Pablo J. Ginés
El poeta y sacerdote mallorquín Miquel Costa Llobera es, desde el 19 de enero de 2023, Venerable para la Iglesia, al haber reconocido ésta sus virtudes vividas en grado heroico. Si se reconociera un milagro por su intercesión, la Iglesia podría declararlo beato, y con un segundo milagro, santo.
Costa Llobera volvió transformado de su viaje a Tierra Santa en 1907. El país aún estaba bajo dominio del sultán otomano. Siempre fue sacerdote piadoso y sistemático, pero su meticuloso diario irá reflejando el crecimiento de su devoción religiosa, y una vida mística creciente. También su poesía se centrará más y más en temas de fe. Escribió con rapidez su libro poético «Visions de la Palestina». Pero cuando quiso hacer otro similar sobre Grecia y Egipto, se bloqueó. El mundo clásico, que siempre amó, ya no le inspiraba lo suficiente.
Gran figura de la poesía en catalán
Costa Llobera nació en 1854 en Pollensa. Quedó huérfano de madre a los 11 años. Su tío, médico, le transmitió el amor a los clásicos y a la naturaleza. A los 20 años obtuvo un premio poético en catalán en los Juegos Florales y al año siguiente triunfó su poema más conocido, El pino de Formentor (1875). Siempre amó el Mediterráneo y la cultura clásica.
En 1880, con 26 años, empezó sus estudios eclesiásticos. Con 31 años fue a Roma donde pasó 5 años y se doctoró en teología en la Gregoriana. Volvió a España en 1890. En 1899 publicó «Líricas», su único volumen de poesía en lengua castellana. En 1902 ganó los 3 premios ordinarios de los Juegos Florales, por lo que fue investido como ‘Mestre en Gai Saber’. Ese mismo año fue elegido miembro correspondiente de la Real Academia Española. En 1906 su poemario «Horacianes», en catalán, en pies métricos greco-latinos, fue alabado por Menéndez y Pelayo: «versos dignos de contarse entre los mejores que hoy se escriben en España».
Así, ya era un sacerdote maduro y un poeta reconocido en 1907, cuando con 53 años pudo viajar en una peregrinación con otros mallorquines a Oriente Medio y Tierra Santa. Al volver, publicó Visions de Palestina (1908), que son 26 textos de prosa poética sobre los santos lugares. Al año siguiente, sería nombrado canónigo de la catedral de Mallorca.
El viaje a Tierra Santa
Mosén Costa Llobera va en un grupo pequeño. Le acompañan su primo, Pedro Llobera, enamorado del mar; Maria Antonia Salvá, amiga de la familia; el sacerdote Antonio Thomas, otro religioso y un seglar de Lluch, Ramón Bosch. En el vapor ‘Ile de France’ zarpan desde Barcelona el 27 de abril de 1907. En él, se hacen amigos de un carlista leridano, dos párrocos de Gerona, un catedrático del Seminario de Santander (que dice que le ha leído…). Hay algunas personas cultas e interesantes con las que hablar. Otras, en cambio, no tienen cultura alguna: se distraen viendo a un burro rebuznar entre las ruinas de Atenas, según escribe.
Siguen la costa griega y turca hasta Constantinopla, y el poeta reúne a sus amigos para dar explicaciones históricas y literarias de los lugares que ven desde el barco. Lesbos, Quíos, Patmos, Rodas, Chipre, Líbano, el Monte Carmelo a lo lejos… Costa Llobera está entusiasmado.
Mantuvo su oración frecuente
El poeta sacerdote reestructura su horario de oración pero logra encajar cada día las tres partes del rosario, las prácticas del mes de María y la vela diaria de honor ante el Santísimo. Mantiene su confesión semanal, o más frecuente, con algún sacerdote compañero.
El 10 de mayo desembarcan en Jaifa, y Costa Llobera se arrodilla y besa Tierra Santa. El país forma parte del Imperio Otomano, enorme y aún con un sultán, aunque sería depuesto un par de años después.
A lo largo de este viaje Costa Llobera celebra misa en el Carmelo, en el monte Tabor, en Nazaret, en la cueva de Belén y en el Santo Sepulcro. Después, su viaje seguirá hasta El Cairo, donde hará una visita rápida a las pirámides. Escribe sobre su viaje a su amigo Rosselló y también toma notas en su diario.
