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El medievalista Pablo Martín Prieto destaca el factor espiritual de las Cruzadas con su foco en Jerusalén

Carmelo López-Arias / Fundación Tierra Santa

En tiempos de Santa Elena se configuró el fenómeno de las peregrinaciones a Tierra Santa tal como ahora lo conocemos. Ella rescató los Santos Lugares del olvido al que se intentó someterlos durante las persecuciones. Ocho siglos después, Europa, ya cristiana, se movilizó para defender a los peregrinos en un esfuerzo colectivo que ha estudiado Pablo Martín Prieto, profesor de Historia Medieval en la Universidad Complutense de Madrid, en su reciente libro sobre Las Cruzadas  (Digital Reasons).

-¿Cuándo comienza a ser relevante el fenómeno de las peregrinaciones cristianas a Tierra Santa? 

-Si bien debió existir un interés por visitar esos lugares desde las primeras comunidades cristianas, y autores como Orígenes (185-254) nos hablan al respecto del deseo cristiano de “ir tras las huellas de Cristo”, no pudieron haber sido algo importante durante la difícil época de las persecuciones. En cambio, a partir de la época del emperador Constantino (306-337), con la definitiva legalización del cristianismo, las peregrinaciones comenzarán a ser significativas, sobre todo a raíz del paso por Jerusalén de Santa Elena, la madre del emperador, cristiana.

-¿Qué influencia tuvo?

-A ella se debe en gran medida la definitiva fijación del itinerario de las peregrinaciones a los Santos Lugares. Ella hizo demoler el templo de Venus que había sido levantado sobre el monte Gólgota o Calvario precisamente para impedir el culto cristiano en aquel lugar, pero la comunidad cristiana local conservó siempre clara memoria de la localización de los Santos Lugares, y así, cuando por las excavaciones de Santa Elena se redescubrió el Santo Sepulcro, Constantino pudo ordenar edificar allí una basílica. Coincidiendo con este momento histórico clave, se multiplican nuestras noticias sobre peregrinaciones a Tierra Santa en varias relaciones de las mismas, incluyendo las menciones que San Jerónimo (ca. 347-420), quien se estableció en Belén, hace de ellas en varias de sus obras.

-¿Cómo evolucionó en siglos posteriores?

-Esta primera época de esplendor de las peregrinaciones a Tierra Santa se vio afectada por la gran crisis que acompaña el final del Imperio romano en Occidente, por la creciente desconexión comercial entre el Mediterráneo oriental y el occidental, y sobre todo, a partir del siglo VII, por la irrupción del Islam, cuando el Mediterráneo deja de ser el mar interior de la civilización occidental para quedar dividido, entre sus riberas norte y sur.

-¿No había alternativas a la cruzada para proteger a los peregrinos? 

-La pregunta por la necesidad de la Primera Cruzada nos lleva al terreno espinoso de lo que podríamos llamar “futuribles históricos” o, más correctamente, de los futuros contingentes: de lo que pudo ser y no fue, de las líneas hipotéticas de prolongación hacia el futuro a partir de un punto de la Historia si, llegados a cierta bifurcación, en vez de darse una concreta concatenación de acontecimientos, se hubiera proseguido por algún camino alternativo. Es tal la cantidad de variables y de factores entretejidos en cada momento y en cada detalle del tiempo histórico, que sobre cuestiones como esta nunca alcanzaremos claridad.

-Y más a casi un milenio de distancia…

-Siendo humanamente imposible conocer qué habría pasado si las cosas hubieran sido de otra manera, no nos cabe especular con “alternativas”, pero podemos constatar, eso sí, algo fundamental: quienes vivían en aquella época y tenían la capacidad y la responsabilidad de decidir en conciencia, disponiendo probablemente de más información sobre los hechos de su tiempo que nosotros a través de fuentes históricas siempre en alguna medida incompletas, llegaron a la conclusión de que se debía obrar de ese modo. Y ello, es importante recordarlo, dentro de las coordenadas de un pensamiento cristiano sobre la licitud fuertemente condicionada de la guerra que consistentemente exigía, para considerarla justa, que fuera de último recurso, inevitable. Se trata de un elemento clave que debe tenerse en cuenta para aproximarnos a esta difícil cuestión.

 

-Los beneficios e indulgencias que le fueron concedidos por los Papas ¿caracterizan las Cruzadas como una empresa espiritual?

-En varios sentidos se puede decir que las cruzadas tienen una dimensión espiritual. En mi libro se cuenta brevemente el origen y la función de las indulgencias, dentro de la evolución del sacramento de la reconciliación. Desde antiguo, las peregrinaciones emprendidas por causa de piedad, como la visita de lugares destacados de culto y otras obras meritorias, se prescribían por los confesores a los fieles como penitencia, con carácter medicinal para el alma, y se podría decir que educativo (o de edificación espiritual), y cuando las cruzadas se ponen en marcha, puesto que son un tipo especial de peregrinaciones, comparten los beneficios espirituales de éstas para los participantes. Se podría así decir que las cruzadas tienen, como peregrinaciones que también son, un carácter penitencial y en función del mismo la Iglesia las integrará en el cuadro general de sus indulgencias.

