Hay que descubrir este jardín: pasear, respirar el olor del jazmín, sentarse y rezar; admirar los muros de Jerusalén y el valle del Cedrón, cruzarse con un franciscano, Biblia en mano, doblando la esquina de una roca; descansar a la sombra de un olivo del claro de la tarde soleada; seguir el movimiento de un erizo mientras el sol se pone tras la ciudad e imaginar a Jesús mientras rezaba en el mismo lugar, aceptando hacer la voluntad de su Padre y ofrecer su propia vida por la humanidad.
Vivir la experienca eremítica en Jerusalén
Situado a los pies del monte de los Olivos, detrás de la basílica de Getsemaní, el Eremitorio es un lugar que los franciscanos ponen a disposición de aquellos que quieren pasar un tiempo de reposo, silencio y oración. Desde hace cuatro años, fray Diego ofm es el responsable del Eremitorio y, desde hace tres, le ayuda Teresa Penta, laica consagrada de la comunidad mariana italiana Oasis de la Paz. Un voluntario y una voluntaria se unen a ellos regularmente para ayudar. Todos han sucedido a fray Giorgio Colombini ofm, que fundó el yermo en los años 80, ayudado en su misión, durante 17 años, por Daria Severgnini.
A la pregunta: «¿Qué hacéis concretamente?», Teresa responde con una sonrisa: «Intentamos ser ermitaños. En realidad, hacemos de todo para que nuestros huéspedes puedan vivir una experiencia eremítica de calidad».
Acogida al peregrino
Juntos se ocupan de este jardín, del yermo y de sus visitantes, en el mismo lugar en el que Jesús invitó a sus discípulos a rezar con él: «Quedaos y rezad conmigo […]. Velad y orad para no caer en tentación» (Mt 26,38.41). Fray Diego conoce cada planta del jardín y su forma de hablar demuestra el cuidado con que trata todo. Con Teresa, están atentos a todos los detalles: el mantenimiento y gestión del Eremitorio, para ofrecer a los huéspedes el más bello encuentro con Cristo en una atmósfera de silencio, belleza y oración. La acogida calurosa en este lugar místico aporta quietud y paz a quienes pasan aquí algún día.
Nueve celdas, espíritu franciscano
La «fraternidad» del Eremitorio es distinta de la comunidad de frailes franciscanos del convento de Getsemaní. «Somos independientes pero no estamos fuera de la comunidad de la que formamos parte, pero como responsable del yermo, vivo en el Eremitorio. Así que estoy vinculado a los dos lugares», subraya fray Diego. En algunos períodos festivos, además de la misa cotidiana, la comunidad comparte las comidas, meditaciones y oraciones. «Esto permite a los ermitaños respirar el espíritu de la familia franciscana», añade aún.
El Eremitorio dispone de 9 celdas, acogiendo tanto a grupos pequeños (máximo 15 personas), como a personas solas, religiosos o laicos que viven en Tierra Santa u otros sitios, de los que el 65% es de nacionalidad italiana por el vínculo de la Custodia con Italia. Los meses de noviembre, enero y febrero son los más tranquilos, pero eso no impide una presencia continua en este santo lugar.
No es un hotel, no es posible que lo sea
«Intentamos acoger a las personas en la simplicidad franciscana, pero de tal forma que se sientan como en casa», explica fray Diego. Cada celda es independiente y tiene una pequeña cocina, baño, escribanía y cama. Al servicio de los huéspedes están el jardín, la capilla y una pequeña biblioteca. Los huéspedes deben proveerse por su cuenta de la comida. «Cada uno cocina y come solo, porque cocina y come con Cristo. Digo con frecuencia que si se quiere sentir la voz de Jesús, es necesario hacer callar las otras voces y pasar por tanto el tiempo en silencio», prosigue fray Diego. «Algunas personas quieren venir aquí como a un hotel, pero no es posible. Se trata de un santo lugar, uno de los pocos que ofrecen la posibilidad de quedarse a rezar, porque Cristo así lo pidió», sintetiza Teresa.
Se ofrece también acompañamiento espiritual, así como el sacramento de la reconciliación. Aunque fray Diego habla italiano e inglés, el origen diverso de los frailes del convento de Getsemaní ofrece la posibilidad de hablar con un sacerdote en español, árabe, alemán, portugués, polaco, etc. «Proponemos a las personas que compartan nuestra jornada, estructurada de esta forma: a las 6 laudes y misa, seguidas –a las 8- de la lectio divina o lectura meditada de la Palabra de Dios. La mañana se consagra a la oración personal o al trabajo en el jardín, por ejemplo. A las 17.30, la adoración tiene lugar en la capilla del Eremitorio, y continúa con las vísperas a las 18.30».
¿A qué esperáis? Venid, velad y orad en el Eremitorio.