Unas navidades atípicas, sin fiestas, luces ni grandes eventos, pero con un intenso espíritu de oración: así han sido estas fechas en Tierra Santa. Concretamente en Belén, el Custodio de Tierra Santa, Francesco Patton, fue el responsable de clausurar la Navidad, lo que hizo con un «llamamiento urgente a favor de la paz mundial».
En el momento de su llegada el 5 de enero, contemplar las vacías calles de Belén llevaron a Patton a considerar que, pese a la falta de peregrinos, «el corazón de todo el mundo está en Belén para la Epifanía».
«Al ver que faltan los Magos, es decir, los peregrinos en Belén, invito a todos los que quieran venir en peregrinación a que hagan un esfuerzo y vengan de todas formas. Los Santos Lugares pueden visitarse y la gente necesita encontrarse con los peregrinos, también para superar la tentación de abandonar esta tierra. Rezamos, esperamos e insistimos para que regresen los peregrinos, para lograr la paz«, expresó.
Con todo, los Magos hicieron acto de presencia en Tierra Santa, representados por tres frailes franciscanos.
Fray Luis Enrique Segovia, guardián del convento franciscano de Belén, llevó una rosa de oro, donada por Pablo VI a la basílica de la Natividad. Fray Alberto J. Pari, secretario de la Custodia de Tierra Santa, llevó incienso, que alimentó el turífero con el que se incensaron los lugares santos de la manifestación de Jesús, en la gruta de la Natividad. Fray Jad Sara, responsable de la enfermería de los frailes, llevó la mirra, el aceite perfumado que se usaba antiguamente para los entierros.
Tras la adoración en la gruta, los frailes, con los Reyes Magos y el Custodio con la imagen del Niño Jesús en trono recorrieron en procesión tres veces el claustro de la iglesia de Santa Catalina, repartiendo entre los fieles granos de incienso y gotas de mirra, antes de la bendición final con la imagen del Niño Jesús.
El paralelismo entre el bautismo y la muerte del Señor
A la Epifanía le siguió la solemnidad del Bautismo del Señor del 7 de enero, celebrada a orillas del río Jordán. La comunidad franciscana se reunió cerca de “Qasr al-Yahud” -roca de los judíos- cerca del lugar donde Jesús se sumergió para recibir el bautismo de manos de Juan.
La celebración de la misa tuvo lugar en la iglesia dedicada al Bautista, en el santuario del bautismo del Señor. A la misa, celebrada por Francesco Patton -acompañado por el vicario fray Ibrahim Faltas y el párroco de la comunidad de Jericó, fray Mario Maria Hadchiti– también acudieron el cónsul italiano Domenico Bellato, los cónsules generales adjuntos de España, Luis Pertusa, y de Francia, Quentin Lopinôt y el responsable de asuntos políticos de Bélgica, Ingmar Samyn, con otros representantes civiles y militares.
En su homilía, el Custodio de Tierra Santa invitó a los fieles a descubrir el paralelismo entre el bautismo de Jesús y su muerte: «En el bautismo se rasgan los cielos y se abre el espacio divino, en la muerte se rasgará el velo del templo (Mc 15,38) y se abrirá en Jesús crucificado una nueva posibilidad de encontrar a Dios. En el bautismo aquí, en el Jordán, Dios mismo fue quien dio testimonio: `Tú eres mi Hijo amado, en ti me complazco´ (Mc 1,11), bajo la cruz, en el Gólgota, en Jerusalén, será un centurión pagano quien reconozca: `Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios´ (Mc 15,38)».
Patton también aludió a la reflexión en torno a la vocación cristiana, que sintetizó en la conversión «en hijos de Dios gracias a la fe, y a haber aceptado el mandamiento del amor: `todo el que ama al que da el ser ama también al que ha nacido de él. En esto conocemos que amamos a los hijos de Dios: si amamos a Dios y cumplimos sus mandamientos´».
La fuerza que transforma a pueblos hostiles en hermanos
No faltó un llamado a la oración por la paz en Tierra Santa, a modo de conclusión de la homilía: «Que aquí, en el Jordán, donde el Hijo de Dios nos reveló que también todos nosotros somos hijos del mismo Padre, pueda mostrarse la fuerza del Espíritu que transforma a pueblos diferentes y hostiles entre sí en pueblos hermanos que pertenecen a la misma familia de los hijos de Dios, a la misma fraternidad humana».
En el final de la misa, se procedió a la bendición y apertura de la puerta que permite el acceso al río Jordán. Un momento histórico y de suma importancia pues, el lugar permaneció «lleno de minas» hasta hace pocos años, en el contexto de la guerra entre Israel y Jordania.
«El lugar no se reabrió para las celebraciones hasta enero de 2021, pero todavía quedaba este tramo minado que nos impedía caminar directamente desde el santuario al río: ahora que se ha limpiado hasta último trozo, podemos decir que toda esta superficie se ha transformado de un campo de batalla a un campo de paz. Esto significa que también es posible superar el lenguaje de la guerra y el lenguaje de las armas y transformar también los campos de batalla en campos de convivencia fraterna«, finalizó Patton.
A través de esta puerta, finalmente abierta, todos los frailes salieron en procesión hasta las orillas del río, antes de regresar a Jerusalén.