Es interesante ver la Tierra Santa de 1907 a través de sus ojos, de sacerdote, poeta y viajero, antes de convertir su experiencia en literatura.
«Galilea es fértil, pero abandonada y pobrísima»
De Nazaret escribe: «La Basílica [distinta a la actual] es pobre y de poco gusto, la población mezquina, excepción hecha de algunos edificios religiosos, pero ¡qué encanto de hondonada sonriente, entre la desolación de las alturas vecinas! Toda la Galilea es fértil, pero abandonada y pobrísima, menos las colonias alemanas que allí se afincan. […] Sólo álzase por encima de aquellas ondulaciones aplanadas la modesta altura del Tabor redondeada y sin arrogancia, como una autoridad evangélica. Allá subimos en caravana de jumentos y caballos y celebré misa junto a las ruinas del templo que los cruzados dedicaron a la Transfiguración, sobre la derruida basílica de Santa Helena». En Nazaret encontró un fraile franciscano español. «Predica molt bé!!!», anota en su diario.
Del lago Tiberíades escribe: «Aquellas aguas turbias parece que guardan el luto de los cadáveres que las corrompieron durante la conquista de Vespasiano, pero sobre ellas flota la unción de Jesús que tan a menudo lo surcó y anduvo como sobre tierra firme».
En Cafarnaúm visita «las grandiosas ruinas de la sinagoga donde el Salvador prometió la Eucaristía». También celebró misa en la capilla del Primado de Pedro.
Una semana en Jerusalén: noche en el Santo Sepulcro
Estuvieron en Jerusalén del 15 al 22 de mayo. Escribe: «La Ciudad Santa me interesó más de lo que calculaba. Entramos en procesión cantando los salmos graduales bajo un sol asfixiante, entre respetuosas miradas de musulmanes y actitudes medrosas de los judíos. Por callejas, algunas abovedadas, llegamos a la Basílica del santo Sepulcro entrando de rodillas hasta besar la piedra de la unción», detalla.
«Aquello es un caos sagrado. Los diferentes ritos y variadas sectas cristianas allá se conllevan bajo la vigilancia de los turcos, lo cual no me produjo tan mal efecto como sospechaba. Pasé una noche en vigilia ante el Santo Sepulcro. Las lámparas polícromas brillaban con resplandor misterioso. Unos rusos que peregrinaban a pie entonaban cantos afinadísimos, llenos de sabor religioso, con la monótona tristeza de las estrofas moscovitas. En el Pontifical celebrado en griego a media noche por el Patriarca cismático, figuras tolstoianas se postraban rostro en tierra o se erguían hieráticamente. Tras los coptos, de madrugada, pude celebrar en el mismo Santo Sepulcro; el día antes lo hice en el altar del Calvario».
Participó en un rosario por la Via Dolorosa hasta el Pretorio, y un Via Crucis, con un primer predicador franciscano que le emocionó, y otro después «más modesto» al que casi no se le oía. El grupo que después llegó a Belén era de 9 sacerdotes peregrinos. Tras la cena, pudieron hablar con el secretario del Patriarca latino, que era italiano. También visitaron la Gruta de la Leche.
Los tipos humanos, y los mendigos…
Sobre la gente, especialmente la pobre, escribe en la carta a su amigo: «Son interesantísimos los tipos humanos de Palestina. Allí se encuentra el judío macilento y anémico, el árabe esbelto y ardiente, el beduino bronceado, fuerte y salvaje, el siriaco veleidoso… Común a todos es cierto aire de figura artística que resplandece en la mayor miseria. Ves niños deshilachados y sucios hasta lo increíble que piden bajchichs con una gracia suprema. Ves figuras trágicas de leprosos y ciegos espantadores, que se arrastran entre polvo. A veces te creerías encontrar un montón de harapos tirados en el suelo y es un ser humano que después levanta las manos y la voz pidiendo limosna, o te muestra las pupilas vacías a la luz del sol. Añade las figuras de popes, monjes, frailes, rabinos, dragomans, derviches, griegos, armenios y coptos, etc…»
También celebraron misa en tiendas de campaña junto al río Jordán. «El agua fangosa del río sagrado corre entre espesura de tamarindos, cañaverales y álamos. Se siente la fetidez de los chacales o de hienas que allí se que allí se guarecen, el aleteo y canto de bandadas de pájaros. En una hora los carruajes nos trasladaron a las tristísimas riberas del Mar Muerto. Las aguas transparentes son amarguísimas y de tal densidad que no puede uno sumergirse en ellas: se pierden a lo lejos en el horizonte hacia el Sur entre las desoladísimas montañas de Judá al poniente y las igualmente calcinadas de Moab al oriente, que guardan el desconocido sepulcro de Moisés«.