-¿Qué otras motivaciones impularon este fenómeno?

-Descendiendo a cuestiones de detalle, se puede entrar a estudiar el peso de lo que podríamos llamar factores individuales en el ánimo de quienes realizan el voto y emprenden el viaje: no hay duda de que al lado de esta vertiente espiritual también actuaron motivos de otro orden, materiales y mundanos, relacionados con deseos de aventura, de poder, de riqueza e influencia, en muchos participantes. Deslindar una y otra vertiente, incluso psicológicamente, es algo muy delicado y difícil, requiere una finura casi quirúrgica y plenamente individual, referida a cada caso, a cada participante, y desde un punto de vista histórico este análisis, puesto que exigiría entrar a conocer hechos de conciencia, tesoro de la personalidad de cada cual, sólo es posible muy parcial y aproximativamente, a partir de las expresiones disponibles, en textos escritos que nos han llegado, de las posibles motivaciones (confesas) de quienes en cada momento decidieron formar parte como protagonistas del fenómeno cruzado. En cualquier caso, como criterio general, estimo prudente reconocer que el peso de las consideraciones de orden espiritual era en la época de las cruzadas muy superior al que la mentalidad corriente o más difundida les concede hoy en la explicación del comportamiento humano, individual y social.

-¿Por qué se incurre en esa falta de perspectiva?

-Si algunas corrientes de pensamiento historiográfico contemporáneo tienden hoy a primar para la explicación de fenómenos como las cruzadas factores materiales y mundanos sobre los espirituales, ello constituye a mi entender un defecto de comprensión de la mentalidad de la época, algo así como un anacronismo metodológico, pues en aquel entonces sin duda los factores espirituales tenían mayor presencia en la actuación de las gentes de lo que hoy son capaces de reconocer tales historiadores.

-¿Qué impacto tuvo el llamamiento del Papa en Clermont, en 1095?

-Según las fuentes de la época, el eco de repercusión que tuvo aquel famoso discurso del Papa Urbano II en Clermont fue amplísimo en su alcance e inmediatez. Muy eficazmente, puso en vibración acordes latentes pero muy presentes en la sensibilidad de su época, y así halló una respuesta espontánea entusiasta que traspasaba barreras de origen geográfico y social.

-¿Por qué habla usted de una «Cruzada de los pobres»?

-La Iglesia tuvo que emplearse a fondo en tratar de controlar, encauzar y organizar esta oleada de entusiasmo, insistiendo por ejemplo en la exclusión de aquellos colectivos que, por distintas razones, no podrían considerarse como combatientes (los religiosos, por ejemplo). Pero la reacción popular rebasó toda previsión o toda capacidad de la Iglesia por dominarla eficazmente, y así hubo verdaderas masas de campesinos y gentes de humilde condición que, bajo el impacto de predicadores espontáneos (muchos de ellos visionarios al margen de toda disciplina eclesiástica), desbordando y en buena medida actuando al margen de los preparativos de la cruzada “oficial”, se hicieron al camino antes, llegaron antes al Oriente y allí, por distintos motivos de desorganización e indisciplina, fracasaron en su intento. A estos episodios se alude cuando se habla de la “cruzada de los pobres”, de los contingentes que siguieron al predicador Pedro el Ermitaño y otros. Pero no cabe duda de que, en todo momento, las cruzadas tuvieron un seguimiento por gentes de muy diversa extracción, y así por muchos motivos se puede considerar que se trata de un fenómeno “paneuropeo” por su extensión, pasando por encima de barreras geográficas, étnico-lingüísticas, o de clase social.

-¿Qué impacto ejercieron los Estados cruzados sobre la población local?

-Económicamente (e incluso socialmente, en bastantes aspectos de vida cotidiana), los latinos en Tierra Santa se adaptaron a las posibilidades y tradiciones del país, por lo que se puede observar un importante elemento de continuidad. Especialmente en ciertas áreas rurales bajo control político de los Estados cruzados se dio una gran continuidad de poblamiento. Ya en 1110, por ejemplo, los musulmanes de Sidón acordaron mediante capitulación con los nuevos gobernantes cristianos seguir habitando y cultivando sus tierras como antes; Tancredo de Antioquía se preocupó de hacer regresar a las mujeres evacuadas a Alepo durante la conquista, con el fin de conservar la población rural musulmana y la prosperidad de sus tierras.

-¿Cómo fue la relación con los musulmanes?

