Javier Lozano /Fundación Tierra Santa
Un “Arca de la paz”. Este es el gran proyecto que llevando a cabo la consagrada francesa Béatrice Mauger en un lugar en el que la paz es algo efímero y débil. Su misión, la que cual le fue revelada en el mismo lugar, llevó a esta mujer de poco más de 40 años a crear un lugar de oración y fraternidad entre el Líbano e Israel. Un lugar en el que confluyen cristianos, musulmanes y judíos y en el que el perdón es cada día más necesario.
Qauzah es un pequeño pueblo fronterizo entre Líbano e Israel que todavía hoy vive las consecuencias de la guerra que se desató entre ambos países en 2006. Esta pequeña aldea cristiana es una isla en un océano chiita donde gobierna Hezbolá. Es una de las más pobres y aisladas del sur del Líbano donde el centenar de cristianos que decidió no abandonar el lugar durante la guerra viven del trabajo de la tierra: aceitunas, tomillo y hasta tabaco.
Una encrucijada de los hijos de Abraham
A este pueblo llegó con una congregación religiosa esta francesa, sin saber que marcaría para siempre su existencia. “La reconciliación de los hijos de Abraham me había creado desde hace mucho el deseo de ir al Líbano, encrucijada de las tres religiones de Abraham”.
Empezó enseñando en una universidad cercana y así inició el contacto con la aldea, pero acabó dejando todo para volcarse en esta zona, aunque más como cooperante que como misionera. Ideó un plan para impulsar la economía y educación de la zona y para ello creó una cooperativa agrícola y un centro juvenil.
Fue así descubriendo el sufrimiento pero también la profunda fe de los cristianos, pero también el hecho de que había musulmanes buenos y dispuestos a ayudar.
Un carisma muy concreto: rezar por la paz
Fue entonces cuando regresó a su corazón con fuego el deseo seguir a Jesús de una manera concreta y total. A los pies de la colina de San José, en la que ahora se enmarca el Arca de la Paz, recibió el mensaje de Dios de cuál debía ser su vocación concreta a la cual dedicar su vida: rezar por la paz y la reconciliación.
En este proceso, cuenta Béatrice al diario Avvenire, “traté de comprender por qué Qaozah haía aparecido en el camino de mi vida, cuando es un lugar escondido en el mundo. Poco a poco me di cuenta de que Dios me estaba llamando aquí a una vida de oración y fraternidad, sin tratar de querer hacer grandes cosas, sino declarar y hacer presente que las religiones de Abraham están ‘condenadas’ a vivir juntas, y pueden hacerlo en guerra o en paz. Yo elegí la paz porque Dios la eligió para este lugar y para toda Tierra Santa”.
En otra entrevista, Béatrice Mauger recuerda que “siempre me ha atraído esta colina que domina la frontera israelí: en este lugar de guerra, me siento llamada a brillar como una chispa de paz”.
El «arca de la paz»
Pero una cosa era hablar de paz y otra llevar a práctica la llamada recibida de Dios. Entonces le vino a la mente el crear un lugar de recogimiento y oración en este lugar de conflicto, en el que su vocación fuera dar la bienvenida a todos aquellos que quisieran buscar la paz y rezar por la reconciliación. Era el germen del “arca de la paz”.
Béatrice quería la bendición de la Iglesia, por lo que fue a ver al arzobispo maronita de Tiro, monseñor Nabil El Hage, para presentarle su proyecto.
“La primera vez que Béatrice vino a hablar conmigo sentí como mi corazón se aceleraba, pues cuando fui ordenado sacerdote en 1970, tuve la intuición de escribir en el lema de mi ordenación: ‘Nabil Hage, sacerdote de Jesucristo para la paz en Oriente Medio’. Mis compañeros se rieron durante mucho tiempo al leer esta frase porque nadie creía en la paz. Yo ya no pensaba en aquello, me había olvidado por completo hasta que Béatrice apareció. Entonces sentí que Espíritu quería decirme algo. Todo mi pasado desperté y pensé: ‘aquí hay una chica loca como yo’. ¿Acaso no estaba yo loco cuando escribí esas palabras? Realmente sentí que Dios me dijo: ‘No me olvido del profundo deseo de tu corazón de ver la paz en Oriente Medio’”, afirma el arzobispo maronita.
Los primeros frutos de este lugar de encuentro
El prelado católico bendijo su obra y en 2013 presidió la consagración de Béatrice a la orden de las vírgenes. Era el momento de materializar lo que ya estaba claro en el corazón, por el que se convertiría en una eremita.
Era importante que este deseo de paz y reconciliación tuviera un lugar físico concreto. Finalmente, las autoridades civiles y religiosas cedieron a esta francesa 50 hectáreas donde desde entonces construye esta “arca de la paz”.
Ayuda a la Iglesia Necesitada y Obras Misionales Pontificias han colaborado con este proyecto, pero también los cristianos de la zona, e incluso algunos musulmanes. “La providencia ha intervenido varias veces para permitir el progreso del trabajo lo que evidencia que está inspirado por el Espíritu Santo y no sólo por la voluntad de una persona como yo”, afirma ella.
Ya hay varias casitas en las que se pueden alojar y reunir todos aquellos dispuestos a rezar y luchar por esta ansiada paz. Es ya una pequeña luz en una franja de oscuridad. A sus puertas llegan también no cristianos: “Las mujeres musulmanas a menudo vienen aquí a compartir sus preocupaciones”.
Ahora también en el lugar hay multitud de animales que Béatrice ha ido recogiendo y recibiendo por parte de vecinos de la zona. Esta Arca de la Paz es también ya en parte un Arca de Noé.
Ella sigue luchando para cumplir cada día con la llamada que recibió: “Como cristianos tenemos en nuestras manos la oración. En esta frontera, tenemos una sola vocación: la reconciliación de los pueblos”.