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Atacada en la Nueva Era; casi pierde la vida: hoy evangeliza con Magdala y un taller de oración en Tierra Santa

A sus 51 años, Marián Reynoso considera que el éxito tiene dos caras. Y ella ha alcanzado ambas. En el plano terreno sabe lo que es ser conocida en todo un país, visitar radios y televisiones en prime time y ver abrirse todas las puertas a su paso. Solo tenía una condición: no hablar de Dios. Entre las cámaras, la fama y el liderazgo, una inexplicable dolencia a raíz de la Nueva Era la dejó cerca de la muerte. Era el momento de decidir si servía a la luz o a la oscuridad. La respuesta estaba en un taller de oración en Tierra Santa.

Criada en una familia católica de México, Reynoso tuvo durante su infancia y juventud una vida católica ejemplar. Frecuentaba con su familia la oración y los sacramentos, se casó a los 22 años y fundó una familia cristiana «de la mano de Dios» junto a su marido, Salvador.

Pronto llegó el primero de sus hijos. Cuenta a El rosario de las 11 que, con cinco años, sufrió una dolencia para la que la medicina no encontraba una solución clara e inmediata. Desesperados, encontraron «terapias» alternativas que prometían su sanación.

«Tenía 26 años, era ignorante y tratándose de mi niño, permití que estas `ayudas´ se hiciesen realidad en nuestras prácticas cotidianas. No tenía capacidad de discernir el bien y el mal y aunque sabía que algo estaba mal, la paciencia no era lo nuestro», admite.

Acechada por el mal y deseando escuchar a Dios

Marián no sabía que se había metido «donde no debía» y que «el mal estaba al acecho de las almas que Dios quiere que se dediquen a Él».

Pero ella era católica y si algo quería era profundizar en su relación con Dios. A los 30 años, rodeada de terapias alternativas y chamanes, estaba leyendo un libro cuando empezó a notar «un hambre de Dios brutal».

Marián sabía que al rezar ella «le hablaba y que cuando enfocase la mente, le escucharía, pero no sabía. Quería aprender a escucharle. Cerré los ojos, empecé a hablar con Dios y le dije: `Por favor, quiero escucharte´».

En ese momento recibió lo que aún considera uno de los regalos «más maravillosos» que ha recibido en vida.

«Fueron unos 10 minutos de un sentimiento de una paz y un amor que me abrazaba, como si mi mente se pausase totalmente y todo dentro de mí se hacía luz, como sentir Su presencia. Y lloraba y lloraba»; recuerda.

«Por sus frutos los conoceréis»

Desde ese momento, Marián se propuso ayudar a que todos pudiesen experimentar lo que ella había recibido.

Como católica, buscó técnicas de meditación dentro de la propia Iglesia para mejorar su oración, pero al no encontrar a nadie que pudiese ayudarle, probó en las técnicas orientales.

Fue el comienzo de siete largos años que al contar su testimonio define como «por sus frutos los conoceréis».

Lo probó todo, desde el hinduismo y el budismo hasta el sintoísmo, la cábala, la metafísica o la sanación con las manos. Recuerda tener siempre un libro en la mano, tratando de apagar «un hambre que nunca se saciaba«. Y su «sexto sentido» o facilidad para «ver seres espirituales, auras, colores y sueños», no ayudaba. Parecía que había nacido para la Nueva Era.

Conforme progresaba no eran pocos quienes se acercaban a ella, al principio prometiéndole ayuda.

«Todas las puertas se abrían»… si no hablaba de Dios

«Una se presentó como psicóloga para orientarme en este camino, pero me avisó de que yo era de la luz y ella de la oscuridad«, relata. Lo cierto es que cada vez que la veía a Marián se le «cerraba el estómago»; pero pronto se distraía y progresaba.

«Meditaba tres horas al día, mi sensibilidad espiritual aumentaba y mientras esta persona se acercaba a mí durante 7 años iba ganando terreno espiritual y adentrándose en mi familia», recuerda.

Al mismo momento, «todas las puertas» comenzaban a abrirse para ella en televisión, radio y eventos.

También participó en la fundación e impulso de un movimiento con cierta relevancia social, Abre tu corazón, donde pretendía «despertar conciencias» en pro de «responsabilizarse de la propia vida y no culpar al mundo». Muchas proclamas filantrópicas y caritativas pero que, en los medios de comunicación, nunca le permitían expresar hablando directamente de Dios.

Sin fe en el demonio

En pleno éxito mediático, social y «espiritual» también en la Nueva Era, Marián recordó la frase «por sus frutos los conoceréis»… y miró a su alrededor.

«No me gustaban los frutos de esas personas. Me hablaban de cosas bonitas, pero no me gustaba. El que me enseñaba una técnica cambiaba de pareja en pareja, otra criticaba a sus alumnos, otro era misógino, otra era muy espiritual pero iba por si quinta pareja habiendo dejado a dos familias completas«, enumera.

En los medios de comunicación ocurría algo similar, «estaba convencida de que el mensaje estaba bien, pero si no me hacía adherirme a sus corazones [de mi familia y los más cercanos] como ellos a mí, no era real. Si en casa no era la mejor versión de mí misma, haciendo familia y siendo mejor con los míos, entonces era un fracaso, no era real ni auténtico», recuerda.

En ese momento, aquella guía espiritual le advirtió de que estaba «muy expuesta», pero Marián reconoce que su gran falta de fe, más que en Dios, era en el demonio, «creía que todo era bueno, confiaba en todos y no creía en el mal».