-Generalizadamente, los cultivadores musulmanes pagaban a los señores cruzados sobre la base del jarach, tradicional impuesto musulmán sobre la tierra. Hubo también granjas, fincas, asentamientos cristianos en el campo, naturalmente: “villas nuevas”, y una prosperidad de agricultura mediterránea que incluso dejaba un lugar a cultivos especiales especulativos, como el azúcar y el algodón. Por lo demás, en las épocas de paz entre cristianos y musulmanes, floreció el comercio y son abundantes los testimonios de convivencia y ayuda mutua en distintos aspectos.

-¿Puede poner algún ejemplo?

-Ibn Jubayr, describiendo los Estados cruzados, que recorrió en 1184, en vísperas de Hattín, afirmó que muchos musulmanes preferían el trato que recibían de los latinos, lo que venía a ser sobre todo un reproche a la insolidaridad entre musulmanes, pero también una afirmación interesante sobre la posición de relativas tranquilidad y prosperidad de la población musulmana bajo gobierno cristiano. En cambio, a quienes sin duda afectó muy especialmente la ocupación latina fue a los elementos culturales, religiosos y políticos dominantes: a la clase dirigente musulmana anterior, desplazada por completo a raíz de las cruzadas en los territorios bajo control cristiano.

-¿Por qué surgen las órdenes militares?

-Los reyes no estuvieron presentes en la Primera Cruzada, indudablemente la que más éxito tuvo desde todo punto de vista, a raíz de la cual se produjo la conquista y formación del Ultramar latino. Precisamente porque las cruzadas no fueron concebidas como una empresa colonizadora, de conquista y expansión territorial, la mayoría de quienes tomaron la cruz para participar en ellas emprendieron el regreso una vez cumplido su voto. Y por ello fueron en seguida necesarios refuerzos, en un goteo constante, para mantener y conservar lo ganado. Ahí entran en juego las órdenes militares, como la del Temple: nacen para proteger la seguridad de los peregrinos y también para ayudar a defender los Estados cruzados, y por ello se puede decir que su creación vino a rellenar un vacío. Que sólo lo hicieran parcialmente, y que en lo sucesivo hubiera una crónica escasez de efectivos latinos aptos para la defensa, explica mucho de la evolución posterior de los acontecimientos: la necesidad de sucesivas expediciones, y últimamente la pérdida misma de los territorios latinos en Tierra Santa.

-¿Estaban ‘sentenciados’ esos territorios tras la pérdida de Jerusalén?

Jerusalén fue siempre el centro de todo este fenómeno histórico: el destino principal de las peregrinaciones a Tierra Santa, el motivo concreto desencadenante de la Primera Cruzada, la capital del Ultramar latino. Pero incluso tras su pérdida a manos de Saladino en 1187, se prolonga la suerte de los Estados cruzados de Tierra Santa, con un llamado “segundo reino de Jerusalén” que tiene su capital en Acre y que todavía disfrutó de alternativas y posibilidades muy reales para su perduración.

-Pero no se consiguió…

-Hay autores, como Malcolm Barber, que dibujan la imagen de unos Estados cruzados económicamente viables y defendibles con algo de ayuda exterior, con unas posibilidades de supervivencia mayores a las que comúnmente se les reconoce. Se podría plantear si no sucede que a veces, jugando con ventaja al proyectar nuestro conocimiento histórico de su próximo final, asociamos una visión anacrónica de precariedad y de carácter “residual” a la realidad de aquellos Estados cruzados que  –nuevamente topamos con la cuestión de los futuros contingentes– en otras circunstancias tal vez habrían podido perdurar mucho más tiempo. Hay, en todo caso, que estudiar factores como la evolución de la situación interna del Ultramar latino, en función de sus enemigos y en función del contexto histórico general a medida que otros escenarios, otras preocupaciones y otros proyectos se anteponen en Occidente a la empresa de las cruzadas. ¿Una alianza sólida y perdurable entre la Cristiandad y los mongoles habría sido determinante? Son cuestiones fascinantes que requieren un estudio detenido y no admiten una respuesta fácil.

-¿Debemos los cristianos avergonzarnos de las Cruzadas?

-¿Debería avergonzarse alguien de algo en lo que no ha tenido ni ha podido tener intervención o responsabilidad alguna, pues fue hecho por otros, en una época anterior de la Historia? Las cruzadas, como cualquier otro hecho de la Historia, fueron producto de su tiempo, de una constelación de causas y factores irrepetible, y de una mentalidad que en muchos aspectos ya no es la nuestra. Es humano sentir admiración, identificación y respeto por todo cuanto hallamos en ellas de puro, desinteresado y heroico; también, consternación y repugnancia ante los episodios de crueldad y egoísmo que indudablemente trajeron consigo. Pero tratándose de un fenómeno histórico, lo fundamental es procurar informarse seria e imparcialmente acerca de lo que podemos conocer del mismo, no tanto con el propósito de juzgar, como sobre todo de comprender.

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