se medita sobre las manifestaciones de Jesús tras la resurrección y sobre el fundamento del primado de Pedro, cuya autoridad emana del amor, garantía de unidad y de relaciones: «Pedro, ¿me amas?». Tras el relato de las aportaciones histórico-arqueológicas del padre Corbo, viejo sacerdote conocido de Luigino, se llega a la casa de Pedro, donde fue curado el paralítico, y al Monte de las Bienaventuranzas. Aquí, para la compañía de los apóstoles, se abren los horizontes de un poder, bueno, pero enigmático, incomprensible.
En el monte Tabor nos encontramos con el misterio de la transfiguración. Los apóstoles que acompañan a Jesús, Pedro, Santiago y Juan, están contentos, no quieren irse porque «el hombre está mejor que nunca cuando se familiariza con la conciencia de su propio destino». Conversación con Giussani sobre la moral, que es pertenencia e interrogación, movida por una fascinación que cambia el corazón humano.
Ante nuestros ojos
Orillas del Jordán, Samaría, Zabida y Belén. Los dos primeros lugares nos presentan el bautismo de Jesús con el encuentro de los primeros discípulos, y el revelador encuentro con la samaritana. Zababida es un excursus de Amicone sobre la vida de los palestinos, que se sienten «invisibles» aunque posean tierras.
Belén, ampliamente descrita en el relato y su basílica, es el lugar del nacimiento del Señor. Giussani: «Una semilla en la tierra no se reconoce entre todos los demás pedazos de tierra, porque una semilla en la tierra es como un grano de tierra. Y el Señor entró en el mundo como un grano de tierra… El método de Dios no es un clamor, sino un estar ante nuestros ojos».
Se llega al centro de la historia cristiana, Jerusalén. Aquí se empieza por Mambré, donde Sara, la esposa de Abraham, se rió con escepticismo cuando el ángel le anunció que en su vejez tendría un hijo. Todo lo contrario de la actitud de la Virgen, testimoniada en el Magnificat, el torrente de gratitud que brotó de ella cuando visitó a su prima Isabel.
Un resumen de la vida de Luigi Giussani (1922-2005) con motivo de la apertura de su proceso de beatificación, en mayo de este año.
Jerusalén es descrita con precisión en su historia porque es el lugar de la pasión y de la resurrección pascual, fundamento de la fe cristiana. Giussani: «La vida de cada uno es un Vía Crucis, que comienza con un juicio que tiene como contenido aquello por lo que merece la pena vivir… La decisión por Cristo dentro del dolor y el arrepentimiento es amor a la verdad… el cuerpo y el rostro de esta persona que nos acompaña en la vida es el rostro y el cuerpo de su misteriosa comunidad de hermanos». En una conversación final durante la visita a Jerusalén, Giussani afirma que «superar la muerte significa superar el tiempo y el espacio como límites».
No puede ser una fábula
La peregrinación concluye con la visita a Jericó, donde Jesús, escandalizando a todos, dijo a Zaqueo, considerado un exponente de la «mafia» local, que iría a su casa por la noche; Masada, la aldea fortificada donde toda la población se suicidó para no caer en manos de los romanos; Qumrán, sede de la secta de los esenios, donde en 1971 se encontró un fragmento de papiro que contenía versículos del evangelio de Marcos escritos antes del año 50 d.C. (Giussani estaba entusiasmado con este descubrimiento que confirmaba la historicidad casi contemporánea de la narración de la vida de Cristo; le dedicamos una exposición en el Meeting de Rímini); Betania, donde resucitó Lázaro.
A su regreso de la peregrinación, Amicone entrevistó a Giussani, quien dijo haber vuelto sintiendo «la renovación del concepto de encarnación«. En el Muro de las Lamentaciones había visto «el símbolo de una enorme voluntad de memoria que, sin embargo, parece no tener casi ningún poder sobre el cambio del hombre y, por tanto, sobre su salvación». La concreción del acontecimiento cristiano es tan humana «que viendo esos lugares uno no puede volver de Palestina con la duda de que el cristianismo sea una fábula».
Traducido por Verbum Caro.