«Visions de la Palestina», éxito poético
De vuelta a Mallorca, el sacerdote poeta quiso escribir sobre los lugares santos y las sensaciones que le evocaron, «tratándose de un país altamente poético». Empieza con su texto «Galilea», luego «Muntanyes de Judea», «Estany de Genesaret»… De un tirón escribe «Nazaret», «Dalt el Tabor», «Paisatge de Judea»… El resultado serán 26 textos que escribe durante ese año. Son poemas en prosa.
Escribe a su amigo Rubió: «Son simples impresiones poéticas escritas en forma de versículos hebreos. Quizá eso sea monotonía, pero la monotonía es un carácter propio del país de los hebreos. Oh, ¡qué interesante es, en medio de su gran desolación, la Palestina!»
Lo publica en 1908 como «Visions de la Palestina», en catalán, y tiene éxito de público y de crítica. El gran público barcelonés agota 3 ediciones en un año. Torres i Bages, obispo de Vic, escribe al poeta dándole gracias «por continuar enriqueciendo nuestra literatura con su poesía alta y cristiana». En el libro detecta «buen olor a Cristo con la delicia poética».
Rubió considera que debería leerse en iglesias, conventos, hogares cristianos, porque es «modelo acabado de prosa, ni mallorquina ni barcelonesa, prosa ideal, nuestra, sin el brillo de los modernistas, prosa clásica y perdurable».
Triunfa donde fracasó Verdaguer
Eberart Vogel, un filólogo alemán, escribe a Costa Llobera y le dice que cuando el poeta y sacerdote romántico Jacint Verdaguer visitó Palestina, al volver, «poeta y artista languidecieron» [«s’hi esmortahiren»], «pero usted, poeta y profeta a la vez, vuelve más poeta y más profeta que nunca».
Costa Llobera pensó hacer otro libro similar sobre sus experiencias en Grecia y Egipto, pero nunca llegó a ponerse en serio. Su experiencia cristiana en Tierra Santa, en cambio, fluyó con claridad. Todos los críticos aceptan la sincera religiosidad de sus textos. Vargas Tamayo hizo una traducción al castellano y Bartolomé Torres, su biógrafo, destaca algunos versículos que ejemplifican su sentimiento religioso:
– «rumiar las memorias divinas. Como tú, Estrella del mar, María, las conservabas repasándolas en tu corazón de paraíso» (II, En el Carmelo);
– «Extiende sobre mí tus hojas de lirio, oh blanca Nazaret. Flor de Galilea, embriágame con la miel de tu cáliz, y aduerme mi sentido con tu aroma» (IV, En Nazaret);
– «Sobre la roca hendida por el gran terremoto, ¡que se rompa el corazón bajo el misterio de la cruz!» (XI Gólgota);
– «Cante el nuevo alentar del Primogénito de los muertos al surgir Rey de la Vida!» (XII, De noche en el Santo sepulcro).
«Tierra del Juicio final… hasta la vuelta»
El poeta nunca dejó de amar el Mediterráneo clásico y helénico, pero su biógrafo Torres ve claro que el viaje le cambió para siempre. «Los recuerdos de su presencia en Tierra Santa, el oriente bíblico por encima del helenista, le prestan una nueva medida de las cosas, plasmada en ese modelo acabado de poesía y oración. para siempre caminará iluminado por el resplandor de las memorias divinas», escribe Torres.
Y también dice que a los 54 años «adquiere una nueva ciudadanía: Palestina es su nueva patria». En su «Despedida desde el mar de Jaffa» escribe: «Tierra de los divinos misterios, adiós, adiós de por vida. ¡Tierra del Juicio final… hasta la vuelta!»
Los cristianos de Tierra Santa, los españoles y los de lengua catalana, pueden alegrarse si la Iglesia llega a proclamar a Costa Llobera como beato, y recuperar sus poderosos textos sobre los Santos Lugares y otras experiencias de su fe.