Carmelo López-Arias / Fundación Tierra Santa
La pandemia de coronavirus está afectando muy gravemente a la arqueología bíblica, a consecuencia de la restricción de los viajes a Tierra Santa, de las penurias presupuestarias de algunos organismos y de las medidas de confinamiento decretadas por Israel y por la Autoridad Palestina.
Uno de los principales problemas es la disminución de vigilancia sobre los lugares actualmente en excavación, que están siendo saqueados por bandas organizadas de traficantes.
Según denuncia una organización judía denominada Guardianes de lo Eterno, al menos cien enclaves arqueológicos en Judea y Samaria han sido asaltados en los últimos dos meses. Citan, en concreto, Hirbet Astunah en el Valle de Shiloh, Tel Parsin al norte de Samaria y la reserva natural del Monte Kabir. Aunque no ha podido evaluar completamente los daños, éstos son permanentes.
Asimismo, y según la agencia Jewish News Syndicate (JNS), la Autoridad Palestina ha aprovechado la falta de vigilancia para tomar el control sobre Tel Aroma, una antigua fotaleza asmonea en el norte de Samaria, asumiéndolo en un acto oficial como herencia palestina.
Por otro lado, el mayor programa arqueológico protestante estadounidense en Tierra Santa, que depende del Southwestern Baptist Theological Seminary, fue cancelado a principios de abril de forma indefinida, lo que ha afectado a cinco profesores y 25 estudiantes de postgrado. La institución ha alegado los problemas presupuestarios que supone la pérdida de ingresos causada por el parón económico de la pandemia y los gastos que supone la adaptación a la nueva realidad post-confinamiento. Chris McKinny, arqueólogo del proyecto Tel Burna, lamentó esta decisión: “Si las instituciones académicas evangélicas vinculadas tradicionalmente a la arqueología bíblica no mantienen su compromiso con esta disciplina, ¿quién lo hará?”.
Según informa Shelley Neese en The Jerusalem Post, la mayor parte de las excavaciones se han suspendido. La cancelación de los vuelos a Israel ha implicado de facto la suspensión de todas las abundantes visitas y peregrinaciones de voluntarios que cada verano acuden a Tierra Santa a colaborar en las tareas de rescate de antigüedades. Como señala Neese, “los arqueólogos que trabajan en Israel están acostumbrados a parones repentinos por la difícil situación política, pero lo que esperan es misiles, no un enemigo microscópico”.
De hecho, para Shimon Gibson, arqueólogo de Jerusalén profesor en la Universidad de Carolina del Norte en Charlotte, la detención de las investigaciones en el Monte Sión es la primera en doce años. Y Scott Stripling, del Southwestern Baptist Bible Seminary, ha tenido que cancelar su cuarto año de excavaciones en Shiloh: “Ahora mis perspectivas son ya el verano de 2021”, lamenta. Lo mismo le ha pasado Aren Maeir, arqueólogo de la Universidad Bar-Ilan, con sus trabajos en Gath, la posible patria de Goliat, quien, resignado, admite que “lo que ha podido esperar tres mil años puede esperar un año más”.
Con todo, al menos hay una buena noticia para la arqueología israelí relacionada con la Covid-19. El periodista Moshe Manies publicó en su perfil de Facebook que un hombre le había entregado, para que la devolviese a la Autoridad de Antigüedades, una bala catapultada por los romanos durante el asedio a Jerusalén en el año 70. El anónimo donante la robó durante su turbulenta juventud cuando fue expuesta en la Ciudad de David. Con el paso de los años se ha convertido en judío ortodoxo y le remordía la conciencia.
“Un símbolo de esperanza”, dice Neese, “en que, al final de todo, lo más valioso de todo es el corazón humano”.