Comer saltamontes, como San Juan Bautista, ¿el futuro de la humanidad? En Israel lo tantean

Moshe, el chef de The Eucalyptus, en Jerusalén, explica cómo cocina las langostas del desierto

El evangelio de San Mateo explica que San Juan Bautista se retiró al desierto a vivir con austeridad, y que se alimentaba de «langosta [o saltamontes] y miel silvestre» (Mt 3,4).

Este año 2020 ha sido año de lluvias en los lugares de África donde se originan las plagas de langosta, por lo que nubes enormes de estos grandes insectos han arrasado los campos de muchos países africanos y muchas han llegado también a Israel.

Sin embargo, no sucede todos los años, solo cada 4 o 5 años o incluso más. En los otros años, las langostas son escasas. Incluso en los años de langosta se ven sólo durante unos meses. Eso ha llevado a muchos estudiosos de la Biblia a comentar que quizá Juan Bautista sí comió langostas en algunas ocasiones que los evangelistas recordaban admirados, pero no podían ser la base de su alimentación.

En la época en que se escribió el Evangelio, y en la que vivió el Bautista, comer langostas era inusual, infrecuente y extremo… aunque parece que era el único insecto que se podía comer según la ley judía sobre pureza en alimentos. Algunos estudiosos creen que mucho tiempo se alimentaba de algarrobas y que a esta fruta se le asemejaba con la langosta.

¿Una opción viable y ecológica?

Pero comer insectos, y más en concreto langostas, puede ser una opción futura y frecuente para el ser humano, según Dror Tamir, director ejecutivo de la empresa Hargol Foodtech, que cría langostas para ser comidas. En jaulas de malla, con clima controlado, alimentando a los insectos durante su ciclo de vida de 3 meses, cría sus langostas «de granja» en los Altos del Golán. Luego las congela para venderlas como alimento, según explica un artículo en Tiempo.com.

Tamir afirma que su producción de insectos es una solución viable y ecológica. Se declara «el primero en el mundo en cultivar saltamontes a escala comercial y proporcionar al mundo una fuente de proteínas más saludable y sostenible».

Tamir dice que las langostas sin procesar consisten en más del 70 por ciento de proteínas y contienen todos los aminoácidos, junto con otros nutrientes. «Lo que les falta es grasa saturada y colesterol», dijo. «Tienen las cosas buenas y no tienen las cosas malas», dice, como gran vendedor. «Disfruta de las proteínas bíblicas», dice en su publicidad.

Además, explica que «los insectos más comidos en el mundo son los saltamontes», aunque a los occidentales les cueste pensar en ello. Para hacer que su producto sea más apetecible para los occidentales, Hargol convierte las langostas en polvo, que se puede mezclar en varios alimentos. Por el momento, varios inversores ayudan a mantener su proyecto, porque las ventas aún no han sido masivas.

Vídeo de promoción de Hargol, recordando el ejemplo de Juan Bautista

En cuanto al mundo judío, tampoco es producto de venta fácil, Aunque en Levítico la Biblia permite comer ciertos tipos de saltamontes, incluidas las langostas, y así lo han hecho los judíos yemenitas y norteafricanos durante milenios, los judíos centroeuropeos (ashkenazíes) se han establecido en la tradición de no comerlas.

Cocinarlas como «comida bíblica»

En 2013, durante otro año de langostas, el chef Moshe Basson, del restaurante The Eucalyptus, en Jerusalén, apareció en noticiarios en la BBC y The Jerusalem Post con su plato de langostas con miel, que enmarcaba en una tradición de «cocina bíblica». En TripAdvisor «The Eucalyptus» ofrece comida descrita como «saludable, israelí, fusión» con «opciones veganas, kosher, opciones sin gluten…».

Basson, judío de origen iraquí, no duda de que comer estas langostas es perfectamente kosher. Basson ese año usaba langostas silvestres recogidas en los campos, que presentaba empanadas, fritas o caramelizadas, aunque ya entonces tenía un proveedor de saltamontes de cría. No las ofrecía en la carta pero sí las cocinaba para clientes específicos.

«No saben a nada, pero la textura engancha»

En The Jerusalem Post, un vendedor del mercado de Mahane Yehuda, Nimrod Azulay, judío nacido en Argelia, explicaba el punto fuerte y el débil de comer langostas: «No saben a nada, en realidad, pero la textura es una mezcla suave y crujiente que engancha«. Ese año vendía las langostas salvajes a 200 euros el kilo. Azulay recomendaba las langostas al horno, sólo con un poco de sal, como en un pincho.

Las recetas de Moshe Basson

A Moshe Basson le gusta echar las langostas vivas en caldo de verduras y las saca cuando han pasado del verdoso-negro al rojizo, como las gambas, tras unos minutos de chasquidos, el aire explotando bajo la cáscara, «un sonido delicioso», dice el chef.

Un reportaje traducido por cadena Ser detallaba la preparación. Retira las langostas con la espumadera, les quita la cabeza, el hilo negro de la columna vertebral, las alas y las patas más pequeñas; mantiene las traseras, más grandes, más jugosas. Luego las reboza en huevo y las pasa por tempura de harina tradicional o harina de garbanzos y ajo, más guindilla en polvo, pimentón dulce, semillas de cilantro y mucha sal. Las baña en una especie de pisto con pimientos asados, ajo y tomate picado y las acompaña con pasta.

Hay más variantes tras el aceite: salsa de limón con azafrán, salsa de pimientos asados con leche de almendras, revueltos en una mezcla de arroz, mantequilla y leche y con pollo marinado acompañando…

Les quita la cabeza y las alas porque «no tienen valor nutricional alguno y complican la masticación», dice. Queda un cuerpo duro de cuatro a cinco centímetros que rocía de caramelo. También las pone cubiertas de chocolate negro, dulce de leche, merengue o crema batida de coco y hojas de remolacha, que sirven de entrante, igualmente.

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