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José Vilaplana, el obispo español que cumplirá su sueño de retirarse durante un año a un monasterio en Galilea

Este pasado lunes el Papa Francisco aceptó la renuncia del obispo de Huelva, monseñor José Vilaplana, una vez cumplidos los 75 años, edad canónica para presentar la renuncia al Papa. Tras 14 años en la diócesis andaluza en la que se encuentra el santuario de la Virgen del Rocío será sustituido por Santiago Gómez Sierra, hasta ahora obispo auxiliar de Sevilla.

Sin embargo, este no es el final del camino para monseñor Vilaplana sino una nueva etapa. De hecho, desde hace mucho tiempo este obispo tenía muy claro lo que haría una vez que el Papa aceptara su renuncia y fuera oficialmente “emérito” o “jubilado”.

En varias entrevistas y conversaciones, monseñor Vilaplana aseguraba que se iría una vez retirado a Tierra Santa. Y así será. Una vez que tenga todo preparado y la sucesión esté completada su intención es pasar al menos un año en la tierra de Jesús y recorrer los mismos caminos por los pasó el Señor.

Monseñor Vilaplana, en Jerusalén en una de las peregrinaciones diocesanas en las que ha participado.

Concretamente, vivirá en Galilea, en un monasterio en Cafarnaúm, junto a la casa de San Pedro. Ha elegido un sitio tranquilo en el norte de Israel y en este tiempo que pase en Tierra Santa ha asegurado que quiere pasar por el tamiz de corazón su larga trayectoria episcopal de 35 años primero como auxiliar de Valencia, luego en Santander y finalmente en Huelva, diócesis esta última en la que en sus 14 años ha logrado triplicar el número de seminaristas.

En Israel asegura que quiere dar gracias a Dios por tantas gracias recibidas y también pedir perdón por los errores cometidos porque “cuando uno termina unas etapas nunca puede decir en el ministerio que está satisfecho, puede sentirse humildemente como un pobre servidor que ha hecho lo que ha sabido y confiado en el Señor, pero igualmente consciente de los límites que uno tiene”.

Monseñor Vilaplana afirma que cuando regrese de Tierra Santa le gustaría también dedicar un tiempo a su pueblo, la localidad alicantina de Benimarfull, que tiene tan sólo 250 habitantes, pero cuyo párroco tiene que atender numerosas localidades. “Después, no cabe duda, que el final de mi vida, si el Señor me lo permite, será Huelva”, afirmaba el obispo a Huelva Información.

En un reciente artículo publicado para la Semana Santa, monseñor Vilaplana mostraba su amor y conocimiento de estos santos lugares. “He tenido la suerte de peregrinar muchas veces a Tierra Santa, la tierra que pisó Jesús. Los paisajes, los santuarios, las ruinas…, todo habla y provoca sentimientos y emociones inolvidables”.

El ya obispo emérito de Huelva con algunos sacerdotes onubenses en Tierra Santa

Especialmente recordaba el Cenáculo, un lugar “austero, vacío, con una historia variada, dramática, que ha dejado en él huellas de cruzados, de presencia franciscana, de ocupación musulmana y, ahora, de control israelita”.

“¡Cuántas maravillas han sucedido en este Cenáculo ahora vacío, en el que los cristianos no podemos rezar en voz alta! El año pasado, cuando los sacerdotes de Huelva estaban renovando sus promesas sacerdotales, un guardia, a gritos, nos hizo callar. En voz baja continuamos, con disgusto pero con fe, compartiendo la historia turbulenta de este lugar tan santo para nosotros los cristianos”, proseguía el obispo en su tribuna en Huelva Información.

Y añadía: “Sí, deseo volver espiritualmente a esta ‘sala superior’ como describe el libro de los Hechos de los Apóstoles, para contemplar de nuevo dos piedras que, a pesar de tantas peripecias históricas han quedado como testigos de lo que allí ocurrió. Una clave de bóveda con el Cordero pascual y un capitel con un pelícano. Quizás los grupos diferentes que ‘conquistaron’ el Cenáculo no conocían su significado, por eso los dejaron. Las dos piedras se refieren a Cristo: el cordero representa a Cristo, nuestra Pascua, sacrificado y resucitado para darnos vida; el pelícano evoca a Cristo Eucaristía porque, según una antigua tradición, el pelícano si no encontraba comida para sus polluelos, se picaba el pecho para alimentarlos con su sangre. En muchas puertas de nuestros sagrarios está también representado. En estas dos piedras el Cenáculo nos habla, no se ha borrado de él esta historia del «amor más grande», del amor ‘hasta el extremo’, que en él sucedió”.

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