Hasta que atacó: «No estás muerta de milagro»

Hasta que un día, sin motivo, se desmayó. Fue la antesala de seis meses en coma, en silla de ruedas, a punto de desangrarse en alguna ocasión y sin ninguna explicación médica. Estaba además incapacitada para rezar: «Sufría muchísimo».

Tan pronto como quedó convaleciente, recuerda que también «llegaron las ayudas espirituales correctas, gracias a Dios».

Marián llegó a pesar 20 kilos menos, sin tono muscular y pensando que iba a morir sin explicación, con su familia rota, cuando una amiga de su madre preguntó si había consultado la opinión de un exorcista.

Por probar no solo «no perdía nada», sino que como se comprobaría, podría ganarlo todo. Y concertó una cita con él.

«¿En qué te has metido? No estás muerta de milagro. Tu fe y buena intención te han salvado, pero tu ignorancia casi te mata. Te metiste durante siete años en los sótanos de los sótanos más peligrosos que te imaginas», le dijo antes de pronunciar una oración de liberación.

Conforme mejoraba y gracias a la ayuda del exorcista, Marián comprendió que el trabajo que había hecho junto a sus compañeros de doctrinas era «espiritual» y, como concluiría más tarde, aquellas personas «estaban detrás de los ataques, para que no siguiera los planes de Dios«.

«Jesús, en ti confío»

Aquella fase se prolongó durante siete años. Tras su sanación, una nueva percepción interna le haría bautizar los siguientes años con la jaculatoria «Jesús, en ti confío«.

Recuerda que solo quería ir a la Iglesia. Pronto comenzó a ir durante largas horas a rezar, como si estuviese «imantada al sagrario y al corazón de Dios. Cuando llegaba sentía que me abrazaba, me consolaba y me ayudaba a perdonar lo imperdonable, el daño terrible que me hicieron esas personas para que no se realizaran los planes de Dios en mi vida».

Pero ahora era libre. Y lo que siempre había visto como algo «aburrido» y propio de «vidas grises» como rezar, estudiar la Biblia, confesarse y frecuentar las visitas al Santísimo, empezó a verlo con «un hambre terrible».

Aquel tiempo sería la preparación para lo que ella llama su «misión evangelizadora«. Y empezó muy lejos de su hogar: si en sus días de budista, viajar a la India fue una utopía que no llegó por más que lo intentó, el viaje a Tierra Santa se repitió sin buscarlo ni quererlo, casi sin poder evitarlo.

Precisamente tras visitar Tierra Santa conocería al padre Juan Solana, director de Magdala Center.

Una misión evangelizadora que comenzó en Tierra Santa

«Había tenido muchos anuncios de Tierra Santa. Cerraba mis ojos y era como si la conociera. Al llegar, sentía que ya la había caminado espiritualmente y que era como esas mujeres que seguían a Jesús con tanto amor», recuerda. En Tierra Santa «se despertó mi misión evangelizadora,  colaborando con Solana y los proyectos de Magdala».

Comenzó apoyando las peregrinaciones «entre bambalinas», promocionando y difundiendo las noticias.

Después, al concluir la pandemia, Marián se disponía a dar un taller de oración en Miami cuando Solana le ofreció hacerlo en Tierra Santa de forma presencial. Aún se sorprende relatando como pasó de no haber ninguna inscripción a tener el cupo completo en solo dos días.

Reynoso relata su experiencia de fe en Tierra Santa, marcada también por el conflicto reactivado entre Israel y Palestina. 

En la página Terra Sancta México, Reynoso relata como vivir la experiencia de unos ejercicios espirituales en Tierra Santa transformó su fe en múltiples dimensiones.

Tierra Santa, determinante en su fe: «Solo pienso en regresar»

«Pude imprimir en mis 5 sentidos y en mi corazón la Palabra de Dios; quedarme llena de imágenes y experiencias vivas; de encuentros con cada una de las personas de la Santísima Trinidad en mi memoria, para servirme de ellas en cada lectura, en cada oración, en cada contemplación. Es un parteaguas en mi vida espiritual y solo pienso en regresar», asegura.

A día de hoy, afirma disponer de una «comunidad preciosa» en torno al taller de oración en Tierra Santa y Miami, lo que espera retomar cuando el conflicto vigente lo permita. «Parte de nuestra misión allí es rezar todo el tiempo pidiendo el don de la paz», agrega.

El taller de oración en Tierra Santa que imparte consta de 10 días en clave mariana y  en una dinámica contemplativa, visitando los lugares donde sucedieron los misterios del Santo Rosario y otros puntos emblemáticos.

Marián Reynoso en su taller de oración en Tierra Santa.

Reynoso, junto a un grupo de peregrinas del taller de oración en Tierra Santa. 

Y pese al «parón» de Tierra Santa, admite que su vida apostólica «no para». Junto con los talleres de oración, explica que su «apostolado número uno es invitar a la gente a rezar el rosario de forma contemplativa» y recibir al Santísimo «hasta el último día» de su vida, su compromiso principal.

Marián relata cómo en su vida «hubo un antes y un después». «Hoy mi vida es simple: mi rosario, mi comunión, mi confesión frecuente, la misa y una vida apostólica activa donde compartir el amor de Dios». Y esa visión, concluye, solo es posible «gracias a que nunca regresé a nada de lo que me empoderaba, sino que me adentro en el camino de la pequeñez, donde dejamos a Dios ser Dios».

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